Hace un mes se estrenó en los cines rusos una nueva película de acción llamada “Sky”. La historia retrata la intervención rusa en Siria bajo una luz heroica y pretende añadirle un elemento de “salvación de la patria”.
Pero no busques ningún mérito artístico o profundidad en “Sky”. Es un producto clásico de propaganda, como cabría esperar de una película encargada por el Ministerio de Defensa ruso. Como tal, cumple su cometido: graba en la conciencia del público ruso la voluntad del Estado de hacer cualquier cosa, incluso usar la fuerza, para promover lo que el régimen declara como intereses de Rusia.
Naturalmente, la película no revela qué interés motivó al presidente Vladimir Putin a ordenar la entrada de fuerzas rusas en un país de Oriente Medio situado a miles de kilómetros de las fronteras de Rusia.
Impresionantemente, los rusos explicaron su incursión militar en los combates del régimen de Assad diciendo que era necesario defender a su país de los radicales suníes -algunos de los cuales nacieron en Rusia o en otros antiguos estados soviéticos- que podrían atrincherarse en Siria una vez que Assad fuera derrotado. El temor era que esos mismos radicales empezaran a suponer una amenaza para las zonas del sur de Rusia, una explicación que suena bastante bien, ya que pone a Rusia del lado de los supuestos “buenos”, al tiempo que pinta a todos los opositores de Assad como islamistas radicales, es decir, terroristas.
Pero las verdaderas razones que llevaron a Rusia a Siria fueron mucho más complicadas y menos inocentes. Tienen su origen en la decisión estratégica de Putin de posicionar a Rusia, como la antigua URSS, contra Estados Unidos y sus aliados en todos los ámbitos posibles para devolver a su país al estatus de superpotencia. La elección de Siria fue casi natural; Siria fue un aliado de la Unión Soviética y, por lo tanto, el regreso a ella fue visto como una restauración.
La retirada progresiva de Estados Unidos en Oriente Medio dio a los rusos una buena oportunidad para volver: cuando una superpotencia abandona la región, es más fácil que sus rivales llenen el vacío. Incluso el precio -en términos de vidas humanas y dinero- que los rusos tuvieron que pagar por su intervención militar en Siria fue relativamente bajo. Se implicaron poco en el “trabajo sucio” de los combates terrestres y prefirieron atizar al enemigo con ataques aéreos, convirtiendo la guerra en una larga serie de ejercicios de entrenamiento para ellos en los que también pudieron probar nuevos sistemas de armas.
Para Putin, lo que obtuvo a cambio valió el precio que pagó. Assad ya le ha dado puertos para la marina rusa en Oriente Medio. A diferencia del pasado soviético, hoy Rusia no pretende financiar sus satélites. Todo lo contrario: pretende sacar provecho de sus aventuras en Siria. Por ejemplo, quiere construir los proyectos de infraestructura que la comunidad internacional financiará para rehabilitar las ruinas de Siria.
Cuando millones de rusos vean “Sky” y se emocionen con sus intrépidos héroes, al menos en la pantalla, Putin comprobará otra jugada en su juego de ajedrez global. En una región en la que los estadounidenses fracasaron y huyeron de Irak y Afganistán, él está teniendo éxito, por ahora.