Cuando el 24 de enero saltó la noticia de que el canciller alemán, Olaf Scholz, cedía a las demandas de Ucrania y sus aliados europeos más cercanos de enviar tanques Leopard a Ucrania, los jefes de Estado europeos no se alinearon precisamente para felicitar a Scholz por su liderazgo decisivo. Por el contrario, muchos temen que la decisión haya llegado demasiado tarde y se deba a presiones externas, y no a la determinación alemana de mostrar un frente unido contra Rusia.
Con motivo del sexagésimo aniversario del Tratado del Elíseo, Scholz se reunió el pasado domingo con el presidente francés, Emmanuel Macron, para brindar, pasear y hablar sobre la seguridad europea, la energía y la política económica, en un intento de acallar las críticas sobre el debilitamiento de la asociación franco-alemana.
Mientras tanto, el ex primer ministro británico Boris Johnson recibió una bienvenida de héroe en Kiev, como si nunca hubiera salido de Downing Street. La Fuerza Expedicionaria Conjunta dirigida por el Reino Unido, que conecta a los países nórdicos y bálticos mediante garantías de seguridad británicas, también se ha visto últimamente como una alternativa viable a la plena integración en la OTAN de Finlandia y Suecia, dada la oposición de Turquía a la expansión de la OTAN por las controvertidas afirmaciones de que Suecia apoya a grupos terroristas kurdos.
Aunque la asociación estratégica franco-alemana está en apuros, ahora ha aparecido un candidato poco probable para asumir el liderazgo en cuestiones de seguridad europea: Gran Bretaña. La primera gran potencia europea en enviar tanques a Ucrania, Gran Bretaña ha vuelto a convertirse en el líder de la política de seguridad europea, a pesar de haber abandonado Europa políticamente. Los desafíos políticos internos de Gran Bretaña tras el Brexit no parecen haber frenado la ambiciosa política exterior de una serie sucesiva de gobiernos británicos, cada uno de los cuales se ha posicionado como un firme defensor de Ucrania. Esto se ha ganado el respaldo de los miembros del flanco oriental de la UE, todos los cuales temen convertirse en las próximas víctimas de la agresión rusa, en caso de que Ucrania caiga.
Aunque Gran Bretaña se ha ganado el corazón de los países más proucranianos de la UE, Alemania recibe cada vez más críticas por no contribuir lo suficiente a la causa ucraniana. Sin embargo, las críticas han sido menos duras con Francia, cuya economía de preguerra no estaba tan ligada a Rusia como la alemana.
De hecho, diferencias sustanciales separan a Francia y Alemania. En cuestiones geoestratégicas y en el significado de lo que ambos llaman una Europa “soberana”, Alemania está más apegada a la OTAN y a Estados Unidos, mientras que Francia se adhiere a la tradición gaullista de Europa como potencia mediadora y “equilibradora” entre las grandes potencias mundiales. También abundan las diferencias en política energética: Francia sigue apoyando la energía nuclear, mientras que Alemania se encuentra en la fase final de desnuclearización.
La cuestión sobre el envío de tanques alemanes a Ucrania subraya una cuestión más significativa sobre el futuro del liderazgo europeo, simbolizada por la famosa cita errónea que a menudo se atribuye al ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger: “¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?”. La cuestión que se cierne sobre la mente de todos es el futuro del compromiso de Estados Unidos con la seguridad europea.
Sin el paraguas nuclear de Washington, ¿intentaría Alemania desarrollar sus propias capacidades nucleares, dando lugar a una relación franco-alemana más siniestra? Los alemanes no pueden estar seguros de que Estados Unidos siga extendiendo su paraguas nuclear sobre Alemania de forma incondicional. Ningún presidente norteamericano se arriesgará a una guerra nuclear en nombre de Berlín bajo ninguna circunstancia. Contar con otra potencia nuclear, Gran Bretaña, firmemente comprometida con la defensa europea podría disipar las preocupaciones alemanas y disminuir las perspectivas de una escalada de rivalidad entre París y Berlín.
Hace sesenta años, Charles de Gaulle calificó la reconciliación franco-alemana de posguerra como el “milagro de nuestro tiempo”, tras los excesos nacionalistas de los siglos XIX y XX. En retrospectiva, el optimismo de De Gaulle no era ingenuo, ya que el Tratado del Elíseo que firmó con Konrad Adenauer en 1963 ha sobrevivido incluso a la era de ostpolitik de George Pompidou y el Canciller Willy Brandt, de relaciones “ejemplares pero no excluyentes”.
Con los periodistas y los expertos políticos centrados en los tanques Leopard alemanes y Boris de vuelta en Kiev, la verdadera pregunta que deberíamos hacernos es si lo que estamos presenciando es en realidad el primer acto del regreso de los británicos al redil de la UE, esta vez como héroes que han liderado los esfuerzos europeos para salvar a Ucrania. Esto sería sin duda, en palabras de le général, un verdadero milagro de nuestro tiempo.