La explosión en el Hospital Al-Hali en Gaza trasciende la tragedia inmediata de las vidas perdidas; se adentra en la siniestra realidad de un pueblo sacrificado por aquellos que, desde las sombras, afirman ser sus protectores: los terroristas de organizaciones palestinas.
Estos actores, lejos de ser meros “milicianos”, como los llaman los medios; son verdugos que no dudan en inmolar a su propia gente, manipulándolos como escudos humanos en una macabra puesta en escena.
Pero hay un giro aún más corrosivo en este evento: la negligencia, o peor aún, la colaboración tácita de los medios de comunicación internacionales.
Muchos, incluso aquellos de renombre, han traicionado los principios periodísticos, actuando como correas de transmisión para las mentiras manufacturadas por Hamás. Este grupo terrorista no necesita montar un aparato propagandístico propio; tiene a su disposición una legión de plataformas informativas globales que, por negligencia o conveniencia, amplifican sus patrañas.
Entonces surge la interrogante, cargada de desencanto y furia: ¿dónde está la diligencia periodística de estos medios y reporteros? ¿Dónde está su compromiso con la verdad, cuando se contentan con ser eco de organizaciones terroristas, sin la más mínima crítica o verificación?
Este no es simplemente un fallo en la comunicación; es una traición al periodismo y, por extensión, una afrenta a la sociedad. El resultado no es solo desinformación, sino que también funge de combustible para la violencia, la agitación regional y el llamado al derramamiento de sangre inocente.
Estamos, lamentablemente, ante una prensa que ha perdido su brújula moral, y que se ha convertido en instrumento de los arquitectos del terror.