Estados Unidos lleva casi 15 años pivotando hacia la región del Indo-Pacífico, identificando a China como su principal desafío estratégico. Ni siquiera la invasión rusa de Ucrania desalojó a China de ese estatus, lo que fue confirmado por el secretario de Estado, Blinken en su discurso del 26 de mayo en la Universidad George Washington.
La declaración de Blinken es la hoja de ruta de la administración Biden para tratar con China. Allí la etiquetó como “el desafío más serio a largo plazo para el orden internacional” y la catalogó como el “único país que tiene tanto la intención de remodelar el orden internacional como, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”.
Al decir esto, Blinken admitió el rápido progreso de China hacia la visión de su presidente de convertirse en “un líder global de fuerza nacional compuesta e influencia internacional”. Blinken acusó al presidente chino de que su país se ha vuelto “más represivo en casa y más agresivo en el exterior” y esbozó cómo va a hacer frente Estados Unidos al desafío chino.
Lo intrigante de la declaración es que, mientras Blinken exponía el trasfondo ideológico y práctico del choque de las dos civilizaciones, aclaraba que EE. UU. no tiene ningún deseo de transformar el sistema político chino. Y reconocía la necesidad de “trabajar juntos en cuestiones que importan a… la vida de la gente de todo el mundo”.
Las dos vías son importantes para Israel, y cada una conlleva riesgos y oportunidades. Aunque Blinken habló de “alinearse con nuestros aliados y socios”, sin esperar que todo el mundo comparta la valoración de Estados Unidos al tratar con China, funcionarios israelíes y estadounidenses, pasados y presentes, han aludido a los planteamientos de Estados Unidos sobre la cooperación con China en cuestiones relativas a las inversiones chinas y la participación de empresas chinas es proyectos de infraestructuras como puertos, ferrocarriles y centrales eléctricas.
Incluso si Israel hubiera querido impedir que las empresas chinas ganaran las licitaciones de forma justa, optar por empresas estadounidenses era totalmente teórico: ninguna estaba interesada.
Además, no todos los proyectos de infraestructuras en Israel son sensibles desde el punto de vista de la seguridad, pero una política prudente debería impedir la concentración de proyectos de infraestructuras en manos de empresas de un solo Estado, ya sea chino o canadiense.
Mucho más delicada desde el punto de vista político, técnico y económico es la batalla entre Estados Unidos y sus aliados frente a China por la cibernética en general y el campo de los semiconductores en particular. Esa es la esencia y la razón de la rivalidad: alcanzar la supremacía sobre la inteligencia artificial, la computación cuántica y el G6 y G7 en las comunicaciones.
Israel está en este campo de batalla al ser un exportador de semiconductores a China. Irónicamente, la mayor parte de este artículo de exportación es producido por Intel Israel. Es un importante empleador y un gran exportador de microprocesadores. Gracias a la reciente adquisición de Tower, Intel aumentará su participación en el sector de los semiconductores israelíes y en las exportaciones.
A medida que la guerra cibernética se calienta, Intel Israel puede verse presionada por Washington para buscar mercados alternativos fuera de China, lo que puede convertirse en una operación complicada e incluso dolorosa. Las declaraciones contenidas en el discurso de Blinken de trabajar con los aliados y tener en cuenta sus intereses se pondrían entonces a prueba. Dado que Intel Israel es una filial de Intel Inc. puede llegar a ser crucial para la industria israelí y especialmente para el sector de la alta tecnología.
Sin embargo, Blinken señaló que EE. UU. “trabajará junto a Pekín cuando nuestros intereses coincidan”. Estos intereses incluyen el clima, el COVID-19, la no proliferación, las drogas ilegales y la seguridad alimentaria mundial, e incluyó la coordinación macroeconómica entre las dos economías gigantes como clave para la recuperación económica del mundo.
Estas áreas son relevantes para Israel, y el éxito de la cooperación entre EE. UU. y China a la hora de abordarlas va en detrimento de Israel y de su capacidad para hacer frente a sus retos de seguridad, como un potencial Irán nuclear, los retos regionales y la inestabilidad causada por la escasez de alimentos y otros productos provocada por el hombre, el cambio climático y una economía mundial desordenada.
Cincuenta años después del histórico avance en las relaciones entre China y Estados Unidos, las dos superpotencias necesitan otro. El actual secretario de Estado de EE. UU. ha sentado las bases para otro acto audaz de los dos países.
Hace cincuenta años, Israel era un mero espectador de los acontecimientos. Ahora es un actor, aunque modesto, y se enfrenta a las consecuencias concretas de un fracaso o un éxito de China y Estados Unidos en la gestión de su competencia.