En las décadas transcurridas desde la publicación del diario de Ana Frank, los lectores de todo el mundo han quedado cautivados por su historia. La escritura sincera y sin filtros de Frank, junto con el hecho de que no era particularmente una judía religiosa, la convirtieron en una figura con la que podían identificarse tanto los judíos como los no judíos. Hoy, su diario sigue siendo una de las obras literarias más poderosas para ayudar a la gente a entender los horrores del Holocausto, el genocidio y la importancia de luchar contra la opresión.
Pero así como es fácil conectar con Frank, también es fácil atacarla.
A lo largo de la historia, el antisemitismo siempre ha cambiado de forma para adaptarse a los objetivos políticos y sociales de quienes lo han empleado. Hoy en día, los intentos de apropiarse, tergiversar e insultar la memoria de Frank ya no pueden dejarse de lado como incidentes aislados. Más bien, forman parte de una siniestra campaña para insensibilizar a la gente sobre los peligros del antisemitismo.
El ejemplo más reciente y destacado se produjo la semana pasada, después de que un distrito escolar de Fort Worth (Texas) decidiera reintroducir en sus aulas una edición de novela gráfica del diario de Ana Frank. Al leer la noticia, me sentí aliviado de que las futuras generaciones de estudiantes no se vean privadas de la oportunidad de conocer la desgarradora historia de una joven judía que pereció en el Holocausto. Sin embargo, ese alivio dio paso a la preocupación por la insinuación de que la existencia del diario de Ana Frank en las escuelas era de algún modo objeto de debate.
Al otro lado del charco, la degradación del legado de Frank no es mucho mejor. El mes pasado, la fundación londinense Anne Frank Trust UK -que lleva el nombre de una de las víctimas más famosas del Holocausto y que educa a los adolescentes sobre los prejuicios- se vio obligada a pedir disculpas tras invitar a Nasima Begum a impartir un taller de narración. El historial de retórica antisemita de Begum incluye justificar los ataques con cohetes de Hamás, comparar a los judíos con los nazis y llamar a los partidarios de Israel “escoria sionista”. Si bien la cúpula directiva atribuyó esta invitación a una falta de diligencia, es sólo uno de una serie de errores dentro de esa organización.
En noviembre de 2021, el grupo invitó a la escritora Onjali Raúf a hablar en un panel sobre “el poder de la bondad”, a pesar de los comentarios que hizo comparando a los judíos que bailaban en el Muro Occidental el Día de Jerusalén mientras se producían enfrentamientos en el Monte del Templo, con las atrocidades que los judíos soportaron en la Alemania nazi. En el Día Internacional de la Mujer, el pasado mes de marzo, el grupo también promocionó a Alice Walker, una novelista estadounidense que ha apoyado a teóricos de la conspiración antisemita como David Icke. Y luego está la Directora Adjunta para el Empoderamiento de la Juventud, Amna Abdullatif, cuyos apoyos pasados en Twitter al ex líder del Partido Laborista y ardiente antisemita Jeremy Corbyn deberían atraer la ira de cualquier grupo de defensa contra la intolerancia.
En las redes sociales, se ha desarrollado una escena inquietante totalmente diferente. El mes pasado, Ana Frank fue tendencia en Twitter cuando algunos usuarios la acusaron de haber tenido “privilegio blanco”. Afortunadamente, la reacción fue rápida, ya que personas de ambos lados del espectro político se apresuraron a condenar esta atroz teoría. La falta de honestidad intelectual que supone imponer nuestro discurso actual sobre la “blancura” al Holocausto es asombrosa si se tiene en cuenta que casi un tercio de la población judía fue asesinada porque no era “blanca” o aria.
Estos preocupantes sucesos no terminan aquí. En 2020, el líder de la secta comunista negra Black Hammer, Gazi Kodzo, se puso en evidencia después de llamar a Ana Frank “Becky”, un término peyorativo utilizado para describir a una joven blanca que tiene un racismo inconsciente. El otoño pasado, un administrador de una escuela cercana a Southlake, Texas, recomendó a los profesores que ofrecieran a los alumnos libros que presentaran puntos de vista “opuestos” sobre el Holocausto. Y en el ejemplo más cruel, un bar de Rhode Island compartió en Internet una foto de Ana Frank con un pie de foto sobre una reciente ola de calor (cuando se le pidió un comentario, el propietario del bar se retractó, calificando el meme de “divertido”).
Durante miles de años, los judíos han sido objeto de teorías conspirativas y chivos expiatorios de diversos males sociales. Así que, aunque me alegra que tantos compartan la indignación por los recientes incidentes, es fundamental que no los veamos como hechos independientes que merecen un simple tirón de orejas o un ataque en las redes sociales. Aunque es probable que Ana Frank no tuviera la intención de ser la cara pública del antisemitismo, no podemos permitir que los fanáticos y los antisemitas degraden o deslegitimen su legado y su importancia para la comunidad judía.