“No intentes hacer demasiado con tus propias manos”, aconsejaba T.E. Lawrence en un ensayo de agosto de 1917. “Es mejor que los árabes lo hagan de forma tolerante a que tú lo hagas perfectamente”. Este es un principio clave de la guerra de insurgencia que la República Islámica de Irán ha querido aplicar en su relación con el Hezbolá libanés, especialmente a medida que su colaboración se ha extendido al ciberespacio. En lo que respecta a la estrategia de influencia, los líderes iraníes saben desde hace tiempo que, en una época en la que los actores no gubernamentales se hacen oír cada vez más y en la que se desregulan los intercambios de información, los gobiernos ya no pueden confiar únicamente en sus propios canales de comunicación oficiales para ganarse el corazón y la mente de las poblaciones extranjeras. Es probable que la difusión de contenidos ideológicos a través de las redes autóctonas tenga un impacto más profundo que a través de los canales nacionales. En la actual era de los hipermedios, trabajar con los amigos y aliados locales, con y a través de los medios de comunicación locales, es sin duda uno de los aspectos más cruciales y delicados de cualquier estrategia de ciberinfluencia creíble.
Desde su creación en 1982 con subvenciones iraníes y con el apoyo del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), el Hezbolá libanés ha sido un sustituto crucial para permitir que Irán rompa su aislamiento diplomático y extienda su huella por todo Oriente Medio “por otros medios”. El Partido de Dios ha actuado como una plataforma de influencia a través de la cual la República Islámica proyecta su doctrina ideológica a nivel regional y prolonga su estrategia de no guerra. Colaborar con este actor no gubernamental, a menudo descrito como un Estado dentro del Estado, y aprovechar sus redes es una forma de colmar las lagunas existentes entre los esfuerzos oficiales y de llegar eficazmente a los jóvenes libaneses y de Oriente Medio, a los consumidores, a los políticos, a los periodistas, a las empresas y a los creadores de opinión. Al apoyarse en el movimiento chiíta libanés para amplificar el eco de su mensaje en la proverbial calle árabe, se trata también de compensar las debilidades de Irán en los ámbitos convencionales, al tiempo que establece una frontera virtual con Israel y desafía a Arabia Saudí y a los países del Consejo de Cooperación del Golfo en su profundidad estratégica.
Desde principios de la década de 1980, Hezbolá ha reproducido con devoción el modus operandi iraní combinando los métodos clásicos de la guerra insurreccional con sofisticadas campañas de propaganda para llevar a cabo una lucha de amplio espectro contra sus adversarios estadounidenses, israelíes y saudíes. Combinando la guerra irregular y los métodos psicológicos de alta tecnología, Hezbolá es un pionero en el arte de las estrategias de influencia polifacéticas que permiten la promoción de intereses estratégicos evitando el combate frontal con adversarios militarmente superiores: “Inspirado y perfeccionado con la ayuda de Irán”, señala Ben Schaefer, “Hezbolá está trasladando sus tácticas coercitivas de las calles urbanas y los campos de batalla a las rutas de sus adversarios occidentales”. Después de utilizarlo inicialmente como un simple auxiliar de la guerrilla, Irán lo ayudó a crecer hasta convertirse en un poderoso ciberproxy capaz de magnificar el alcance del poder ideológico iraní. En la última década, este maléfico grupo se ha convertido en uno de los principales ciberprotagonistas del panorama mundial actual.
En los año siguinetes a la revolución de 1979, el régimen iraní empezó a apoyarse en su condición de faro del mundo chií para galvanizar el apoyo de bolsas de población chií en un Oriente Medio dominado por los suníes. Con 140 millones de seguidores que forman una cadena casi ininterrumpida de comunidades que se extienden desde el Mediterráneo hasta el valle del Ganges, el mundo chií constituye una formidable reserva de influencia que es tanto más estratégica para Teherán cuanto que las tres cuartas partes de las reservas de petróleo de la región se concentran en zonas pobladas en sus dos terceras partes por chiíes. En el contexto libanés, la política de divulgación religiosa de Teherán ha incluido la difusión de mensajes favorables al régimen a través de una red de mezquitas y husseiniyyas (locales de reunión religiosa), así como a través de medios de comunicación vinculados a la agencia de información de la República Islámica conocida como Islamic Republic of Iran Broadcasting. Una de las puntas de lanza de la diplomacia audiovisual de Teherán con respecto a las poblaciones locales árabes y chiítas es el canal por satélite Al-Alam (el Mundo Árabe) que transmite a su audiencia de habla árabe y chiíta opiniones favorables sobre la República Islámica. Lanzado en 2003 durante la invasión estadounidense de Irak y con oficinas en Teherán, Bagdad y Beirut, el canal de televisión iraní se enorgullece de ofrecer una alternativa a otras redes por satélite gestionadas por las monarquías del Golfo.
Sin embargo, muy pronto los responsables de la estrategia de influencia iraní se dieron cuenta de que, para salvar mejor los famosos “últimos tres pies” que se interponen entre Teherán y su público objetivo, es esencial transmitir su mensaje a través de la propia red de influencia de Hezbolá. Así pues, los patrocinadores iraníes se aseguraron de que la importante ayuda proporcionada a la milicia chiíta no sólo se utilizara para crear un ejército de varios miles de combatientes, sino que también sirviera para construir un poderoso aparato de propaganda profundamente arraigado en la sociedad libanesa. Fundada en 1991, Al-Manar (El Faro o El Minarete), la mayor y más destacada empresa de radiodifusión del Líbano, se situó rápidamente en el centro del sistema de influencia cogestionado por el Partido de Dios y sus patrocinadores iraníes. Desde el principio, el canal de televisión proiraní mostró claramente su mandato en su sitio web: “Al-Manar es la primera organización árabe que organiza una guerra psicológica eficaz contra el enemigo sionista”. El retorno de la inversión ha sido total para Teherán: Al-Manar actúa como un canal proxy de subversión ideológica que retransmite mensajes iraníes sin que sus iniciativas sean directamente atribuibles al régimen islámico. En otras palabras, un poderoso dispositivo de blanqueo de información.
Para apoyar y reforzar este tipo de asociación subversiva, Irán creó, en octubre de 2003, la Organización Nacional de Defensa Pasiva (NPDO), una organización cibernética de élite encargada de promover los intereses de Irán mediante la sistematización del “uso de medios no letales”, incluyendo la acción psicológica y el uso de conductos de medios de comunicación. Engranaje clave del programa de proyección de influencia iraní, la NPDO ha estado trabajando estrechamente con el Hezbolá libanés para promover la “doctrina de la resistencia regional”. Es sobre todo gracias a esta forma de mecanismo que Hezbolá y su canal por satélite han logrado dominar el arte de la diplomacia pública para galvanizar a las poblaciones árabes contra Washington. Tanto es así que, en 2002, varios observadores occidentales ya atribuían el nivel de odio antiamericano sin precedentes y el fracaso de la diplomacia pública estadounidense en Oriente Medio a los virulentos mensajes antioccidentales difundidos a través de medios de comunicación respaldados por Irán como Al-Manar.
La guerra de treinta y tres días entre Israel y Hezbolá en el verano de 2006 marcó un punto de inflexión en la asociación entre Hezbolá e Irán al permitir una victoria simbólica sobre Israel y las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), una victoria ganada en gran medida en el frente mediático y en el campo de batalla cibernético. “¿Cómo pueden unos cientos de guerrilleros imponer su voluntad a una potencia regional [como Israel]?”, se preguntó Ron Schleifer, de la Universidad de Ariel, inmediatamente después del conflicto. Para él, el enfrentamiento entre Israel y Hezbolá fue un ejemplo flagrante de guerra psicológica asimétrica que ilustra la forma en que un rival más débil puede nivelar el campo de juego y tomar la iniciativa a expensas de su oponente convencional. En opinión del politólogo israelí, la milicia proiraní se impuso en gran medida en esta “guerra de imágenes” al centrarse en las técnicas de comunicación y los métodos de difusión de mensajes, asegurando así una ventaja clave sobre su poderoso adversario a pesar de su falta inicial de fuerza bruta.
A falta de armas de destrucción masiva, Hezbolá se apoyó en armas de persuasión masiva para salir prácticamente vencedor de la Segunda Guerra del Líbano. En primer lugar, la milicia se benefició de un poderoso sistema de guerra psicológica supervisado por una unidad de guerra psicológica dedicada específicamente a la difusión de imágenes doctrinales y simbólicas. Como señaló en su momento el portavoz del ejército israelí, esta unidad especial gozaba de una experiencia irrefutable en el arte de actuar sobre la moral de segmentos clave de la opinión pública local, regional e internacional. Sin embargo, es el canal de televisión por cable chiíta Al-Manar el que, al constituir la pieza central de la artillería de acción psicológica de Hezbolá, resultó decisivo: fue el primer canal en anunciar el secuestro de los soldados israelíes en la frontera libanesa. Tras el “alto el fuego”, fue Al-Manar quien presentó a Hassan Nasrallah, el secretario general de Hezbolá, diciendo: “estamos al borde de una gran victoria; una victoria estratégica e histórica… un gran triunfo logrado por los combatientes de Hezbolá y sus aliados iraníes”. En el espacio de un mes y, en gran medida, gracias a la maquinaria de propaganda de Al-Manar, Hezbolá pasó de ser un simple grupo islamista armado a convertirse en el principal portavoz de la resistencia libanesa contra el “imperialismo sionista”.
Además de producir una victoria indirecta sobre las FDI, la Segunda Guerra del Líbano proporcionó al CGRI de Irán un campo de pruebas para experimentar con la llamada doctrina de la Guerra Asimétrica en Mosaico adoptada en 2005. En gran medida, es mediante la aplicación de las recomendaciones del aliado iraní que el Partido de Dios logró vencer simbólicamente a las fuerzas israelíes. No es casualidad que sólo unas semanas después del final del conflicto, el general de brigada Mohammad-Ali Jafari, comandante del CGRI, señalara que: “Como el probable enemigo está mucho más avanzado tecnológicamente que nosotros, hemos estado utilizando lo que se llama métodos de “guerra asimétrica”… Hemos realizado los ejercicios necesarios y nuestras fuerzas están ahora bien preparadas para ello”. En muchos aspectos, la guerra de 2006 resultó ser un momento crucial: Es en este punto donde especialistas como F.G. Hoffman datan la aparición de lo que acuñan como “conflictos híbridos”, es decir, aquellos que implican el uso coordinado de medios militares y no militares para conseguir beneficios en las dimensiones psicológicas de los conflictos.
La segunda guerra del Líbano, de treinta y tres días de duración, marcó también el inicio de la intensa colaboración de Irán y Hezbolá en el ciberespacio y, en particular, el descubrimiento por parte de este último de las ventajas estratégicas que ofrece la influencia cibernética, un aspecto que pasó bastante desapercibido en su momento. Durante este conflicto, la milicia chiíta comenzó a lanzar ciberataques relativamente avanzados contra sitios web israelíes y estadounidenses. Sin embargo, lo que distinguió inmediatamente a estos actos de cibersabotaje es que fueron explotados sistemáticamente como operaciones de relaciones públicas destinadas a promover la causa, la imagen y la doctrina ideológica de la milicia libanesa. Como señala Ben Schaefer, además de comprometer sitios web legítimos, estos ataques “se centraron en la difusión de la propaganda de Hezbolá”. El Partido de Dios contribuyó en gran medida a establecer una nueva tendencia híbrida, ya que el ciberejército iraní no adquirió el hábito de publicitar sus acciones con el fin de obtener beneficios psicológicos y políticos hasta principios de la década de 2010.
Sin embargo, no fue hasta 2011 cuando Hezbolá comenzó a desarrollar realmente un ciberejército comparable al de su patrón iraní. En 2010, Stuxnet, que permitió a Estados Unidos neutralizar temporalmente el programa nuclear iraní, actuó como un acelerador que empujó al CGRI a invertir masivamente en la formación y el reclutamiento de ciberexpertos. Un informe de la empresa británica de tecnología Small Media indica que, entre 2013 y 2015, el régimen islámico aumentó su gasto en ciberseguridad en un 1.200%. La nueva prioridad otorgada por Irán a la expansión de las armas cibernéticas y el notable aumento de las inversiones en este ámbito se tradujeron directamente en un desarrollo sincrónico de las unidades de acción electrónica de Hezbolá que, casi simultáneamente, aumentó sus esfuerzos de investigación y desarrollo “para sus propias capacidades cibernéticas.” Por ejemplo, es en 2015 cuando la empresa de inteligencia sobre ciberamenazas con sede en Israel, Check Point Software Technologies, localizó el nacimiento del llamado Ciberejército de Hizbulá (HCA) y el lanzamiento de su campaña Volatile Cedar, diseñada para comprometer cientos de servidores públicos israelíes u occidentales, una campaña cuyo grado de sofisticación deja pocas dudas sobre los estrechos lazos que unen al HCA y al Ciberejército del CGRI.
En la segunda mitad de la década de 2010, los líderes de Hezbolá se dieron cuenta de que, además de llevar a cabo actividades “clásicas” de ciberespionaje y cibersabotaje, la milicia también puede aprovechar las redes sociales para desarrollar y llevar a cabo operaciones de ciberinfluencia. El florecimiento de empresas como Facebook, YouTube, Telegram, WhatsApp, Signal y Twitter proporcionó al HCA la capacidad de recopilar, clasificar, procesar, transferir y mostrar información a una audiencia de escala sin precedentes con el fin de marcarse como uno de los líderes del llamado “Frente de Resistencia” antiisraelí, antisaudí y antioccidental. Dado que las principales redes sociales no le permitían tener una presencia oficial, Hezbolá adquirió rápidamente el hábito de utilizar cuentas proxy como el Twitter de Al-Manar que, a finales de la década, ya era seguido por medio millón de personas. El uso que la milicia hace de estas redes es característicamente similar al del Gran Hermano iraní: mientras que el mensaje cibernético de este último, según Schaefer, está plagado de referencias a la doctrina teológica del Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei, “el canal de YouTube publica vídeos de discursos de Hassan Nasrullah, el Secretario General de Hezbolá, mientras que las otras plataformas permiten a Hezbolá llevar a cabo la diplomacia y la intimidación a través de transmisiones en directo y mensajes en línea”. Rápidamente, la metodología de HCA se diversifica difundiendo habitualmente su mensaje a través de una miríada de células extranjeras que, aunque inactivas desde el punto de vista operativo, son especialmente activas y ruidosas en el ciberespacio. Los días de los folletos, los carteles y la vieja propaganda radiofónica parecen haber terminado.
Importado de Irán y perfeccionado a lo largo de dos décadas, el potencial de influencia cibernética de Hezbolá ha alcanzado un nivel de maduración que lo convierte en un peso pesado del ciberespacio. En gran medida, el Ciberejército del CGRI sigue proporcionando al HCA un enorme apoyo material y financiero, parte del cual ha llegado en forma de conocimientos técnicos, lo que llevó al general de división (retirado) Yaakov Amidror, antiguo asesor de seguridad nacional israelí, a caracterizar a Hezbolá como el “subcontratista” cibernético de Irán. Esta función quedó ilustrada cuando, en octubre de 2022, todas las redes sociales afiliadas a HCA se hicieron eco de las palabras de Nasrallah describiendo la muerte de Mahsa Amini como un “incidente impreciso” y restando importancia al alcance de la protesta popular en Irán. Esto, sin embargo, no impide que los expertos estén de acuerdo en que HCA se ha vuelto lo suficientemente “autosuficiente” como para operar de forma autónoma en el ciberespacio. Su autosuficiencia queda especialmente ilustrada en el campo de la guerra de la información, donde la milicia chiíta se impone ahora como agente principal de la radicalización gracias a sus crecientes capacidades de desinformación, manipulación y ciberreclutamiento.
Además de sus emisoras de radio y televisión, Hezbolá gestiona más de veinte sitios web en siete idiomas (árabe, azerí, inglés, francés, hebreo, persa y español), así como una red de medios sociales bastante compleja formada por una multitud de unidades de representación a través de las cuales puede dar un golpe de efecto muy superior a su peso y difundir propaganda antiisraelí y antioccidental a nivel regional e internacional.
Además de proyectar el poder blando de Hezbolá hacia las opiniones públicas neutrales, la armada mediática de HCA ha demostrado ser un formidable aparato de movilización y reclutamiento. El reclutamiento, que antes estaba sujeto a un control bastante largo y minucioso por parte de la Asamblea de la Yihad, se ha extendido más allá de las fronteras del Líbano y ahora se realiza a través de unidades proxy que operan a través de las redes sociales y plataformas encriptadas como WhatsApp y Telegram. Así es como la milicia chiíta recluta combatientes y ciberguerreros de países árabes, europeos y norteamericanos deseosos de unirse a la yihad virtual contra Israel, Estados Unidos y sus aliados.
Los esfuerzos de reclutamiento de HCA se duplican por el especial cuidado que se presta a la instrucción de los futuros propagandistas: con este fin, HCA organiza conferencias y campamentos de entrenamiento en el Líbano durante los cuales los aprendices extranjeros son educados en los principios fundamentales de la desinformación y la ciberinfluencia. The Telegraph informó en agosto de 2020 que: “…Hezbolá ha estado llevando a individuos al Líbano para cursos en los que se enseña a los participantes cómo manipular digitalmente fotografías, gestionar un gran número de cuentas falsas en las redes sociales, hacer vídeos, evitar la censura de Facebook y difundir eficazmente la desinformación en línea.” Más allá de la formación de ciberguerreros individuales, el objetivo es crear “granjas de trolls” y “ejércitos electrónicos” susceptibles de unirse a las filas de la coalición digital que lucha junto a Hezbolá e Irán. Una vez formados, los activistas son enviados a otros países vecinos para transmitir sus conocimientos a los ciberejércitos locales. Entre los principales beneficiarios de esta transferencia de conocimientos técnicos se encuentran los hutíes de Yemen y Kata’ib Hezbolá de Irak, que ahora dirige su propio grupo de “fachada online”. Compuesta, según los servicios de inteligencia estadounidenses, por 400 agentes, la unidad de propaganda digital de Kata’ib Hezbolá está ahora plenamente operativa e inunda activamente Facebook con cuentas falsas y promueve noticias falsas”.
No contento con propagar ciber-ejércitos por todo Oriente Medio, el HCA colabora cada vez más con el Ciber-Ejército del CGRI a escala internacional y, en particular, con el objetivo de desacreditar y desestabilizar a adversarios como Estados Unidos y los países europeos. Recurriendo a la desinformación por delegación y a las técnicas de “blanqueo de influencias”, los dos aliados chiíes están llevando a cabo conjuntamente campañas cibernéticas destinadas a sembrar la discordia en los países occidentales jugando con temas polarizantes, al tiempo que socavan activamente la fe pública en las instituciones democráticas, entre otras cosas, manipulando los resultados de los procesos electorales. Según la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, “…Irán llevó a cabo una campaña de influencia encubierta en varios frentes con la intención de socavar las perspectivas de reelección del ex presidente Trump…”, mientras que “…una serie de actores extranjeros adicionales -incluyendo al Hezbolá libanés, Cuba y Venezuela- tomaron algunas medidas para influir en las elecciones”. De forma más discreta, pero no menos ambiciosa, también se sospecha que Irán y su apoderado libanés llevan a cabo operaciones de información en varios países de África Occidental: estas iniciativas dirigidas a las poblaciones de ascendencia libanesa que viven en Senegal, Costa de Marfil, Malí, Guinea, Benín y Mauritania suponen una amenaza real y muestran el alcance de la ciberinfluencia adquirida por el Partido de Dios.
En el campo de batalla descentralizado y desregulado del ciberespacio actual, la persuasión mediante el sigilo y la movilización de socios externos se han convertido en dimensiones esenciales del juego de la ciberdiplomacia moderna. Cuando la información es abundante, los recursos escasos son la atención y la credibilidad. Los Estados que persiguen una estrategia de influencia deben alejarse imperativamente de las estructuras totalmente patrocinadas por el gobierno y cultivar alianzas con terceros encargados de llevar su mensaje ideológico al exterior. La razón es que estos aliados aportan credibilidad, un alcance adicional, una presencia omnipresente en los países de ultramar y una capacidad para crear audiencias exuberantemente receptivas. Además del relevo estratégico que Hezbolá proporciona a la República Islámica de Irán en Oriente Próximo, su asociación se ha basado en la búsqueda de este tipo de beneficios mutuos. Durante cuarenta años, Teherán ha proporcionado al Partido de Dios apoyo financiero y experiencia tecnológica, mientras que éste ha aportado su legitimidad local, sus conocimientos sobre el terreno y sus valiosas redes de influencia para difundir mejor el mensaje radical panchita y antioccidental del régimen islámico.
Contrabandeadas desde Irán y perfeccionadas a lo largo de cuatro décadas, las capacidades informáticas de Hezbolá han llegado a representar una creciente “fuerza silenciosa” que pesa cada vez más en el equilibrio internacional del poder blando. Como señala el analista de ciberamenazas Emilio Iasiello, “la culminación de los acontecimientos [recientes] revela cómo un grupo no estatal, respaldado por los recursos financieros y materiales de un Estado nación, puede desarrollar rápidamente una capacidad madura que aprovecha todo el alcance de las operaciones en el entorno de información más amplio”. Emulando el modelo de propaganda iraní y absorbiendo las lecciones proporcionadas por el Ciber-Ejército del CGRI, adoptando las mejores prácticas tanto de adversarios como de aliados, aprendiendo de las campañas de desinformación dirigidas a Estados Unidos y Europa, el HCA se está estableciendo cada vez más como un actor autónomo en el ciberespacio capaz de tomar la iniciativa y llevar a cabo importantes operaciones de influencia tanto en Oriente Medio como en otras regiones del mundo. Su capacidad para trabajar en sinergia con Estados amigos y para engendrar otros ciberejércitos capaces de imitar sus métodos subversivos de influencia no es simplemente preocupante, sino alarmante.