No le fue fácil ni a Chávez ni a Maduro y a sus asociados desplegar el proyecto de poder dictatorial que hoy vemos en Venezuela tras 25 años de maniobra. De hecho, hubo momentos —aunque pocos— en los que casi descarrilan el “proceso revolucionario” e infiltrado, en la inadvertida e ingenua democracia representativa venezolana.
Como hemos apuntado en varias oportunidades, el chavismo contó con elementos determinantes que jugaron a favor de su sobrevivencia. Internamente, la violencia política y la violencia criminal se trenzaron a través de fuerzas oficiales y grupos irregulares que además nunca hicieron de lado el componente ideológico; aquel que les dio un marco justificatorio y el soporte narrativo a la lucha antiliberal y “antiimperio” que decían impulsar (aunque el plan de fondo era conectarse a la red imperialista cubana, rusa, china, iraní y norcoreana). El resultado fue la consolidación de un orden criminal con poder político bajo la conducción de una alianza civil, militar y policial tremendamente letal e irremovible.
Debe decirse que hubo un elemento importante no menor: el de las falsas oposiciones internas, creadas con audacia no solo para aparentar competencia democrática, sino también para dividir a los antagonistas y usarlos en cuantas falsas mesas de diálogo y negociación montaron. Estos opositores simulados (en pose “centrista”) hicieron también un control de daños crucial en el sentido de mantener a salvo a otro de los culpables del desastre venezolano: el socialismo estatista. Era y es hasta hoy, pues, fundamental para las izquierdas, que el componente ideológico salvara cabeza en el caso de que el proyecto se derrumbara. A veces se olvida que el problema central es esencialmente ideológico; de ahí las líneas divisorias, las pulsiones y las medianías que los países han adoptado en este caso a lo largo del tiempo en Latinoamérica y el Caribe.
En el frente externo también el régimen venezolano contó con puntos de apoyo geoeconómicos y geopolíticos (incluso hasta las redes de terrorismo internacional como el de las FARC, el ELN y Hezbolá). Pero ha sido puntualmente la diplomacia la que ha mostrado quizá la más presentable herramienta funcional a su permanencia. Una diplomacia inútil, llena de ambigüedades, de avances y retrocesos contradictorios y de enormes hipocresías a la hora de defender operantemente y con resultados a la democracia y las libertades cercenadas.
Cada vez más una creciente opinión pública en las democracias abiertas van confirmando la inutilidad de los tiempos, los ritmos y las formas diplomáticas (alquiladas a veces por debajo de la mesa, como ha pasado con las islas caribeñas ansiosas de los petrodólares de Caracas) para enfrentar a regímenes políticos narcodelictivos. ¿Qué justificaciones darán los “expertos internacionalistas” y los embajadores políticos o de carrera iniciando este 2025 y nuevamente se constate que el chavismo —salvo prácticamente un milagro— no pudo ser removido? ¿Cuál es el límite de tolerancia que las sociedades crecientemente indignadas pondrán a esa relajada diplomacia facilitadora que solo otorga tiempo y recursos narrativos a los declarados enemigos de las democracias liberales?
El serio problema de los cubanos, venezolanos y nicaragüenses hace tiempo que dejó de ser solo de ellos. Son víctimas de las tres represivas y longevas tiranías del continente. Fue lamentable por ello escuchar al canciller peruano Elmer Schialer decir —al asumir el cargo hace cuatro meses— que los venezolanos deben resolver solos sus problemas. Esto ha relajado la postura abierta y pertinentemente anticastrochavista del Perú impulsada por su antecesor González Olachea.
El primero de enero del nuevo año, las duras críticas no tardaron por redes, luego que la Cancillería en Lima saludara en su “Día Nacional” al desgobierno de Díaz Canel que aún controla la “República de Cuba”. Lo cierto es que en Cuba no hay ni República ni democracia, solo un pueblo avasallado. Desearle “prosperidad” a un salvaje totalitarismo comunista muestra cómo se sigue siendo cómplice con ese poder y cómo se ha normalizado su existencia.
A ver si el canciller de Boluarte y del premier Adrianzen (otrora escudero de los financiados chavistoides Nadine y Ollanta) lo entiende de una vez: todas las estructuras de poder —civil y militar— que orbitan alrededor del castrochavismo regional representan o están conectadas a brutales dictaduras de largo alcance que aprendieron a moverse audaz e inescrupulosamente entre los pasillos alfombrados de las “relaciones internacionales” y la inútil “diplomacia” sonriente.
Hace rato fue hora de cancelar las complicidades y apoyar con acciones y en voz alta —y chancando la mesa— a los cubanos, venezolanos y nicaragüenses que luchan por su libertad.