Pedir una Coca-Cola junto a un plato de hummus en Judea y Samaria hoy puede provocar desaprobación. Algunos camareros incluso responden con un “vergüenza, vergüenza” en árabe antes de ofrecer una alternativa local: Chat Cola. Esta bebida, con un diseño similar al icónico refresco estadounidense, ha ganado popularidad en el último año entre los consumidores palestinos que rechazan el apoyo de Estados Unidos a Israel en la guerra contra Hamás en Gaza.
Mad Asaad, de 21 años y empleado de la cadena Croissant House en Ramala, señaló que su establecimiento dejó de vender Coca-Cola desde el inicio de la guerra. “Nadie quiere que lo vean bebiendo Coca-Cola. Ahora todos eligen Chat para enviar un mensaje”, afirmó.
Desde el 7 de octubre de 2023, la violencia en la región ha escalado. Ese día, miles de terroristas de Hamás atacaron el sur de Israel, dejando 1.200 muertos y secuestrando a 251 personas. En respuesta, Israel reforzó los controles en Judea y Samaria, afectando gravemente su economía.
El boicot a empresas vinculadas con Israel se ha intensificado en Oriente Medio. Marcas estadounidenses como McDonald’s, KFC y Starbucks sufrieron una caída en sus ventas en la región. Este sentimiento se avivó aún más tras la propuesta del presidente Donald Trump de expulsar a los habitantes de Gaza y convertir la Franja en una “Riviera de Oriente Medio”.
En Ramala, el boicot cerró dos sucursales de KFC, pero la mayor muestra de rechazo se refleja en la proliferación de Chat Cola. Comerciantes relegaron Coca-Cola a los estantes inferiores o la retiraron por completo. Fahed Arar, gerente general de Chat Cola, destacó el crecimiento de su empresa desde su fábrica en Salfit. “El boicot hizo que la gente descubriera nuestra bebida. Estoy orgulloso de haber creado un producto que compite con una marca global”, aseguró.
El auge del “compra local” impulsó un aumento del 40% en las ventas de Chat Cola en 2023. Aunque no hay cifras oficiales sobre su participación en el mercado, los testimonios indican que ha ganado terreno. Abdulqader Azeez Hassan, dueño de un supermercado en Salfit, confirmó que la bebida domina las preferencias de los consumidores.
Sin embargo, el boicot afecta también a los trabajadores palestinos de la Compañía Nacional de Bebidas, franquicia de Coca-Cola en la región. Su gerente general, Imad Hindi, evitó precisar el impacto comercial, pero señaló que la crisis económica y los controles israelíes han encarecido la producción y distribución.
La compañía estadounidense no respondió a las solicitudes de comentarios, pero el boicot refleja un cambio en la conciencia política de la población. Salah Hussein, líder de la Cámara de Comercio de Ramala, destacó que instituciones como la Universidad de Birzeit cancelaron pedidos de Coca-Cola. “Después del 7 de octubre, todo cambió. Y con Trump, seguirá cambiando”, advirtió.
Chat Cola ya recibe pedidos desde Líbano, Yemen, Estados Unidos y Europa. Ahmad Hammad, gerente de relaciones públicas de la empresa, explicó que la guerra permitió expandir la marca, que ahora cuenta con un logotipo de “sabor palestino” y productos con los colores de la bandera nacional. Para responder a la demanda, la compañía abrirá una segunda planta en Jordania y ha lanzado nuevos sabores como arándano, fresa y manzana verde.
El equipo de producción se esfuerza por garantizar un producto competitivo en calidad, no solo en identidad. Hanna al-Ahmad, jefa de control de calidad, reconoció que la percepción de inferioridad en los productos locales ha sido un obstáculo. “Si no es bueno, el boicot no se sostendrá”, aseguró. La empresa trabajó con químicos en Francia para replicar el sabor de Coca-Cola, logrando una similitud notable incluso en bebidas como su versión de lima-limón, comparable a Sprite.
En 2020, la National Beverage Company, distribuidora de Coca-Cola en Ramala, demandó a Chat Cola por infracción de derechos de autor. Sin embargo, un tribunal palestino falló a favor de Chat Cola al considerar que las diferencias en el diseño de sus latas eran suficientes para evitar violaciones legales.
La empresa también ha logrado expandirse en Israel. Sus productos llegan a Tel Aviv, Haifa y ciudades de mayoría árabe, donde las ventas crecieron un 25% el año pasado. Para facilitar su comercialización en Israel, obtuvo la certificación kosher tras la inspección de un rabino.
No obstante, críticos del movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) argumentan que esta estrategia agrava la guerra. Vlad Khaykin, directivo del Centro Simon Wiesenthal, advirtió que el boicot refuerza divisiones en lugar de fomentar el diálogo. “El BDS no une a las comunidades, las separa”, sostuvo.
Aunque Chat Cola evita adquirir insumos en Israel, depende de la burocracia israelí para operar en Judea y Samaria. Sus importaciones pagan un impuesto del 35%, la mitad del cual Israel recauda en nombre de la Autoridad Palestina. Arar, su gerente general, reconoció que su éxito depende más de las regulaciones israelíes que del fervor nacionalista.
En el otoño pasado, un lote de aluminio proveniente de Jordania quedó retenido durante un mes en el cruce del puente Allenby, lo que paralizó parte de la fábrica y generó pérdidas millonarias. Entre los afectados estuvo Croissant House en Ramala, donde un cliente frustrado tuvo que salir a buscar Coca-Cola en un comercio vecino.
“Queremos ser autosuficientes, pero aún no lo somos”, lamentó Asaad.