Las protestas en Irán han entrado ya en su octava semana. Todavía no hay señales de que la determinación de los manifestantes esté decayendo. La situación parece desmentir directamente las afirmaciones del presidente iraní, Ebrahim Raisi, durante el fin de semana, de que las ciudades de Irán estaban “sanas y salvas”.
Desde sus inicios en la provincia iraní del Kurdistán, las manifestaciones se han extendido por todo el país. El Instituto para el Estudio de la Guerra, con sede en Estados Unidos, que ha seguido de cerca la evolución de la situación, ha contabilizado al menos 30 protestas en 15 ciudades de 11 provincias de Irán en los primeros días de noviembre.
Entre ellas, una huelga comercial en Saqqez, ciudad natal de Mahsa (Zhina) Amini, cuya muerte a manos de las autoridades desencadenó los actuales disturbios. Los estudiantes se manifestaron en diversos lugares de Teherán. Mashhad, Sanandaj, Mariwan y muchas otras ciudades fueron testigos de los disturbios.
Los cánticos de los manifestantes ya no se limitan a pedir el fin del uso obligatorio del hiyab, ni tampoco al llamamiento genérico de “Mujer, vida, libertad”, que originalmente era un lema revolucionario kurdo que los manifestantes iraníes hicieron suyo.
Más bien, los manifestantes piden ahora abiertamente el derrocamiento del régimen islámico, que ha gobernado Irán durante los últimos 40 años. Ahora, según múltiples informes, se escuchan con frecuencia consignas como “muerte al dictador” y “muerte al sistema”.
Los métodos habituales empleados por el régimen para la rápida dispersión de las protestas, mientras tanto, no parecen estar funcionando. En el pasado, el cierre de Internet en amplias zonas del país y el empleo de la fuerza extrema sirvieron para poner fin a los períodos de protesta. De esta manera, en 2009 y luego en 2019, el régimen logró sofocar manifestaciones generalizadas.
Esta vez, también, el enfoque del régimen ha estado muy lejos de ser comedido, y está incluyendo el uso de munición real contra manifestantes desarmados. Iran Human Rights, una organización de derechos humanos con sede en Oslo, calcula que hasta el 6 de noviembre las autoridades iraníes habían matado a 186 personas en sus esfuerzos por sofocar las protestas.
La organización, en particular, también registra otras 118 muertes de manifestantes en Sistán y Baluchistán. En esta remota provincia de mayoría suní, alejada de los ojos del mundo, las autoridades iraníes parecen estar adoptando tácticas más duras.
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En Sistán y Baluchistán también parece haber incidentes de resistencia armada. En el último de ellos, cuatro policías fueron asesinados a tiros en un puesto de control en la carretera Iranshahr-Bampur de la provincia.
Algunos observadores han sugerido que la alta representación de mujeres en las protestas en muchas partes del país está sirviendo para evitar la aplicación de tácticas más duras y brutales por parte de las autoridades.
Sea o no así, es un hecho que la situación en Irán parece acercarse a un punto de inflexión. Las autoridades no han conseguido detener las protestas. El régimen es incapaz de tolerar indefinidamente una situación de perturbación y desorden generalizado y continuo, que por su propia naturaleza socava su autoridad.
Pero los manifestantes tampoco han conseguido aún plantear realmente la cuestión del poder en Irán. Es decir, el nivel de presión que se ejerce actualmente contra el régimen no se acerca ni de lejos a la cantidad que sería necesaria para amenazar su continuidad.
No existe actualmente en Irán ningún liderazgo revolucionario capaz de dirigir las manifestaciones en curso y de enfocarlas como parte de un plan para la toma del poder. Esta naturaleza incipiente y descentralizada de las protestas ha sido muy comentada por los observadores. Muchos han considerado que esto forma parte del carácter “Generación Z”, “TikTok”, de este levantamiento, que representa la entrada de una nueva generación de activistas sin miedo en el escenario iraní. Aunque esta caracterización puede ser acertada, hay que tener en cuenta que, en última instancia, para tomar el poder es necesario un movimiento organizado, con aspectos políticos y probablemente también militares.
Además, todavía no hay signos visibles de grietas y fisuras graves en las fuerzas de seguridad iraníes, un requisito necesario para cualquier posibilidad de derrocar al régimen.
Así pues, Irán se caracteriza hoy por un malestar continuo y generalizado, a un nivel intolerable para las autoridades. Pero todavía no se encuentra en lo que podría llamarse una situación prerrevolucionaria.
Las protestas iraníes aún no se han convertido en una revolución
Esto significa que tanto las autoridades como los manifestantes se enfrentan a decisiones difíciles en la fase que se abre ahora. Las autoridades tienen que encontrar la manera de deslegitimar a los manifestantes como preludio al uso de una mayor fuerza.
Un reciente informe del Wall Street Journal revela indicios de que el régimen puede estar planeando conseguirlo aumentando artificialmente las tensiones regionales, para distraer la atención y presentar a los manifestantes como antipatrióticos y separatistas. Según el informe, el régimen podría estar planeando un ataque militar inminente, ya sea contra Arabia Saudita o contra objetivos en el Kurdistán iraquí.