Mientras los Estados de Oriente Medio intentan gestionar sus diferencias políticas y de seguridad, los países de mayoría musulmana se están reagrupando a lo largo de una línea de fractura que separa a los defensores de diversos conceptos de un “islam moderado”, autoritario pero religioso y social, y a los que abogan por una adhesión más estricta a las corrientes intolerantes y no pluralistas de la fe.
La línea de fractura adquiere importancia a medida que varios Estados de mayoría musulmana compiten entre sí en sus esfuerzos por definir el islam en el siglo XXI. Se trata de una lucha tanto geopolítica como ideológica.
La importancia de la batalla se ve aumentada por el hecho de que la diplomacia, la economía, los asuntos públicos y el poder blando ocupan cada vez más el centro de la escena, ya que países como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Turquía e Irán tratan de gestionar sus diferencias en un intento de evitar que estas disputas se salgan de control.
Esta línea de fractura desplaza el epicentro del ultraconservadurismo religioso en el mundo musulmán del Oriente Medio árabe al no árabe, y lo amplía al sur de Asia.
La victoria de los talibanes en Afganistán – cimentada por la retirada de Estados Unidos, y unida a múltiples medidas del gobierno del primer ministro pakistaní Imran Khan – es un ejemplo de ello.
La preocupación de que Afganistán se convierta en un centro de violencia política transfronteriza y transnacional y que impulse la militancia y el derramamiento de sangre en Pakistán -sumada al aumento de los atentados en Cachemira en las últimas semanas- agrava el posicionamiento de Asia Meridional.
Los analistas temen que las políticas discriminatorias y nacionalistas hindúes del primer ministro Narendra Modi fomenten el radicalismo en otros lugares de la India, donde se encuentra la tercera población musulmana más grande del mundo.
Lo que no hace la línea de fractura religiosa es denotar dos bloques. Las rivalidades se dan a ambos lados de la línea divisoria. Entre ellas, la competencia entre Arabia Saudita, los EAU y Qatar, así como la creciente tensión entre Turquía e Irán. Esa tensión se manifestó el mes pasado en ejercicios militares rivales a lo largo de la frontera entre Azerbaiyán e Irán. Además, las relaciones entre Irán y los talibanes son frágiles, dada la preocupación iraní por la situación de los chiítas hazaras perseguidos en Afganistán.
Lo que sí significa la división religiosa es que los talibanes están en buena compañía en una franja de tierra que se extiende desde Estambul hasta Islamabad, cuando se trata de restringir comportamientos sociales como el de impedir que las niñas reciban educación, prohibir la música y los peinados occidentales y prohibir a los hombres que se afeiten la barba.
Del mismo modo, Khan, el primer ministro pakistaní, causó sensación a principios de este año con su afirmación misógina de que el creciente número de ataques a las mujeres tenía lugar porque llevaban “muy poca ropa”. Desde entonces, Khan ha celebrado la victoria de los talibanes por “romper las cadenas de la esclavitud”.
La educación es uno de los principales marcadores de los diferentes mundos que se reflejan en la división religiosa. Las restricciones a la educación de las niñas y las mujeres en el Afganistán de los talibanes, y la introducción en Pakistán de un único plan de estudios nacional que fusiona la educación laica y la religiosa y pretende islamizarla, contrastan fuertemente con el énfasis del Golfo en la educación moderna basada en la ciencia y la creación de campus locales de las principales universidades occidentales.
Pervez Hoodbhoy, científico nuclear, activista de los derechos humanos y frecuente comentarista de temas educativos, señaló que los otomanos y otros habían fracasado en sus intentos de reunir en un mismo sistema las escuelas regulares y los seminarios religiosos.
Un estudio publicado a principios de este año sugería que los libros de texto turcos habían sustituido a los textos saudíes como diana de las críticas a los planes de estudio supremacistas e intolerantes en el mundo musulmán.
El estudio descubrió que los planes de estudio turcos, que en su día fueron un modelo de laicismo, con un sistema educativo que enseñaba la evolución, la apertura cultural y la tolerancia hacia las minorías, habían sustituido cada vez más esos conceptos por nociones de jihad, martirio en la batalla y una cosmovisión etnorreligiosa neo-otomana y pan-turquista.
“La idea de que la guerra de la jihad forma parte ahora del plan de estudios turco, que el martirio en la batalla es ahora glorificado, podría no ser sorprendente dado lo que sabemos sobre Erdogan… Pero verlo en blanco y negro es bastante impactante”, dijo Marcus Sheff, director general de Impact-se, el grupo que patrocinó el estudio.