El caos y la inestabilidad en cualquier país son vistos invariablemente por el régimen iraní como una oportunidad para interferir en los asuntos internos de esa nación, ampliando su influencia y fortaleciendo su desafío.
Actualmente es el vecino de Irán, Afganistán, el que está cayendo en el caos. Lamentablemente, Teherán ve esto a través del prisma del oportunismo político y no del humanitario. Por eso los líderes iraníes han aplaudido la decisión de la administración Biden de retirar las fuerzas estadounidenses del país. El ex ministro de Asuntos Exteriores iraní, Javad Zarif, calificó la retirada de Estados Unidos como una acción positiva, mientras que el presidente Ebrahim Raisi la describió como una derrota de la política de Washington en Oriente Medio que “debe convertirse en una oportunidad”.
Lo más probable es que los dirigentes iraníes sigan la misma estrategia que utilizaron en Líbano, Siria e Irak durante las guerras civiles y la inestabilidad de esos países. En las cuatro décadas transcurridas desde su creación, el régimen iraní se ha convertido en un maestro en la creación de poderosos grupos chiítas por delegación en países que se enfrentan a conflictos o guerras civiles.
En Líbano, Teherán desempeñó un papel clave en la creación de Hezbolá en 1982. Desde entonces, la ayuda financiera, militar, de inteligencia y logística de Irán ha sido crucial, ya que el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y su Fuerza Quds de élite transformaron al grupo militante en uno de los más importantes y poderosos apoderados de Irán.
Aunque Irán niega haber apoyado militar o financieramente a Hezbolá, Hassan Nasrallah, el líder del grupo, ha admitido que recibe pleno apoyo de Teherán. “Estamos abiertos al hecho de que el presupuesto de Hezbolá, sus ingresos, sus gastos, todo lo que come y bebe, sus armas y cohetes, provienen de Irán”, dijo en 2016.
En Irak, durante los años de lucha civil que siguieron a la invasión estadounidense de 2003, el régimen iraní ayudó a desarrollar milicias por delegación y, posteriormente, patrocinó las Unidades de Movilización Popular, un conglomerado de más de 40 milicias. Después de hacer que las milicias iraquíes trabajaran bajo una misma bandera, Teherán presionó al gobierno iraquí para que reconociera a estas unidades como un grupo legítimo, incorporándolas a los aparatos estatales y asignándoles salarios y municiones. Con este enfoque, el régimen iraní hace recaer la carga financiera sobre los contribuyentes iraquíes.
Durante la guerra civil siria, el régimen iraní reforzó su coalición de milicias chiíes en el país, algunas de las cuales procedían de Irak, Pakistán, Afganistán y Líbano.
En Afganistán, Teherán ha utilizado combatientes afganos de varios grupos militantes formados durante la guerra entre Irán e Irak. Pero no fue hasta la guerra civil siria cuando el régimen iraní creó su primer grupo miliciano afgano, conocido como Brigada Fatemiyoun o Hezbolá Afganistán. La Brigada Fatemiyoun estaba formada por refugiados afganos que vivían en Irán y Siria, incluidos algunos que se enfrentaban a cargos penales o a la deportación. Los combatientes fueron entrenados en Irán, recibieron un salario de 800 dólares al mes y se les prometió la ciudadanía. En Irán hay unos tres millones de refugiados afganos, en su mayoría chiíes.
El régimen iraní ha reclutado incluso a niños soldados para la Brigada Fatemiyoun. Según Human Rights Watch, el CGRI de Irán reclutó “niños inmigrantes afganos que viven en Irán para luchar en Siria”. Niños de hasta 14 años han luchado para la Brigada Fatemiyoun en el conflicto sirio junto a las fuerzas gubernamentales. Según el derecho internacional, reclutar a niños menores de 15 años para que participen en las hostilidades es un crimen de guerra. En 2019, Estados Unidos designó a la milicia como organización terrorista.
El modus operandi de Irán se basa en la explotación de la religión y el uso del sectarismo como una poderosa herramienta para ganar poder y promover las ambiciones parroquiales, religiosas y políticas del régimen.
En Afganistán, el régimen de Teherán intentará ampliar su influencia utilizando el mismo modelo que en Líbano, Siria e Irak: crear proxys y grupos de milicianos que actúen en su nombre.