Es inminente un acuerdo entre Israel y Líbano, mediado por Estados Unidos, para delimitar una frontera marítima. Además, el acuerdo permite a “una o más empresas internacionales de renombre que no estén sujetas a sanciones internacionales” “explorar y explotar” “una perspectiva de hidrocarburos de viabilidad comercial actualmente desconocida” en el Mar Mediterráneo. Tanto Líbano como Israel se beneficiarán económicamente. Todos ganan, o eso parece.
Incluso la organización militante libanesa Hezbolá aprueba el acuerdo. Esto es extraño, ya que los informes publicados a finales de agosto indicaban que las Fuerzas de Defensa de Israel temían que un ataque de Hezbolá hiciera fracasar el acuerdo.
¿Por qué iba a aceptar Hezbolá un acuerdo que supuestamente quería anular? La respuesta es que Hezbolá no quería en realidad “descarrilar” las negociaciones. De hecho, lanzó explícitamente sus amenazas en apoyo del Estado libanés. Las palabras exactas del líder de Hezbolá, Hasan Nasrallah, el 17 de septiembre, fueron: “En caso de que Líbano no obtenga sus derechos, exigidos por el Estado libanés, vamos a escalar”. Hizo amenazas similares a principios de junio, afirmando que Hezbolá “tiene la capacidad” de atacar los activos de Israel en el campo de gas de Karish, en el Mediterráneo. A principios de julio, las FDI interceptaron tres drones que Hezbolá lanzó hacia el campo de Karish.
¿Cómo reaccionó Washington ante la beligerancia de Hezbolá? Un informe del 29 de junio en Axios ofrece una pista, transmitiendo que, según funcionarios israelíes, el enviado de Washington estaba “preocupado por una posible escalada y piensa que el tiempo que queda puede utilizarse como una ventana de oportunidad en la que ambas partes tendrán un incentivo para llegar a un acuerdo y evitar un estallido”. En otras palabras, las amenazas de Hezbolá aumentaron la urgencia de Washington por forjar un acuerdo.
Ahora, algunos observadores y partes interesadas celebran el inminente acuerdo alegando que relaja la tensión entre Líbano e Israel. Pero la única razón por la que la situación llegó a ser volátil fueron las amenazas de Hezbolá contra una plataforma de gas israelí, infraestructura que, cabe señalar, se encuentra fuera de la propia zona económica exclusiva de Líbano. Si la beligerancia de Hezbolá ayuda a negociar acuerdos que benefician al Estado libanés, la conclusión es que las amenazas terroristas obtienen recompensas.
Las amenazas de Hezbolá plantean a Washington y Jerusalén un dilema poco envidiable: si llegan a un acuerdo con Beirut a pesar de las amenazas de Hezbolá, el pueblo libanés se beneficiará económicamente, pero también se envalentonará y enriquecerá a Hezbolá si se beneficia de los ingresos del gas. Al parecer, Washington expresará por escrito su deseo de evitar que los fondos lleguen a Hezbolá. Pero es difícil ver esto como algo más que un deseo, teniendo en cuenta que el grupo está en el gobierno y el parlamento libaneses, como señala el experto en Líbano y compañero de investigación del FDD, Tony Badran. El dilema es aún más desgarrador porque Líbano se encuentra en un estado de colapso económico. Esencialmente, toda una nación es rehén de un grupo terrorista respaldado por Irán.
Lamentablemente, Washington y Jerusalén deben ser conscientes de las señales que envían, incluso sin querer, a Hezbolá. Si el grupo sale de esto creyendo que las amenazas de terrorismo han producido beneficios, eso crea un gran problema estratégico para Estados Unidos e Israel. Hace que las futuras amenazas sean más probables, no menos. De hecho, como señala Badran, “Hezbolá está animando a Hamás a seguir su ejemplo con los campos de gas frente a la costa de Gaza”.
En consecuencia, Washington y Jerusalén deberían alejarse de cualquier negociación futura con Beirut si Hezbolá lanza amenazas en nombre del Estado libanés, y mucho menos si lanza drones contra activos energéticos.
Además, Washington y Jerusalén deben asegurarse de que la disuasión contra Hezbolá no se erosione en el futuro. El Departamento de Estado debe aclarar, en términos inequívocos, que Estados Unidos apoya el derecho de Israel a defenderse de cualquier ataque terrorista de Hezbolá. El Departamento de Estado debería advertir además que si Hezbolá ataca a Israel, el departamento no presionará para que se produzca un alto el fuego hasta que Jerusalén considere que ha logrado sus objetivos estratégicos. Es una prescripción política sencilla, pero necesaria para aumentar las posibilidades de que la paz se mantenga.
No basta con esperar que el miedo a perder los nuevos activos energéticos de Líbano frene a Hezbolá. El grupo está ideológicamente comprometido con la destrucción de Israel, y es peligroso suponer que siempre elegirá la protección de los activos energéticos por encima de la posibilidad de asestar un golpe decisivo al Estado judío, si Hezbolá lo considera posible. Debería ser fácil para los responsables políticos de Occidente entender este concepto. Después de todo, ¿acaso los acuerdos energéticos con Vladimir Putin y las tibias respuestas a su anexión de territorio ucraniano en 2014 frenaron su cruzada ideológica contra Occidente? El horror de este año en Europa deja perfectamente clara la respuesta.
No es el momento de la complacencia. Hezbolá sigue siendo una grave amenaza, y el próximo acuerdo entre Jerusalén y Beirut no cambia eso.