El mundo entero es responsable de mantener el tabú de las armas nucleares, no solo Estados Unidos. Putin vuelve a jugar la carta nuclear.
Desde los primeros días de la guerra en Ucrania, el líder ruso ha tratado regularmente de recordar a sus adversarios en Occidente que sigue en posesión de un gran arsenal nuclear, y que estas armas podrían ser utilizadas si Ucrania, Estados Unidos u otros países de la OTAN cruzan una “línea roja” rusa.
Este es el contexto en el que muchos analistas han entendido el último anuncio de Putin de “suspender” la participación en el acuerdo Nuevo START. Aunque el deterioro del régimen de control de armamentos es sin duda lamentable en sí mismo, es el recordatorio no tan sutil sobre las capacidades nucleares de Rusia lo que tiene preocupados a los occidentales. Pero, ¿hasta qué punto deberían estarlo? ¿Y qué habría que hacer, si es que hay que hacer algo?
La respuesta obvia es que el mundo debería estar muy preocupado por las amenazas de escalada nuclear. No hay garantías contra el uso de armas nucleares en Ucrania, y protegerse contra ese calamitoso resultado es algo que requiere vigilancia constante, prudencia y empatía estratégica.
Pero esto dice poco sobre la forma adecuada de evitar que la guerra “se vuelva nuclear”. Esta es una pregunta más difícil de responder, sobre todo para los estadounidenses, muchos de los cuales tienden a ver la guerra en Ucrania a través de la lente del liderazgo mundial de Estados Unidos. Cada vez que en Estados Unidos se habla de la posibilidad de un desenlace terrible ——ya sea el colapso de Ucrania, una catástrofe humanitaria o el uso de armas nucleares— la respuesta inevitable es preguntarse qué podría y debería hacer Washington para evitar el desastre.
El año pasado, por ejemplo, el general retirado David Petraeus argumentó que sería proporcionado que el ejército estadounidense destruyera todas las fuerzas rusas en el este de Ucrania, Crimea y el Mar Negro en respuesta a una detonación nuclear. Otros han adoptado medios de disuasión igualmente belicistas.
Pero amenazar con represalias militares masivas es el enfoque equivocado para evitar lo que el presidente Biden ha llamado con razón la perspectiva de un devastador “Armagedón” nuclear.
En primer lugar, existe un evidente problema de credibilidad. ¿Por qué habría de creer Putin que Estados Unidos librará una guerra contra Rusia en respuesta a una detonación nuclear? ¿Por qué no concluiría, en cambio, que Washington va de farol y que no habría respuesta militar a su uso de armas nucleares en Ucrania?
Esto se relaciona con un segundo problema conexo: el problema de contraer compromisos innecesarios y arriesgados. Si se acepta que Putin podría descartar las amenazas estadounidenses de una intervención militar, ¿realmente redunda en el interés nacional de Estados Unidos articular una política de lanzamiento de la Tercera Guerra Mundial en respuesta al uso de armas nucleares?
Pensemos en lo que ocurriría si Estados Unidos lanzara ataques convencionales masivos contra objetivos militares rusos, destruyendo formaciones de tanques, hundiendo barcos y matando a soldados, marineros y aviadores. ¿Se acobardaría Moscú hasta la sumisión? Posiblemente. Pero también podría tomar represalias del mismo tipo (lo mejor que pudiera) o bien recurrir al uso de aún más armas nucleares. Los dirigentes de Washington no tendrían forma de controlar el ritmo o la escala de la escalada.
En pocas palabras, librar una guerra convencional contra Rusia pondría en peligro irremediable la seguridad nacional de Estados Unidos. Los líderes políticos perderían toda posibilidad de controlar la situación militar. La seguridad de las sociedades de Europa Oriental, Central y Occidental también se vería en grave peligro. Ucrania se convertiría en un infierno.
Afortunadamente, no solo el pueblo estadounidense está interesado en disuadir a Putin de utilizar armas de destrucción masiva. El resto del mundo también tiene algo que decir. Por eso, a medida que aumenta el riesgo de una escalada nuclear, Washington estaría mejor servido incitando a otros gobiernos a hacer sus propias amenazas (más creíbles) para tomar represalias contra la barbarie rusa.
Hay que decirle a Putin en términos inequívocos que romper el tabú nuclear sería una ofensa contra toda la comunidad internacional. Es esencial que Putin sepa que cruzar el Rubicón nuclear supondría su total aislamiento y deslegitimación.
Y lo que es más grave, el mundo debe convencer a Putin de que el uso de armas nucleares empeoraría gravemente la situación económica de Rusia, su seguridad nacional e incluso la supervivencia del régimen actual. Aunque existen límites estrictos a lo que Estados Unidos puede amenazar en este sentido, otros actores —especialmente India y China— tienen una enorme influencia política, diplomática y económica sobre Moscú que debe hacerse valer.
Puede que sea demasiado esperar que Xi Jinping o Narendra Modi amenacen públicamente a Putin, por supuesto. Pero ambos líderes tienen un gran interés en evitar que se normalice el uso de armas nucleares en el campo de batalla. Es realista esperar que puedan advertir en privado a Moscú de sus intenciones de retirar sus salvavidas en caso de un ataque nuclear en Ucrania.
La mayoría de las otras grandes potencias que se han abstenido de castigar a Rusia por la invasión de Ucrania —Turquía, Brasil, Argentina, Israel, Arabia Saudita y Sudáfrica, entre ellas— tienen razones aún más poderosas para disuadir a Putin del uso de armas nucleares. Para estos países y otros como ellos, rozaría ser una amenaza existencial enfrentarse a un mundo en el que el chantaje nuclear se convierta en algo habitual y la proliferación sea más difícil de mantener a raya.
Durante casi 80 años, el tabú nuclear se ha mantenido firme. Desde Hiroshima y Nagasaki, ninguna nación ha utilizado armas nucleares con ira. Todos los gobiernos se han beneficiado de esta prohibición de facto de los ataques nucleares. Por eso, disuadir a Putin de utilizar armas nucleares es de la máxima importancia, no sólo para Estados Unidos, sino para toda la comunidad internacional.