La decisión del presidente Joe Biden de reincorporarse a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sin condiciones previas fue una tontería. Ahora, la organización se está burlando aún más de la credibilidad que le otorga Washington.
La OMS ha acogido recientemente a Siria y Bielorrusia en su consejo ejecutivo. Esa es la Siria tiranizada por un dictador, Bashar Assad, que ha asesinado a sus propios ciudadanos con armas químicas. Y esa es la Bielorrusia que Alexander Lukashenko ha convertido en un Estado carcelario y donde recientemente cometió un acto de piratería al forzar el derribo de un avión civil para detener a un pasajero que era una molestia política. Estas dos naciones parias se sientan ahora en el consejo de la OMS, una organización que se autoproclama “de confianza para servir a la salud pública en todo momento”.
¿Está usted orgulloso de esto, presidente Biden?
La Rusia de Vladimir Putin, otro estado autoritario con un historial de uso de armas químicas, también se sienta en el consejo de la OMS. La OMS consintió a China, que permitió la propagación del COVID-19 por todo el mundo y ha echado por tierra cualquier esfuerzo de la organización por lanzar una investigación plausible sobre los orígenes de la pandemia. Taiwán, que emitió las primeras advertencias sobre la gravedad del virus, sigue siendo marginado por la OMS, que cumple las órdenes de China.
¿Por qué Biden se reincorporó a la organización casi inmediatamente después de ser investido? ¿Cree realmente que la presencia de Estados Unidos reformará el organismo y acabará con la tendencia a encubrir y promover a los estados autoritarios? Evidentemente, el tímido reingreso de Estados Unidos en la augusta organización internacional no ha influido hasta ahora en la toma de decisiones de la OMS.
El hecho de invertir dinero en ella tampoco resolverá el problema. Estados Unidos ha gastado 3.500 millones de dólares en la OMS desde 2010 y, a cambio, ha recibido una pésima respuesta a la peor pandemia en un siglo. La OMS ha aceptado continuamente la propaganda china y ha estropeado su investigación sobre los orígenes del virus para apaciguar al Partido Comunista Chino.
Biden tampoco parece interesado en reformar la OMS. Hasta que la presión pública le obligó a dar marcha atrás, se contentó con confiar en la chapucera investigación de la OMS. Adopta el punto de vista demócrata estándar de que las instituciones globales representan el progreso por su propia existencia (porque diluyen el poder de los estados-nación, y de este estado-nación en particular). Es una forma ingenua de ver el mundo, y perjudica cualquier esfuerzo por llegar al fondo de cómo empezó la pandemia.
Biden se está lavando las manos respecto al liderazgo estadounidense. Un organismo mundial que dice preocuparse por la salud mundial no debería dar autoridad a regímenes como Rusia, Siria o Bielorrusia. Independientemente de que China mienta sobre los orígenes del Covid-19 -lo que es casi seguro-, está claro que mintió sobre la transmisión de persona a persona, que la OMS repitió como un loro.
Fue un error volver a formar parte de la OMS sin garantías de reforma o responsabilidad. Enviar a la organización más dinero de los contribuyentes supone un perjuicio para el fisco nacional, además de un insulto al sentido común.
Biden ha elegido volver al statu quo que condujo a una pandemia que mató a casi 600.000 personas en Estados Unidos.