En Navidad, cuatro subestaciones eléctricas del condado de Pierce (Washington) fueron atacadas, dejando a 14.000 personas sin electricidad. A principios de mes, el 5 de diciembre, un desconocido abrió fuego contra dos subestaciones eléctricas de Carolina del Norte, dejando a 40.000 personas sin electricidad durante varios días. Según el sheriff local, el saboteador o saboteadores “sabían exactamente lo que hacían”.
Estos incidentes, por desconcertantes que sean, no son casos aislados. Las redes eléctricas de Oregón y Washington han sufrido seis ataques desde mediados de noviembre. Todos estos incidentes comparten una extraña similitud con el de Carolina del Norte. Además, un ataque notablemente bien coordinado contra una subestación de San José (California) en 2013 dejó destruidos diecisiete de los veintiún transformadores que había allí, causando daños por valor de 15 millones de dólares y estando “a punto de dejar a Silicon Valley fuera de la red”. En el momento de escribir estas líneas, ninguno de los autores de estos incidentes ha comparecido ante la justicia: los autores se limitaron a disparar rifles de alto calibre a distancia contra la subestación, dejando tras de sí muy pocas pruebas que pudieran utilizarse para localizarlos.
Estos actos ponen de manifiesto una evidente vulnerabilidad estructural: las infraestructuras críticas necesarias para el funcionamiento de la sociedad moderna son mucho más fáciles de destruir que de construir. Más concretamente, los transformadores de alta tensión son un eslabón especialmente débil de la red eléctrica estadounidense.
En pocas palabras, un transformador es un dispositivo que cambia la tensión entre dos circuitos. En el caso de los transformadores de alta tensión, toman las enormes tensiones generadas por las centrales eléctricas y las convierten en algo utilizable por hogares y empresas. Aunque estos transformadores de alta tensión representan menos del 3% de los transformadores de Estados Unidos, transportan entre el 60% y el 70% de la electricidad del país. Según un estudio del Servicio de Investigación del Congreso (CRS), treinta de estos transformadores de alta tensión son fundamentales para el funcionamiento básico del país. Si sólo nueve de estos treinta transformadores quedaran inutilizados en un momento de máxima demanda de electricidad, el resultado podría ser un apagón de costa a costa. En otras palabras, un grupo de individuos especialmente bien coordinado podría inutilizar eficazmente toda la red eléctrica de Estados Unidos en cuestión de horas si simplemente localizara y saboteara estos transformadores críticos. Incluso fuera del “peor de los casos”, la destrucción de más de tres subestaciones de transmisión provocaría apagones de larga duración en muchas zonas del país. Dado que muchas de estas subestaciones están situadas en la misma región geográfica, es perfectamente posible que una catástrofe natural, y no un sabotaje humano, pudiera dejar fuera de servicio una red regional.
Lo más preocupante, sin embargo, es que Estados Unidos carece de capacidad para sustituir rápidamente los transformadores de alta tensión. Debido a la complejidad de estos dispositivos, la mayoría de los transformadores de alta tensión se fabrican a medida, lo que requiere “de tres a cuatro meses” sólo para el diseño de ingeniería. En la práctica, esto se traduce en un plazo medio entre el pedido y la entrega de uno a dos años, sin incluir los tiempos de instalación. Cabe destacar que esta cifra procede de un estudio de 2010 en el que se suponen unas condiciones ideales; desde luego, no tiene en cuenta la escasez de componentes inducida por COVID ni las situaciones de emergencia en las que varios transformadores han quedado fuera de servicio.
Lo peor de todo es que Estados Unidos casi no tiene capacidad de fabricación de transformadores de alta tensión. Sólo hay cinco instalaciones que declaran poder fabricar transformadores de AT, pero no está claro cuántas de estas unidades han producido realmente. Como consecuencia, el 85% de los transformadores de AT comprados en Estados Unidos se importan de Corea del Sur y Alemania, que son los únicos países que los producen para la exportación. En 2008, el plazo de entrega de estas unidades era de casi tres años, según un informe de la Comisión EMP. Teniendo en cuenta la actual crisis energética de Alemania y su efecto en la capacidad industrial nacional, además de diversos problemas en la cadena de suministro causados por la pandemia de COVID, tres años puede ser un optimismo de color de rosa. Para agravar la situación, no existen reservas de transformadores de alta tensión, debido a su elevado coste y a la imposibilidad de intercambiarlos.
Garantizar la seguridad de Estados Unidos a largo plazo requerirá reconstruir nuestra capacidad industrial de transformadores de alta tensión, diseñar una red eléctrica más resistente, añadir una protección adecuada a las subestaciones existentes, construir una modesta reserva nacional y establecer un protocolo para cuando se produzcan “incidentes” graves.
Desde luego, esto no es imposible. Al fin y al cabo, Estados Unidos tiene capacidad para construir transformadores de alta tensión. Según el estudio del CRS, “de 1950 a 1970, la construcción de grandes centrales de generación y redes de transmisión asociadas impulsó un sólido mercado estadounidense de fabricación de grandes transformadores. Durante este periodo, Estados Unidos (y Canadá) representaron aproximadamente el 40% de la demanda mundial de este tipo de unidades”.
Además, en 2008, el Departamento de Seguridad Nacional diseñó con éxito un nuevo tipo de transformador llamado RecX (abreviatura de “transformador de recuperación”), que podía “permitir la recuperación tras un fallo del transformador en cuestión de días”. Además, RecX era más ligero, adaptable a distintas especificaciones de red y más fácil de transportar e instalar que los transformadores convencionales. De hecho, se diseñó específicamente para sustituir a los transformadores de alto voltaje más comunes utilizados en la red eléctrica estadounidense a un coste competitivo inferior (7,5 millones de dólares, frente a los 10 millones de dólares habituales en el sector). Sin embargo, a pesar de cumplir o superar sus requisitos de servicio, sólo se instalaron tres unidades RecX prototipo en una subestación eléctrica de Texas: la financiación del programa se cortó después de demostrar con éxito el concepto.
Aunque la Comisión Federal Reguladora de la Energía ha ordenado una revisión de las normas de seguridad de la red eléctrica, es imperativo que el gobierno estadounidense dé un paso al frente y aborde la situación de la transformación de alta tensión. La administración Biden debe emitir una orden ejecutiva que defina los transformadores de alta tensión, especialmente las unidades RecX, como “esenciales para la defensa natural”, la norma exigida por la Ley de Producción de Defensa (DPA). A partir de ahí, el presidente debería invocar la DPA para obligar a los fabricantes a producir unidades RecX y, simultáneamente, aprobar una orden ejecutiva creando una reserva nacional de transformadores de alta tensión en caso de emergencias nacionales. Por último, el Congreso debería aprobar una ley que obligue y financie medidas de protección adecuadas para los enlaces vulnerables de la red energética estadounidense, especialmente las subestaciones. Aunque algunos críticos se opongan a estas medidas, en última instancia suponen una póliza de seguros bastante asequible, especialmente si se compara con los más de 2 billones de dólares que ya se gastan en defensa nacional. Dado el evidente riesgo que corre la red eléctrica del país -si no su propia supervivencia-, más vale prevenir que curar.