El presidente ruso Vladimir Putin ha amenazado repetidamente a Ucrania y a sus partidarios con un ataque nuclear que zanjará la guerra que inició el 24 de febrero de 2022. Algunos observadores afirman que la amenaza es un mero truco retórico, mientras que otros creen que forma parte de la doctrina militar rusa de escalar un conflicto, incluso por medios nucleares, para llevar al enemigo a la mesa de negociación. Un estudio de evaluación de riesgos realizado en 2021 por el mayor Stephen Redmon, en aquel momento matriculado en la Escuela de Estudios Militares Avanzados del Mando del Ejército de Estados Unidos, advertía de que el uso de armas nucleares de bajo rendimiento por parte de Rusia es probable y el nivel de amenaza es alto. Sin embargo, aunque la doctrina rusa lo haga posible, ¿tiene sentido práctico un ataque nuclear? ¿Ayudará una bomba nuclear a que Rusia termine y gane efectivamente la guerra? Y si es así, ¿de qué manera? Los siguientes cuatro escenarios sugieren que Rusia obtendría mucho menos de sus amenazas nucleares incluso si las cumple.
- Demostración pública. Explotar una bomba de pequeño rendimiento (<1-5kt) sobre el Mar Negro para mostrar al mundo que Rusia no va de farol.
- Terror económico: Lanzar la bomba sobre un objetivo económico importante, como una presa, una estación ferroviaria o una planta de generación eléctrica, para paralizar una gran franja de la economía ucraniana.
- Uso militar táctico. Utilizar una bomba de pequeño rendimiento (por ejemplo, 20kt, el tamaño de la bomba de Hiroshima) para romper un agujero en la línea del frente y relanzar la ofensiva o destruir una base militar importante o una instalación de producción de armamento.
- Lanzar una bomba de rendimiento medio (de 30 a 50 kt) sobre Kiev en un ataque de decapitación que no sólo destruiría el principal centro de transporte y comunicaciones de la nación, sino que también eliminaría a los dirigentes políticos y militares de Ucrania.
De las cuatro, las dos últimas parecen más probables. Pero examinemos primero las dos primeras. Una demostración nuclear sobre el Mar Negro equivaldría a provocar represalias por parte de la OTAN sin lograr sus objetivos. De hecho, si Putin no va de farol, lo racional es evitar que actúe según sus intenciones. Hacer lo contrario sería una tontería. Teniendo en cuenta esto, Putin y sus generales harían bien en no utilizar una explosión de demostración. Al igual que hizo Estados Unidos en 1945, si van a utilizar la temible bomba, sean directos.
Si el uso demostrativo de una bomba nuclear no tiene mucho sentido, atacar lugares vitales para la economía y la producción de armamento puede parecer más eficaz. Sin embargo, este segundo escenario no es ni práctico ni sensato. No hay nada que pueda hacer una bomba nuclear que no puedan hacer unos cuantos misiles bien dirigidos. Las centrales eléctricas, las presas, las fábricas y los aeropuertos están confinados en el espacio. Sus equipos vitales están agrupados en uno o varios edificios. Utilizar una bomba nuclear para destruir una fábrica es el equivalente a matar una mosca con un mazo. Además, para lograr un impacto real, habría que utilizar múltiples bombas, transformando un acto de intimidación en una locura de destrucción. Y lo que es más importante, las pérdidas civiles serían tan grandes y tan repugnantes que Rusia no puede sino esperar una respuesta occidental inmediata y masiva.
El tercer escenario militar que contempla el uso de un arma nuclear táctica es el que parece tener más sentido, pero tampoco es práctico. Sus defensores, más numerosos en el momento álgido de la Guerra Fría en la década de 1950, asumieron que una bomba nuclear es como un ariete de proporciones gigantescas y efectos devastadores. Si se tratara de la Primera o Segunda Guerra Mundial, el uso de un arma nuclear para devastar grandes franjas del frente y extinguir cualquier oposición en varios kilómetros probablemente tendría sentido. Sin embargo, el efecto práctico sería localizado y limitado en su poder destructivo. Por ejemplo, si los rusos utilizaran una bomba nuclear táctica para avanzar, digamos, en la zona de Donetsk, la huella de una bomba sería apenas suficiente para despejar una pequeña ciudad. Examine, por ejemplo, la siguiente ilustración creada para calcular el radio de destrucción de una bomba de pequeño rendimiento (5kt) en la ciudad de Kramatorsk (150.000 habitantes).
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El radio de la bola de fuego sería de 150 metros (0,07 km2), el de la explosión destructiva de 300 m (0,44 km2) y el de la explosión por radiación (sin viento) de 1,1 km (4 km2). Aunque impresionante y destructiva en comparación con las bombas convencionales, la explosión no sería más destructiva que la creada por un par de batallones de blindados frescos y bien entrenados. A escala de todo el frente de guerra, la huella de la bomba no sería más que un pinchazo (figura 2). El pequeño círculo bajo el marcador de posición es el tamaño real comparativo del área de la explosión.
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Es importante recordar que, en comparación con las guerras anteriores, la guerra entre Rusia y Ucrania utiliza más la tecnología y los vehículos rápidos que los cuerpos humanos. Las densidades de tropas por kilómetro lineal son probablemente diez veces menores que las de las batallas llevadas a cabo en el mismo territorio en 1941-1944. Por ejemplo, en la batalla contemporánea de Izium, con la que concluyó la contraofensiva ucraniana en el norte en septiembre de 2022, no participaron más de 20.000-30.000 combatientes de cada bando. En una batalla librada en el mismo terreno en 1942 participaron 650.000 soldados rusos y 350.000 alemanes. El presunto bombardeo de cualquier zona de este frente no dejaría fuera de combate a más de un par de miles de defensores ucranianos.
Más importante aún, las armas nucleares tácticas son tan peligrosas para los defensores como para los atacantes. Cualquier uso militar táctico de un arma nuclear requeriría dos maniobras rusas. En primer lugar, los rusos tendrían que romper el contacto con los ucranianos y retirarse del lugar de lanzamiento unos cuantos kilómetros. Dado el estilo de mando oportunista y siempre vigilante de los ucranianos, cualquier retirada rusa será perseguida enérgicamente, lo que podría convertir una retirada táctica en una derrota. En segundo lugar, y lo más importante, incluso si el ataque tiene éxito, el terreno despejado por la bomba tendrá que ser ocupado y mantenido por los rusos. Esto significa tropas y equipos especializados. Un análisis reciente del Instituto para el Estudio de la Guerra concluyó:
La caótica aglomeración de soldados contratados agotados, reservistas movilizados apresuradamente, reclutas y mercenarios que actualmente componen las fuerzas terrestres rusas no podría funcionar en un entorno nuclear. Por tanto, cualquier zona afectada por las armas nucleares tácticas rusas sería infranqueable para los rusos, impidiendo probablemente los avances rusos. Esta consideración es otro factor que reduce la probabilidad del uso de armas nucleares tácticas rusas.
Así, en lugar de crear un avance, una explosión nuclear sólo crearía una zona neutral envenenada.
El último escenario, en el que se lanzaría una bomba táctica más grande, de 50kt, sobre Kiev como parte de un ataque de decapitación, podría parecer práctico. Sin duda tendría enormes efectos militares, políticos y económicos, especialmente si la explosión acaba con los dirigentes políticos y/o militares de Ucrania. El área de la explosión sería de kilómetros en lugar de cientos de metros, y los edificios y la gente del centro de Kyiv quedarían devastados.
El presidente Volodymyr Zelenskyy, en particular, sería un objetivo de tal ataque. Él es el alma y la mente de la resistencia; su liderazgo es el equivalente a un cuerpo de ejército. Sin embargo, lo que Rusia no entendería es que al ir a por el liderazgo, no son sólo Zelenskyy, su comandante militar, su ministro de Asuntos Exteriores o los diputados de la Rada, los que alimentan la resistencia. Todo el pueblo ucraniano está dedicado a esta guerra como no lo han estado muchas otras naciones en la historia de la guerra. No se dejan intimidar fácilmente. Esperar que bajen las armas y huyan ante la noticia de la muerte de su líder es una ingenuidad. Por el contrario, podríamos esperar que los ucranianos redoblen sus esfuerzos y que surjan otros líderes para llenar el vacío.
Sin embargo, el precio más caro de bombardear Kiev sería el genocidio cometido contra toda una gran ciudad europea y la constatación en los círculos políticos y militares occidentales de que la Tercera Guerra Mundial empezó hace tiempo y sólo su intervención inmediata y agresiva puede ponerle fin. La respuesta, como anunció recientemente un funcionario de la OTAN, podría no ser nuclear, pero será «física» y realmente devastadora para Rusia. En este contexto, aunque a otra escala, Rusia perdería incluso cuando esperaba ganar. Así, antes de dar la orden de lanzamiento, Putin tendría que pensar mucho y profundamente si utilizar la carta más poderosa, el as atómico, tiene algún sentido, aunque suene algo práctico.