Mucho antes de la invención de los vehículos de conducción automática y la robótica, los judíos concibieron la idea de la vida hecha por el hombre.
La inteligencia artificial (IA) se está volviendo tan avanzada ahora que es concebible que las máquinas no solo puedan reemplazar a los humanos en la mayoría de los trabajos, sino que realmente desarrollen una inteligencia superior a la de los humanos. Las máquinas serán capaces de diseñar máquinas.
Este desarrollo es un peligro tan grande como cualquier desafío que enfrentemos hoy en día. El hecho de que los humanos cedan el control de la vida a las máquinas es una amenaza para toda la humanidad. Esto no es ciencia ficción; es real, y es inminente.
Actualmente no hay reglas globales sobre el desarrollo de la IA, ni normas o restricciones éticas. Y no hay ningún esfuerzo organizado o movimiento político para exigir que se apliquen normas éticas y morales a la investigación en este campo.
Las fuentes judías no pudieron prever la IA, pero sí percibieron un nivel de vida entre el humano plenamente desarrollado y los animales, el Golem.
Hay muchas interpretaciones talmúdicas y cabalísticas diferentes del Golem. Una sugiere que Dios creó a Adán así como el Golem; otra tradición dice que Adán era un Golem antes de que Dios le diera vida y un alma. Todos parecen estar de acuerdo en que el Golem representa un ser limitado, inacabado e incompleto.
En una encarnación posterior, el Golem adquiere un aspecto ominoso, ya que escapa a su creador y aterroriza a la comunidad. Esta versión inspiró a los escritores, incluyendo a Mary Shelley, que escribió la famosa novela Frankenstein.
Según esta leyenda, el Golem es un gigante creado por un rabino que inscribió la palabra EMET (verdad en hebreo) en su frente, que le dio la vida. El gigante se vuelve invencible e incontrolable. En un intento desesperado de restaurar el orden, el rabino encuentra la manera de eliminar la primera letra de la palabra EMET, dejando las letras MET (muerte) y el Golem muere.
El punto de la historia es que una vez que el monstruo se sale de control, solo su creador puede encontrar una manera de deshabilitarlo.
En la historia reciente, durante la proliferación de armas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la civilización misma estaba en peligro, uno de los creadores de la bomba nuclear, Robert Oppenheimer, alertó al mundo del peligro y trabajó para que su uso fuera restringido a través del Tratado de No Proliferación Nuclear. ¿Dónde está el Robert Oppenheimer de hoy? ¿Quién desactivará al monstruo de hoy que está a punto de devorarnos?
En la sociedad secular de hoy, ¿quién planteará el tema de la moralidad y la responsabilidad? Lord Jonathan Sacks, antiguo Gran Rabino del Reino Unido, nos recuerda que la religión se ocupa de los límites morales del poder. Sólo porque podamos hacer algo, no significa que debamos hacerlo: “Tenemos el poder, pero no el permiso; tenemos la capacidad, pero no el derecho”.
En el Jardín del Edén, Adán y Eva podían participar de absolutamente cualquier cosa excepto el fruto de un árbol, curiosamente llamado el Árbol del Conocimiento. La mente moderna y científica rechaza la idea de que cualquier conocimiento está fuera de los límites, pero incluso en el Paraíso, hay un fruto prohibido.