El pasado 14 de julio, tres terroristas árabes, cuyos cómplices habían introducido previamente unas metralletas, asesinaron a dos policías israelíes que cuidaban la entrada al Monte del Templo. Las autoridades israelíes acordaron aumentar las medidas de prevención y colocaron detectores de metales en los pasos a la “Explanada de las Mezquitas”.
En rechazo a esta decisión, distintos sectores de la dirigencia política y religiosa palestina enardecieron a sus seguidores con calumnias que acusaban a Israel de modificar el statu quo del tercer lugar santo musulmán. Fatah convocó a un “día de furia”; Waqf (organismo religioso encargado), instó a cerrar las mezquitas de Jerusalén, el viernes, día sagrado para el islam; y el muftí emplazó a protestar ante Al Aqsa. Hubo varios días de violencia, hasta que las autoridades israelíes retiraron los detectores de metales y las cámaras. En definitiva, cedieron, flexibilizando la seguridad ante la imperiosa necesidad y deber de proteger a los ciudadanos musulmanes acechados por los peligros del radicalismo islámico; de hecho, hay detectores de metales en La Meca, así como en la entrada a la Tumba de los Patriarcas en Hebrón, Cisjordania.
Podemos concluir que Abbas instiga la violencia aprovechando este episodio, pues necesita elementos para esgrimir en unas posibles negociaciones a las que se vea forzado por Trump. Además, en septiembre, en la Asamblea General de la ONU, le servirá para, con cinismo, embestir la legitimidad de Israel.
Estos hechos muestran que el asunto de los detectores de metales solo fue una excusa para justificar la arremetida contra Israel. Los sucesos que se desencadenaron verifican que, para los palestinos y el mundo árabe e islámico, el conflicto con Israel no es por territorio; es el rechazo a aceptar los derechos judíos en la región, tal como lo prueban la historia y la fe. Es decir, la hostilidad no es por los límites, lo cual pudo solucionarse con los Acuerdos de Oslo; la enemistad es profundamente religiosa. Ciertos voceros palestinos admitieron que se trata de una batalla por la soberanía sobre el Monte del Templo y Jerusalén. Sin embargo, si no se llega a un arreglo justo, que tome en cuenta los innegables lazos entre la tierra de Israel y el pueblo judío, no se alcanzará la paz.
POR: BEATRIZ W. DE RITTIGSTEIN | bea.rwz@gmail.com