Ahora que se ha promulgado el primer proyecto de ley de la reforma judicial y que la Knéset entra en receso, los dirigentes israelíes esperan que las relaciones con la Casa Blanca sean menos agitadas. Que haya espacio para abordar asuntos urgentes como la cuestión nuclear iraní, las acciones de Hezbolá en la frontera norte y quizá la ampliación de los Acuerdos de Abraham.
Como le dijo el presidente Joe Biden al presidente Isaac Herzog en su reunión de la semana pasada, la preocupación de Israel por la reforma judicial ha estado restando atención a otros asuntos candentes y ha llegado el momento de aunar fuerzas en los retos diplomáticos. El dirigente estadounidense no se ha puesto en contacto con Herzog desde el regreso de este a Israel, no obstante, ha seguido transmitiendo su mensaje a través de diversos canales y periodistas.
Israel está satisfecho con la reacción de EE. UU. a la aprobación del proyecto de ley el lunes, ya que la declaración de la Casa Blanca carecía de amenazas de una posible crisis en las relaciones; solo dijo que la medida era “desafortunada”. Si Israel consigue que este nivel de fricción no vaya a más, podría ser un buen augurio para el alcance del daño que futuros proyectos de ley judicial podrían infligir a las relaciones.
A todos los efectos, Estados Unidos se ha inmiscuido en los asuntos legislativos israelíes y en una crisis interna que no guarda relación con su política exterior. Herzog, de visita en Washington, dijo que la conducta de Biden demostraba que el 46 presidente se preocupaba por Israel como de la familia, ya que es uno de sus mayores partidarios. Pero, ¿es así como debe llevarse a cabo la diplomacia entre dos amigos? Difícilmente. De hecho, lo que involucró a Estados Unidos en este asunto interno fue el bando contrario a la reforma, que prácticamente le invitó a hacerlo. El respaldo de Biden a ese bando, en sus reuniones con Thomas Friedman y en sus diversas declaraciones sobre la necesidad de alcanzar un amplio consenso, fue el revulsivo que envalentonó a la oposición e hizo casi imposible el compromiso.
¿Por qué deberían hacer concesiones Yair Lapid o Benny Gantz si el presidente estadounidense dice que el proyecto de ley no debe seguir adelante? ¿Por qué dejar que el gobierno electo apruebe un proyecto de ley con su considerable mayoría en la Knéset (64 escaños de 120 no es una escasa mayoría, a pesar de lo que afirma la Casa Blanca) si Estados Unidos les cubre las espaldas?
Todo el mundo está de acuerdo en que la situación geopolítica de Oriente Próximo es compleja. La región está experimentando un gran cambio a medida que China hace incursiones e Irán amplía su alcance añadiendo más miembros a su club de tiranos. Teherán avanza hacia la nuclearización y aún no existe ninguna fórmula —diplomática o militar— que pueda detener su progreso. Israel podría verse inmerso en una guerra multiterritorial que sería desencadenada por Hezbolá. Es hora de que Biden y los suyos cambien de marcha y pongan en primer plano estas cuestiones acuciantes en lugar de centrarse en la agenda legislativa de Israel.