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Comandé brigada de la OTAN en Afganistán: No es el momento de irse

29 de abril de 2021
Comandé brigada de la OTAN en Afganistán: No es el momento de irse

Reuters

A primera vista, la recientemente anunciada retirada de las fuerzas estadounidenses y de la coalición de Afganistán en septiembre parece atractiva tanto desde el punto de vista político como de la opinión pública. En esta guerra de veinte años se han perdido cerca de 3.000 vidas estadounidenses y de la coalición, y decenas de miles de vidas afganas. Se ha gastado más de un billón de dólares en combatir a los talibanes y en intentar ayudar al Gobierno de Afganistán a construir una sociedad estable.

Los críticos sostienen que es difícil justificar el apoyo continuado a un esfuerzo que no ha logrado sus objetivos previstos, a costa de vidas y de una importante inversión financiera. Además, los talibanes siguen ejerciendo su influencia en todo el país, mientras el gobierno afgano se esfuerza por establecer un estado de derecho libre de corrupción. Aunque sea políticamente conveniente y aparentemente justificable, dejar a Afganistán a su suerte en una coyuntura todavía crítica, puede dar lugar a una situación mucho peor y suponer una mayor amenaza para la seguridad de Occidente.

Afganistán tiene una historia reciente triste y problemática, evidenciada por un conflicto de diez años (1979-1989) con la Unión Soviética, en el que murieron más de un millón de afganos. Tras la retirada soviética, un vacío de poder dio lugar a una brutal guerra civil (1992-1996) que vio surgir a los «talibanes» pastunes.  Los talibanes iniciaron un reinado de terror con su marca de la sharia, influenciada por las doctrinas wahabíes, que creó una sociedad opresiva que sacrificó los servicios sociales, la educación, la sanidad y otras funciones del Estado, salpicada por la administración de castigos brutales y palizas públicas para imponer las normas. Al final de su gobierno, en octubre de 2001, más de 1,5 millones de refugiados habían huido a Irán y dos millones a Pakistán. Decenas de miles de ciudadanos afganos habían sido asesinados o vivían en la extrema pobreza, la economía estaba en ruinas y los niveles de educación eran casi inexistentes en muchas zonas rurales. Las cicatrices físicas y emocionales del pueblo que había sufrido la invasión soviética, una violenta guerra civil y un aterrador gobierno talibán siguen siendo evidentes en todos los aspectos de la sociedad.                 

El final de este espantoso capítulo se produjo gracias a una oportuna intervención de varios países. 

Desde 2001, una coalición multinacional que incluye a la OTAN, India, Pakistán, Australia, Japón y otros países y organizaciones internacionales con motivaciones similares han desempeñado diversos papeles en la búsqueda de soluciones para reconstruir Afganistán y aportar estabilidad a la región.

Debido a numerosos obstáculos, los avances han sido lentos pero sustanciales en muchas áreas clave. La Organización Mundial de la Salud (OMS) describe ahora que la atención sanitaria, antes casi inexistente, «ha progresado constantemente en los últimos 17 años, con una cobertura creciente de los servicios sanitarios en todo el país», y que en 2018 la atención sanitaria estaba disponible «para casi el 87% de la población a menos de dos horas de distancia.»

La educación sigue mejorando. Desde 2001, el número de niños matriculados en la enseñanza general (grados 1 a 12) se ha multiplicado casi por nueve, especialmente en lo que respecta al acceso de las niñas, y el número de escuelas ha pasado de 3.400 a 16.400, según la Asociación Mundial para la Educación.

En el frente de la seguridad, las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas (ANSF) cuentan con una fuerza combinada de aproximadamente 288.000 efectivos, con una autorización de hasta 352.000. De ellos, se calcula que unos 180.000 están preparados para el combate, tanto de la policía como del ejército, en un día cualquiera, totalmente entrenados por las fuerzas de la coalición para defender Kabul y ciertas ciudades de los talibanes.

Los avances en áreas como la gobernanza, el desarrollo y la seguridad, aunque desiguales, siguen avanzando en una dirección positiva. De hecho, hay una razón por la que Afganistán no ha sido noticia de primera plana en los medios de comunicación mundiales en los últimos años: porque se ha convertido en un entorno más estable gracias a la fuerza de una coalición internacional.

En este momento, la decisión de retirarse conlleva importantes riesgos.

La realidad es que los talibanes siguen siendo una fuerza viable cuya influencia probablemente seguirá creciendo tras la retirada de la coalición. Los avances en materia de gobernanza, educación, derechos de la mujer, sanidad e infraestructuras estarán en peligro. La seguridad de los ciudadanos afganos puede volver a estar sujeta a las leyes draconianas promulgadas por los talibanes antes de 2001. Estados Unidos y sus socios deben reconocer que la retirada podría ser un catalizador de importantes problemas humanitarios y de seguridad y de un Afganistán desestabilizado.

Existe un precedente histórico. Ignorar la victoria de los talibanes en 1996 condujo a la afluencia de Al Qaeda en el país y en la región en general y a los subsiguientes ataques en Nueva York y Washington DC el 11 de septiembre de 2001. Retirarse bruscamente de Irak en 2011 contribuyó directamente al rápido surgimiento del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), que desestabilizó a Irak y a sus vecinos al tiempo que provocaba una crisis humanitaria y un sufrimiento devastador. La salida de la coalición de Afganistán también podría tener consecuencias similares.

Es cierto que los observadores argumentarán que el progreso no ha reflejado la considerable energía e inversión realizadas en Afganistán, hasta la fecha. La desconfianza inherente en el gobierno, las prácticas corruptas, una estrategia a veces incoherente y vacilante, y un duro entorno subdesarrollado contribuyen a que no se cumplan las expectativas.

Cuando se mira a Afganistán desde una perspectiva occidental, el panorama es extremadamente frustrante; sin embargo, cuando se mira desde el punto de vista de lo que el país ha soportado desde que fue invadido en 1979 y de la amenaza que supone un entorno inestable para la región en general, entonces la presencia de la coalición tiene sentido.

Abandonar Afganistán este mes de septiembre pondrá en peligro los logros alcanzados hasta la fecha y hará inútiles los sacrificios de miles de soldados, cooperantes internacionales, civiles y jóvenes afganos que se esfuerzan por reconstruir su país. La decisión debe sopesarse frente a las amenazas muy reales de lo que sobrevendrá: otra crisis humanitaria, la ampliación de los refugios para las organizaciones terroristas y el regreso del gobierno talibán.

El país y la región en general no están preparados para ello y Estados Unidos y sus aliados no disfrutarán de las consecuencias.

James L. Creighton, Coronel del Ejército de los Estados Unidos (retirado), es un veterano del Ejército de los Estados Unidos con treinta años de servicio como jefe de planes del Mando Conjunto de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) en Kabul (2009-2010), seguido del mando de una brigada de la OTAN en Uruzgan: Equipo Combinado de Uruzgan (2010-2011). Tras retirarse del ejército, siguió participando activamente en cuestiones de seguridad regional, economía y desarrollo en Afganistán.

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