Cuando el presidente iraní Hassan Rouhani deje su cargo hoy jueves, lo hará sabiendo que sus ocho años de mandato han sido poco más que un abyecto fracaso, tanto en el país como en el extranjero.
En 2013, cuando Rouhani, de 72 años, se convirtió en el séptimo presidente iraní tras la revolución, su principal promesa de campaña fue mejorar el bienestar económico del país. Además, prometió adoptar un enfoque más liberal en la política interior y tratar de forjar un compromiso más constructivo con el mundo exterior.
Ocho años después, con la economía iraní de rodillas y el país enfrentándose a un mayor aislamiento internacional, Rouhani se encuentra abandonando su cargo con su reputación hecha añicos y el régimen islámico gobernante enfrentándose a una batalla desesperada por la supervivencia.
Tal vez la mayor acusación de los años de desgobierno catastrófico de Rouhani es que va a ser sustituido por Ebrahim Raisi, conocido universalmente por los iraníes como el “Carnicero de Teherán”.
La victoria de Raisi en las elecciones iraníes de junio, indiscutiblemente amañadas, debe verse no tanto como una victoria de los radicales partidarios del Líder Supremo, Alí Jamenei, sino como un intento desesperado de los partidarios de la línea dura del régimen por proteger la revolución islámica de los crecientes disturbios.
Por este motivo, el Consejo de Guardianes, el organismo controlado por Jamenei que supervisa las elecciones en Irán, se aseguró de que solo se presentaran a las elecciones un número de partidarios de la línea dura del régimen elegidos a dedo, y ni siquiera se permitió que se presentaran antiguos leales al régimen, como el ex presidente del Parlamento Ali Larijani.
El éxito de Raisi en las elecciones, en las que se le presentaba claramente como el candidato preferido de Jamenei, se debió principalmente a su inflexible etapa como ex presidente del Tribunal Supremo, así como a su notorio papel de supervisor de la ejecución de miles de presos políticos en la década de 1980.
Por consiguiente, bajo la presidencia de Raisi, es probable que Irán adopte un enfoque mucho más duro con el mundo exterior, lo que no augura nada bueno para los intentos del presidente estadounidense Joe Biden de reactivar el controvertido acuerdo nuclear con Teherán.
En un indicio del enfoque más agresivo de Irán, Estados Unidos y Gran Bretaña acusaron esta semana a Irán de lanzar un ataque con drones contra un petrolero gestionado por Israel en el Golfo de Omán la semana pasada, en el que murieron un guardia de seguridad británico y un miembro de la tripulación rumano. El primer ministro británico, Boris Johnson, denunció el incidente como un ataque “indignante” contra la navegación internacional.
El hecho de que Rouhani renuncie a su cargo en un momento de crecientes tensiones entre Teherán y Occidente, junto con el colapso de la economía iraní, refleja el alcance de su fracaso en el cumplimiento de cualquiera de sus promesas electorales como presidente.
En primer lugar, el principal objetivo de Rouhani tras llegar a la presidencia en agosto de 2013 era reconstruir las perspectivas económicas del país tras años de declive, causadas principalmente por las sanciones económicas impuestas por las controvertidas políticas aplicadas por su predecesor, Mahmud Ahmadineyad, en relación con el programa nuclear iraní.
Al mismo tiempo, Rouhani se presentaba como un liberal comprometido con la relajación de algunos de los requisitos más gravosos del régimen, como la exigencia de que todas las mujeres lleven velo. Sin embargo, ahora que Rouhani se prepara para dejar su cargo, es evidente que ha fracasado en todos los niveles.
Su tan cacareado programa de reformas no ha conseguido nada. Un movimiento que se oponía a obligar a las mujeres a llevar velo en los espacios públicos fue rápidamente aplastado en 2018, mientras que los intentos de liberar a los principales reformistas, como el ex primer ministro iraní Mir Hossein Moussavi, del arresto domiciliario, quedaron en nada.
Además, lejos de supervisar un alivio del régimen represivo iraní, Rouhani ha presidido una serie de brutales medidas de represión contra los manifestantes antigubernamentales, que se han saldado con cientos de muertos y miles de activistas encarcelados.
Sin embargo, el mayor fracaso de la era Rouhani ha sido, con mucho, su incapacidad para reactivar la economía iraní, una ambición que se ha visto socavada por la actitud de su gobierno hacia el controvertido acuerdo nuclear que Teherán acordó con la administración Obama en 2015.
Según los términos del acuerdo, que supuso el levantamiento de las sanciones punitivas a cambio de que Irán congelara sus actividades de enriquecimiento nuclear, se suponía que Irán debía adoptar un enfoque más constructivo en sus relaciones con el mundo exterior y utilizar los 150.000 millones de dólares que se calcula que recibió para reconstruir la economía.
En lugar de ello, el régimen de Rouhani utilizó los fondos para financiar sus esfuerzos por expandir su influencia maligna en Oriente Medio, lo que llevó al ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a retirarse del acuerdo y reimponer sanciones punitivas contra Teherán. En consecuencia, Irán se enfrenta ahora a su peor crisis económica en décadas -el valor del rial se ha reducido a la mitad en el último año y la inflación ronda el 20 por ciento-, con el resultado de que el régimen se encuentra ahora bajo una fuerte presión.
Así que, lejos de ser el presidente que transformó la suerte de Irán para mejor, Rouhani será recordado para siempre como uno de los líderes más desastrosos de la historia del país.