A pesar de la reciente y despectiva sentencia del Tribunal Internacional de Justicia contra Israel, es imperativo destacar una verdad impactante: el número de civiles muertos en Gaza —incluyendo niños y mujeres— es sorprendentemente bajo en comparación con otras guerras similares.
En los últimos meses, según datos de The New York Times, la cifra de fallecidos diarios en Gaza se ha reducido a la mitad, y ha disminuido casi en dos tercios desde finales de octubre. Esta reducción no solo es numérica, sino que también afecta la proporción entre bajas civiles y combatientes, un cambio significativo que no debería pasar desapercibido.
El Times, en un intento de eufemismo, menciona que estas reducciones en la muerte de civiles han sido “algo pasadas por alto” por los medios y críticos. Esta afirmación es una subestimación flagrante. La realidad es que han sido completamente ignoradas. Incluso, el Times reconoce el error de los críticos más acérrimos de Israel al acusar al país de buscar maximizar la muerte de civiles.
Esta omisión en la cobertura mediática y la crítica hacia Israel no es un accidente. Existe un doble estándar evidente en cómo se reportan las acciones militares de Israel. Incluso antes de esta drástica reducción en las muertes civiles, las operaciones militares israelíes resultaban en menos víctimas y una proporción mucho menor de bajas civiles en comparación con otras guerras urbanas similares.
Este hecho cobra especial relevancia al considerar que Hamás deliberadamente incrementa las muertes civiles, usando mujeres y niños como escudos humanos y ocultando su personal y equipo militar entre la población civil. La proporción actual de civiles por combatiente, muy por debajo de dos a uno, es considerablemente mejor que las proporciones alcanzadas por otras democracias occidentales en combates urbanos similares.
Los detractores de Israel rara vez presentan datos comparativos de otros enfrentamientos militares, generando así una percepción errónea y gravemente distorsionada: que el número de civiles muertos en Gaza es uno de los más elevados históricamente, cuando la realidad es diametralmente opuesta.
Cada muerte de un civil inocente, particularmente de bebés y niños pequeños, es una tragedia desgarradora. Hamás, sin embargo, manipula esta trágica realidad, exponiendo estas muertes ante los medios de comunicación. Lo que permanece en la sombra es cuántas de estas vidas perdidas pertenecen a este segmento tan vulnerable de la población y cuántas son resultado directo de la táctica de Hamás de usar a niños pequeños como escudos humanos.
Las estadísticas proporcionadas por Hamás no buscan diferenciar entre combatientes y civiles. No especifican la edad de los “niños” que declaran muertos, considerando como tales a todos los menores de 19 años, incluso si son combatientes activos. Es más, Hamás ha reclutado combatientes de apenas 13 años. Sus cifras tampoco incluyen a aquellos gazatíes muertos por cohetes fallidos lanzados por terroristas, ni a los asesinados por Hamás por resistirse a abandonar áreas en peligro.
La conclusión a la que llega el New York Times, afirmando que es incorrecto acusar a Israel de buscar maximizar la muerte de civiles, cobra especial relevancia frente a las acusaciones infundadas de genocidio que actualmente estudia el Tribunal Internacional de Justicia.
Las naciones que cometen genocidio no se esmeran en minimizar las bajas civiles, ni exponen a sus propios soldados a mayores riesgos utilizando fuerzas terrestres en lugar de depender exclusivamente de ataques aéreos y marítimos. Esta realidad, cruda y directa, debe ser considerada al evaluar las acciones y estrategias de Israel en este contexto complejo y turbulento.
La Corte Internacional de Justicia (CIJ) debería desestimar sin dilación las acusaciones de genocidio contra Israel e iniciar, en su lugar, procesos por crímenes de guerra contra Hamás e Irán, cuyas acciones buscan deliberadamente incrementar las bajas civiles.
La notable disminución en la tasa de muertes civiles en Gaza debe, asimismo, poner fin a los intentos de forzar un alto al fuego sobre Israel antes de que las Fuerzas de Defensa de Israel cumplan con su misión legítima: desmantelar la capacidad militar de Hamás. Llevar a cabo esta misión con éxito es vital, ya que salvará vidas civiles a largo plazo al mermar la capacidad de Hamás de repetir actos de barbarie como los del 7 de octubre y reducir su uso de civiles como escudos.
La actuación de Israel en esta guerra defensiva, provocada por Hamás, ha sido ejemplar. Cumple con todas las normativas internacionales y su esfuerzo por minimizar las bajas civiles, mientras alcanza sus objetivos legítimos, ha sido en gran medida exitoso. Existe siempre un delicado equilibrio entre reducir las muertes de civiles enemigos y aumentar los riesgos para los propios soldados y civiles. Israel ha logrado un balance más acertado que la mayoría, en contraste con los actos sin precedentes de barbarie de Hamás.
Es imperativo, y ya era tiempo, que el mundo abandone el doble rasero aplicado al Estado-nación del pueblo judío. Este doble rasero es una forma de fanatismo, y cuando se dirige exclusivamente al único Estado-nación del pueblo judío, se transforma en un antisemitismo internacional, una discriminación contra el “judío entre las naciones”.
Esta práctica debe terminar.