Hay relatos que, como susurros apenas audibles, recorren los corredores del tiempo, esperando ser descubiertos. Uno de estos episodios, sorprendentemente desconocido para muchos, concierne a la implicación cubana en una guerra muy lejana de sus costas: la Guerra del Yom Kippur de 1973.
Para comprender la magnitud de este acontecimiento, primero debemos retroceder al escenario previo. El Medio Oriente, en la década de los 70, era un hervidero de tensiones. Israel, tras su triunfo en la Guerra de los Seis Días de 1967, había ampliado su territorio. Sin embargo, la humillación sufrida por las naciones árabes, especialmente Egipto y Siria, clamaba por redención. Para ellas, era una cuestión de honor nacional y de afirmación de la identidad árabe.
La oportunidad para esta venganza llegó de manera audaz y estratégica: el Yom Kippur, una jornada sagrada para el pueblo judío. Un día dedicado a la introspección, la oración y el ayuno. Los líderes árabes, con astucia, calcularon que, en esta fecha, las defensas israelíes estarían vulnerables, ya que gran parte de la población estaría sumida en sus rituales religiosos.
El engaño fue magistral. Egipto, en una muestra de destreza táctica, llevó a cabo maniobras de distracción que desorientaron al servicio de inteligencia israelí. La percepción de que Egipto no atacaría hasta obtener armamento soviético resultó ser un error fatal para Israel. Sin que lo esperasen, Siria y Egipto, armados con modernos cohetes suministrados por la Unión Soviética, abrieron fuego. La confianza israelí, cimentada en victorias anteriores, fue su talón de Aquiles.
Pero, entre las sombras de este conflicto, surgió un actor inesperado: Cuba. La Cuba de Fidel Castro no solo fue un mero observador, sino que envió tropas a este distante teatro de guerra. Aunque etiquetadas como “tropas internacionalistas” por el régimen cubano, no eran más que mercenarios participando en una guerra que no era suya. Sin haber declarado la guerra a Israel, Cuba estaba allí, luchando en un conflicto con el peligroso objetivo de exterminar al pueblo israelí.
El foco de atención se centra en Siria. Aunque Egipto también fue un actor principal en este conflicto, es en el terreno sirio donde la huella cubana se hizo más evidente. Desde las altas esferas del poder en La Habana, se orquestó un operativo secreto para enviar apoyo militar a Siria. Una brigada de tanques, pilotos de helicópteros, agentes de comunicaciones, y oficiales de inteligencia y contrainteligencia fueron meticulosamente seleccionados para esta misión. Era imperativo que estos hombres no levantaran sospechas y que estuvieran perfectamente preparados para la tarea que se les encomendaba.
La Brigada Militar de Senén Casas Regueiro fue movilizada, y bajo el mando del general Leopoldo Cintra Frías, un nombre reconocido en los círculos militares, se puso en marcha este plan subrepticio. En una maniobra de distracción cuidadosamente planeada, los soldados partieron de Cuba vestidos de civil, con pasaportes falsificados que los identificaban como estudiantes universitarios. Viajaron en vuelos distanciados hacia Alemania Oriental, donde realizaron una escala técnica, antes de llegar a su destino final: Siria.
Una vez en territorio sirio, el equipamiento militar soviético, incluyendo los modernos tanques T-62 y la artillería de cohetes SAM, estaba listo para ser operado. Las cifras varían, pero se estima que entre 1800 y 4000 cubanos estuvieron presentes en Siria durante la confrontación de 1973.
La sorpresa de este operativo dio como resultado una serie de pérdidas significativas para Israel, tanto en vidas humanas como en equipamiento militar. Algunas áreas civiles también fueron impactadas durante el enfrentamiento.
Desde el sur, las fuerzas egipcias, con ímpetu implacable, avanzaron aproximadamente 15 kilómetros en el Sinaí. Paralelamente, desde el norte, el estruendo de los tanques sirios resonó a medida que traspasaban la frontera y comenzaban a penetrar en las estratégicas Alturas del Golán. Esta incursión no fue solo fruto de la habilidad siria; la precisa puntería de la artillería desveló un componente extra: las tropas cubanas. Había algo nuevo en el aire, un cambio sutil, pero perceptible en la táctica y estrategia que se estaba desplegando.
Pese a los esfuerzos cubanos por diluir su intervención, sosteniendo que sus tropas habían arribado post-conflicto, fuentes israelíes desvelaron otra realidad. Los cubanos no solo habían participado activamente en los enfrentamientos, sino que, contrariamente a lo afirmado, permanecieron en Siria hasta bien entrado 1974.
El cielo israelí se convirtió en una zona de alto riesgo. Los cohetes SAM, cortesía de la tecnología soviética, crearon una barrera prácticamente infranqueable. ¿Quién operaba estos sistemas? ¿Eran los soviéticos, los cubanos, los sirios? Tal vez una combinación de todos. Cada intento de atravesar esa barrera antiaérea ocasionaba la pérdida de aeronaves.
Pero el ejército israelí posee una característica distintiva: una estructura de mando flexible que permite a líderes a nivel de pelotón tomar decisiones cruciales en el fragor del combate. En una guerra donde la balanza parecía inclinada en contra, esta flexibilidad, combinada con una tenacidad sin parangón, permitió hazañas casi legendarias. Un solo tanque israelí enfrentó y venció a múltiples tanques T-62, mucho más modernos, subrayando la asimetría del conflicto.
Los dos primeros días de combate fueron agonizantes, y en el tercero, la situación seguía siendo precaria. Sin embargo, al amanecer del cuarto día, con las reservas en posición y reforzadas por el espíritu indomable de sus soldados, Israel inició su contraataque, redefiniendo una vez más su resiliencia ante la adversidad.
Las baterías SAM, una piedra angular del arsenal enemigo, se convirtieron en el blanco de una táctica ingeniosa por parte de Israel. Sus aviones, desafiando la gravedad y la razón, volaban tan rasantes que casi podían sentir el susurro de la tierra. Rodeando furtivamente los territorios de Líbano y Jordania, acometieron una embestida con napalm sobre dichas baterías. Los resultados fueron catastróficos, y las llamas se llevaron todo lo que encontraron en su paso.
A pesar de esta contundente maniobra, es notable cómo el gobierno cubano, liderado por Fidel Castro, ha permanecido evasivo, sin admitir bajas ni derrota. El saldo, aunque abrumador para Israel en términos de vidas, se tradujo en una frenada y contraofensiva efectiva. Así, en un lapso que parecía efímero, las fuerzas israelíes marcaron su presencia en las proximidades de Damasco. El horizonte de la ciudad vibró con la amenaza de la artillería israelí.
El general Ariel Sharón, con una maestría táctica, se convirtió en un héroe de batalla al reconquistar territorios y cercar el tercero ejército egipcio. No obstante, los ecos de la diplomacia resonaron cuando Estados Unidos intercedió, buscando preservar la posición de Egipto como aliado, lo que culminó en un alto al fuego.
La sombra de Fidel Castro gravita sobre estos eventos. Sin una declaración de guerra, sin un anuncio formal, envió tropas en secreto, relegando a sus propios compatriotas a un conflicto no reconocido. El velo del secreto rodeó a estas tropas incluso a su regreso. Esta es una cicatriz más en la piel de la historia, un testimonio de la infamia del régimen castrista.
En una audaz proclamación, se pronunció: “Misión cumplida”. Pero, ¿puede llamarse victoria a lo que, en esencia, resultó ser una derrota? Los Altos del Golán permanecieron inalterables y Damasco estuvo en el umbral de la conquista. La contienda, lejos de ser el pedestal de victoria que Cuba anticipaba, se convirtió en una lección sobre las realidades del conflicto y la naturaleza efímera de la sorpresa militar.
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