Si no se hubiera producido la invasión rusa de Ucrania, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, podría no haber aterrizado en Israel el miércoles. Tampoco seguiría hasta Riad para acabar con el ostracismo del príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman (MBS), el gobernante de facto de Arabia Saudita y aspirante a reformista. Una reunión con MBS nunca habría entrado en la mente de Biden antes de la invasión rusa, dada la reacción internacional al asesinato saudí del periodista Jamal Khashoggi. De hecho, Biden sigue intentando restar importancia a la próxima reunión y presentarla como un encuentro casual con el rey saudí y varios dignatarios.
Pero todo el mundo sabe que, en Arabia Saudita, MBS es el jefe. Y Biden sabe que los estadounidenses están pagando ahora cinco dólares por galón de gasolina y se preparan para votar en las próximas elecciones de mitad de período. Se avecina un invierno en el que no solo habrá falta de suministros energéticos, sino también una inflación y un desempleo galopantes. Biden, en su desesperada necesidad de éxito, está mirando hacia Oriente Medio y MBS.
Israel, por supuesto, está desplegando la alfombra roja para Biden. El primer ministro israelí, Yair Lapid, entusiasmado por recibir al presidente, está preparando su discurso de bienvenida, y se están bloqueando las calles. Biden permanecerá en Israel tres días enteros -una relativa eternidad-, pero su visita no tiene que ver realmente con el Estado judío.
En primer lugar, Biden quiere mostrar al mundo que Putin no es el número uno. Quiere demostrar que el líder ruso no domina Oriente Medio a pesar de los estrechos vínculos de Putin con el régimen de Assad en Siria y, sobre todo, con Irán.
En segundo lugar, Biden está desesperado por convencer a MBS de que aumente la producción de petróleo para que bajen los precios, y animarle a normalizar las relaciones con Israel uniéndose a los Acuerdos de Abraham. Esto también serviría para reafirmar el poder estadounidense en Oriente Medio, que comenzó a declinar bajo la desastrosa política de desvinculación de la región del ex presidente Barack Obama.
Biden sabe que, de alguna manera, debe iniciar el proceso de revertir ese declive. La debilidad estadounidense en Oriente Medio provocará más desastres, como la retirada de Afganistán, que destruyó los índices de aprobación de Biden. Es probable que el presidente crea que el declive sólo puede revertirse mediante un acontecimiento importante y sensacional que reafirme la primacía estadounidense en la región, como por ejemplo la incorporación de los saudíes a los Acuerdos de Abraham.
Es un trago amargo, quizás, para alguien que tardó demasiado en señalar su apoyo a los Acuerdos, probablemente porque eran obra de Benjamin Netanyahu y Donald Trump. No obstante, las posibilidades de éxito de Biden no son grandes: Arabia Saudita debe defender su posición como custodio de los lugares más sagrados del Islam, y no estará dispuesta a normalizar inmediatamente las relaciones con Israel.
No obstante, Israel espera que así sea, y Biden parece tener también esperanzas. En un editorial de The Washington Post, el presidente dijo que su próximo vuelo directo de Israel a Arabia Saudita será “un pequeño símbolo de las incipientes relaciones y pasos hacia la normalización entre Israel y el mundo árabe, que mi administración está trabajando para profundizar y ampliar”. Sin embargo, Biden querrá algo de Israel a cambio, a saber, algún tipo de negociaciones con los palestinos, la demanda estándar de la izquierda.
Ayer, Lapid hizo un gesto en esa dirección, haciendo una llamada telefónica al líder de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, y otra al rey Abdullah de Jordania. Lapid deseó “unas felices fiestas” a todos los musulmanes que celebran el Eid al-Adha. Esperamos que sea alegre.
Mientras tanto, sin embargo, Israel se enfrenta a la vieja pregunta: ¿En qué momento la amenaza nuclear iraní será demasiado grande para ser abordada con meras palabras? ¿Cuándo será el momento de actuar? Lapid y Biden sin duda discutirán esto, y cuando lo hagan, Israel debería recordar que es fuerte y Biden no.