Cuanto más se acercó el final de la campaña presidencial de 2020, más señales vemos de lo que parecen ser intentos flagrantes de los medios americanos de influir en la opinión pública a favor del candidato demócrata Joe Biden.
Se hizo a través de una consistente censura de los asuntos que podrían hacerlo parecer sucio. Hace dos semanas, por ejemplo, se sacó a la luz una correspondencia del ordenador del hijo de Biden que podría arrojar luz sobre la participación de Biden padre en el escándalo de “Ukrainegate” de hace un año y suscitó la sospecha de que, en 2015, mientras ocupaba la vicepresidencia, Biden trabajó para que se sustituyera al fiscal jefe ucraniano con el fin de evitar una investigación contra su hijo.
A pesar de su posible importancia, la correspondencia fue minimizada por la mayoría de los periódicos, excepto el New York Post, que dio la primicia. En efecto, otros medios de comunicación no solo la ignoraron, sino que trataron de cuestionar su fiabilidad. Twitter bloqueó las cuentas de la portavoz de la Casa Blanca y de la campaña Trump, alegando que la información no era fiable, a pesar de que el FBI declaró que los documentos formaban parte de una investigación sobre el presunto blanqueo de dinero de los Biden y a pesar de que algunos de los destinatarios confirmaron la autenticidad de la correspondencia.
Del mismo modo, la semana pasada el empresario Tony Bobulinski, que había sido responsable del manejo de los bienes de la familia Biden, afirmó que cuando Biden era vicepresidente, encargado de hacer frente a la agresión de China, tenía tratos comerciales con empresas propiedad del Partido Comunista de China. Bobulinski trató de interesar a varios medios de comunicación en la historia, pero solo Fox le concedió una entrevista.
Pero podemos ver el alcance real de la censura pro-Biden en la renuncia la semana pasada de Glenn Greenwald, editor de The Intercept. Greenwald afirmó que los editores se negaron a publicar un artículo que él escribió sobre los intentos de los medios de comunicación, los gigantes de los medios y las comunidades de inteligencia en América para asegurar que Biden se convirtiera en presidente, a menos que accediera a eliminar las partes del artículo que criticaban al propio Biden. Cabe señalar que Biden evitó responder a las noticias y en lugar de que los medios de comunicación hicieran su trabajo como vigilantes de la democracia y exigieran respuestas, prefirió no confrontarlo con preguntas difíciles para no perjudicar sus posibilidades de elección.
Entretanto, en los últimos meses se han producido advertencias más serias sobre los intentos del Irán y Rusia de intervenir en las elecciones, a pesar de que la intervención rusa en las elecciones de 2016, que ha sido objeto de tanta atención en los últimos años, resultó ser una tempestad en una tetera. Se restaron importancia a las conclusiones del informe Muller, según las cuales no se han encontrado vínculos directos entre Rusia y Trump. Aunque recientemente se ha demostrado que los intentos iraníes y rusos de influir en las elecciones actuales son limitados y un tanto amateurs, lo que demuestra una vez más que, si bien no hay que descartar su importancia, la amenaza de manipulación extranjera es marginal.
No cabe duda de que los actores extranjeros se aprovechan del caos social en los Estados Unidos, que está siendo fomentado por los medios de comunicación estadounidenses. Pero lo más importante es que, irónicamente, parece que la mayor “influencia” de todas es la que ejercen los medios de comunicación y los conglomerados de medios de comunicación estadounidenses. En efecto, se trata de un pulpo, ya que la cobertura mundial de lo que está sucediendo en los EE.UU. se alimenta de la cobertura americana, lo que lleva a cámaras de eco que mantienen un discurso sesgado y homogéneo. Así que irónicamente, este comportamiento de los medios de comunicación estadounidenses, la mayoría de cuyos miembros de alto nivel dicen que una reelección de Trump sería un “fin de la democracia”, es el que carcome los cimientos de la democracia.