La ceremonia de toma de posesión del nuevo presidente iraní, el jueves, fue un testimonio de indiferencia política y moral, de borrado de cualquier distinción entre terrorismo y democracia; fue la tumba de los derechos humanos.
La ceremonia fue acogedora porque, como es sabido, los iraníes son caballeros educados y elegantes con turbantes negros y vestidos pálidos, con sonrisas encantadoras bajo sus barbas.
Antes del evento, Irán anunció que asistirían 115 funcionarios de 73 países: 10 presidentes; 20 portavoces parlamentarios; 11 ministros de Asuntos Exteriores; otros 10 ministros; y el resto, parlamentarios de todo el mundo. Todo un éxito.
Y ahí estaba la multitud, llena de pompa y circunstancia, cuyos asientos fueron dispuestos por los anfitriones para reflejar las preferencias de Ebrahim Raisi, el nuevo presidente de la República Islámica, y naturalmente del régimen dirigido por los ayatolás, cuyas decisiones siempre son tomadas por el líder supremo Alí Jamenei.
Es él quien seleccionó a los candidatos que se presentaron a las elecciones de junio, eliminando a decenas hasta que Raisi, su elegido, fue “elegido”.
Tras la derrota de Raisi en 2017, Jamenei lo mantuvo a punto con cargos muy importantes en la judicatura, por lo que recibió reacciones horrorizadas incluso de Amnistía Internacional, por haber condenado a muerte a decenas de miles de disidentes y otros no apreciados por el régimen.
Los primeros en llegar a la fiesta -y sentados en primera fila en la ceremonia- fueron el jefe del Politburó de Hamás, Ismail Haniyeh, el líder de la Jihad Islámica, Ziad al-Nakhaleh, y el vicesecretario general de Hezbolá, Naim Qassem (cuya organización, con sede en el Líbano y respaldada por Irán, acababa de lanzar una andanada de misiles contra Israel). Todos ellos a la par y asociados al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán.
En la fila justo detrás de ellos, con corbata roja, estaba sentado Enrique Mora, vicesecretario general del Servicio Europeo de Acción Exterior, el organismo diplomático de la Unión Europea, que añadió oficialmente las organizaciones mencionadas a la lista negra de la UE y que ha estado dirigiendo a Europa en las conversaciones en Vianna para dar nueva vida al Plan de Acción Integral Conjunto, el acuerdo nuclear con Irán.
¿Qué más tiene que pasar estos días con Irán, más allá de la piratería y de un doble homicidio en aguas de Omán; más allá del uso de “proxys” como escuadrones militares en todo Oriente Medio, con armas y drones millonarios; más allá de la brutal represión contra los desesperados iraníes que se manifiestan en las plazas públicas de todo el país; más allá de la loca carrera por enriquecer uranio, mientras Raisi declara que las bombas atómicas no son compatibles con sus principios; más allá del chantaje a Estados Unidos y a los demás países que participan en las conversaciones de Viena?
Por último, pero no menos importante, ¿cómo puede Europa rendir homenaje a un país que ha hecho de la destrucción del Estado judío y del odio a Estados Unidos su principal bandera? ¿Cómo puede celebrar a un gobierno que invita y honra a quienes planean el asesinato de mujeres y niños en autobuses y pizzerías y les suministra dinero?
Los ayatolás pueden estar satisfechos consigo mismos. Mientras los terroristas ocupan un lugar destacado en la primera fila, nosotros en Europa, sin mediar palabra, nos situamos detrás de ellos en la segunda fila.