El caos político y sanitario en el que nos encontramos genera mucho ruido pero muy poca esencia. Entre los gritos en la Knesset y las confusas directrices sobre el coronavirus, una persona promueve una ideología en el fondo, en silencio, sin declaraciones.
El ministro de Defensa, Benny Gantz, el político que más ha escapado a la ira de la opinión pública, ocupa ahora un puesto clave en el que nadie -ni de la coalición ni de la oposición- se atreve a atacarle.
Gantz nos devuelve a los años 90 y a los Acuerdos de Oslo. Las reuniones halagadoras, el hablar de acciones valientes, las sonrisas forzadas y lo que dicen los funcionarios de la AP en su propio idioma, en árabe. Gantz ve pasos que generan confianza, ellos ven lucha. Gantz ve paz, ellos ven debilidad.
Mientras Gantz dice que “el responsable de enviar tropas a la batalla es el responsable de evitarla”, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, declara que “la ayuda que recibimos ayudará al palestino a mantener su tierra y le dará tiempo para seguir luchando contra la ocupación”.
La historia se repite como si no hubiéramos aprendido nada de la primera estrategia.
Los pasos para generar confianza que Gantz ha dado sin pedir nada a la AP a cambio son tres: económicos, territoriales y demográficos.
En cuanto a la economía, fueron préstamos de cientos de millones de dólares y la persuasión global para apoyar financieramente a la AP, así como la creación de acuerdos económicos que la beneficien, sin exigir que la autoridad deje de pagar salarios a los terroristas.
Gantz también dio libertad de movimiento a los empresarios palestinos sin ningún compromiso por su parte de no actuar contra Israel en el ámbito regional e internacional.
En términos de territorio, fueron los permisos para la construcción masiva en el Área C controlada por Israel, mientras se hacía la vista gorda a la toma continua de localidades judías por parte de la AP en Judea y Samaria.
Y en términos de demografía, fue la reunificación de miles de familias, cuyo significado es de decenas de miles de palestinos. Estos pasos ni siquiera el ex primer ministro Benjamin Netanyahu se atrevió a darlos.
Pero, sobre todo, Gantz está dando legitimidad y aliento a Abbas, que está liderando un movimiento mortal contra Israel en la Corte Internacional de Justicia.
Bajo Gantz, la Administración Civil -que nunca ha estado a favor de la construcción de asentamientos- se ha convertido en el enemigo de los colonos. Su objetivo es asfixiar la agricultura israelí y evacuar Homesh.
Gantz se ha convertido en el que manda y ya ha dejado claro que no tiene intención de pedir permiso al primer ministro Naftali Bennett para hacer nada, sino de “ponerse al día antes de tiempo”, al parecer, en cuanto a política y acción sobre el terreno.
Así, Gantz prepara sistemáticamente el terreno para un Estado palestino bajo la mirada de Bennett, la ministra del Interior Ayelet Shaked, el ministro de Vivienda Ze’ev Elkin y el ministro de Justicia Gideon Sa’ar, con Netanyahu aferrado a la esperanza de que algún día vuelva al poder.