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Portada » Opinión » Rusia no dejará que Ucrania se vaya sin luchar

Rusia no dejará que Ucrania se vaya sin luchar

Por Michael Kimmage y Michael Kofman | Foreign Affairs

por Arí Hashomer
22 de noviembre de 2021
en Opinión
Rusia no dejará que Ucrania se vaya sin luchar

Señales ominosas indican que Rusia podría llevar a cabo una ofensiva militar en Ucrania ya en el próximo invierno. En los últimos meses, Moscú ha reforzado discretamente sus fuerzas a lo largo de la frontera ucraniana, lo que podría ser el preludio de una operación militar destinada a resolver a su favor el estancamiento político en Ucrania. Aunque el presidente ruso, Vladimir Putin, vuelva a recurrir a la diplomacia coercitiva, esta vez Moscú podría no ir de farol. Si no se llega a un acuerdo, el conflicto puede reanudarse a una escala mucho mayor.

¿Por qué iba Putin a arriesgarse a una convulsión geopolítica y económica reavivando el enfrentamiento militar con Ucrania? Después de todo, tiene buenas razones para invertir en el statu quo regional. Rusia se anexionó Crimea en 2014, llevándose una de las mayores apropiaciones de tierras en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Las sanciones occidentales impuestas a Rusia por su invasión no han sido especialmente duras, y la situación macroeconómica de Rusia es estable. Rusia también mantiene un firme control sobre el mercado energético europeo: el gasoducto Nord Stream 2, que consolidará la dependencia alemana del gas natural ruso, avanza hacia su activación a pesar de los obstáculos legales. Mientras tanto, Estados Unidos y Rusia se encuentran en medio de conversaciones sobre estabilidad estratégica. Putin se reunió con el presidente estadounidense Joe Biden en junio como parte del esfuerzo por construir una relación más predecible entre los países.

Sin embargo, por debajo de la superficie, Rusia y Ucrania se encaminan hacia la reanudación de este conflicto no resuelto, que puede redibujar el mapa de Europa una vez más y poner en peligro los esfuerzos de Washington por estabilizar su relación con Rusia. Año tras año, Moscú ha ido perdiendo influencia política en Ucrania. El año pasado, el gobierno de Kiev adoptó una postura firme frente a las exigencias rusas, indicando que no cedería por trabajar con Putin. Las naciones europeas parecen haber respaldado la posición de Ucrania, y Kiev ha ampliado simultáneamente su cooperación en materia de seguridad con los rivales estadounidenses y europeos de Rusia.

A medida que Moscú ha ido adquiriendo más confianza política y económica, el desplazamiento de la atención y los recursos de Washington a su competencia con China puede haber convencido a Putin de que Ucrania es ahora un interés periférico para Estados Unidos. Los líderes rusos han señalado que se han cansado de la diplomacia y consideran intolerable la creciente integración de Ucrania con Estados Unidos y la OTAN. El escenario está preparado para que Moscú restablezca esta ecuación por la fuerza, a menos que Moscú, Washington y Kiev sean capaces de encontrar una solución pacífica.

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PREPARÁNDOSE PARA LA GUERRA

La postura de fuerza de Rusia no sugiere que la invasión sea inminente. Es muy posible que no se haya tomado ninguna decisión política de lanzar una operación militar. Dicho esto, la actividad militar rusa de los últimos meses se sale del ciclo normal de entrenamiento. Unidades de miles de kilómetros se han desplegado en el Distrito Militar Occidental, que limita con Ucrania. Ejércitos del Cáucaso han enviado unidades a Crimea. No se trata de actividades rutinarias de adiestramiento, sino de un esfuerzo por preposicionar unidades y equipos para una posible acción militar. Además, muchas de las unidades parecen desplazarse por la noche para evitar un mayor escrutinio, a diferencia de la acumulación anterior en marzo y abril.

El escenario de una guerra más amplia es totalmente plausible. En caso de que se produzca, la decisión de Putin de ampliar un conflicto latente no será impulsiva. El legado de la crisis de Ucrania de 2014 sigue siendo más propicio a la escalada que a la congelación de este conflicto en una paz incómoda.

¿Qué ha cambiado en el último año? En primer lugar, la estrategia rusa en Ucrania no ha dado lugar a una solución política que Moscú pueda aceptar. Después de una campaña en 2018 que sugería cierta apertura al diálogo, el duro giro del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, que se alejó de la búsqueda de un compromiso con Rusia hace un año, eliminó cualquier esperanza de que Moscú pueda lograr sus objetivos a través de un compromiso diplomático. Moscú no ve ninguna salida a las sanciones occidentales, y las conversaciones entre Rusia, Ucrania, Alemania y Francia para resolver el conflicto en el este de Ucrania no van a ninguna parte. Mientras estos esfuerzos políticos y diplomáticos fracasan, Moscú sabe que los esfuerzos anteriores por utilizar la fuerza han dado sus frutos.

Al mismo tiempo, Ucrania está ampliando sus asociaciones con Estados Unidos, el Reino Unido y otros Estados de la OTAN. Estados Unidos ha proporcionado asistencia militar letal y la OTAN está ayudando a entrenar al ejército ucraniano. Estos lazos son una espina clavada en el costado de Moscú, y Rusia ha pasado poco a poco de considerar el ingreso de Ucrania en la OTAN como una línea roja a oponerse a la creciente cooperación estructural ucraniana en materia de defensa con sus adversarios occidentales. Desde el punto de vista del Kremlin, si el territorio ucraniano se convierte en un instrumento contra Rusia al servicio de Estados Unidos, y los militares rusos conservan la capacidad de hacer algo al respecto, el uso de la fuerza es una opción más que viable.

La administración de Zelensky también parece débil y cada vez más desesperada por encontrar apoyo interno. No ha hecho mucho para reducir la corrupción o para separar a Ucrania de su larga tradición de gobierno oligárquico. Su índice de aprobación de octubre de 2021, según el Instituto Internacional de Sociología de Kiev, es del 24,7 %. Los funcionarios rusos han dejado claro que no ven ningún sentido en negociar con Zelensky y han pasado el año deslegitimando activamente su administración. Si Moscú ha prescindido incluso de la pretensión de un compromiso diplomático, esto sugiere que el uso de la fuerza es cada vez más probable.

La posición interna de Rusia y los acontecimientos geopolíticos más amplios no son menos importantes. El régimen de Putin parece seguro y la oposición está fuertemente reprimida. Moscú ha reconstruido su posición financiera desde el inicio de las sanciones occidentales en 2014 y actualmente cuenta con unos 620.000 millones de dólares en reservas de divisas. Rusia también puede tener una influencia considerable sobre Europa este año, debido al aumento de los precios del gas y la escasez de suministro de energía. Mientras tanto, Europa se ha sumido en los lamentos tras la desordenada retirada de Afganistán y sigue luchando por definir su objetivo de “autonomía estratégica”. La administración Biden está centrada en China, lo que indica que Rusia ocupa un lugar más bajo en la agenda y que Europa no es una prioridad política principal. Ucrania representa, pues, un interés secundario dentro de un escenario secundario.

A lo largo del último año, los dirigentes rusos han utilizado una retórica descarnada, llamando la atención sobre sus líneas rojas en Ucrania. Moscú no cree que Estados Unidos lo haya tomado en serio. En octubre de 2021, Putin señaló que, aunque no se conceda formalmente el ingreso de Ucrania en la OTAN, “el desarrollo militar del territorio ya está en marcha. Y esto realmente supone una amenaza para Rusia”.

Es dudoso que estas sean palabras vacías. Los dirigentes rusos no ven ninguna perspectiva de resolución diplomática y piensan que Ucrania se está deslizando hacia la órbita de seguridad de Estados Unidos. Puede que por esta razón vea la guerra como algo inevitable. Los dirigentes rusos no creen que el uso de la fuerza sea fácil o que no tenga coste alguno, pero perciben que Ucrania está en una trayectoria inaceptable y que tienen pocas opciones para salvar su política preexistente. También pueden haber llegado a la conclusión de que recurrir a las opciones militares será menos costoso ahora que en el futuro.

DIPLOMACIA ESTANCADA

Rusia obtuvo una peculiar victoria durante su ofensiva militar de 2014-15 en Ucrania. Forzó acuerdos de alto el fuego desfavorables para Kiev. El ejército ucraniano ha mejorado considerablemente desde entonces, pero también lo ha hecho el ruso. El margen de superioridad cuantitativa y cualitativa rusa sigue siendo sustancial. El éxito de Rusia en el campo de batalla, sin embargo, no se tradujo en un éxito diplomático en 2014 ni después. El acuerdo que surgió de la guerra se llamó Protocolo de Minsk, por la ciudad en la que se negoció. Resultó ser un acuerdo en el que todos perdían: Ucrania nunca recuperó su soberanía territorial. Estados Unidos y sus aliados europeos, que evitaron una posible escalada del conflicto con una potencia nuclear, no consiguieron obligar a Rusia a retirarse mediante sanciones. Y la influencia rusa sobre Ucrania —aparte de los territorios que se anexionó o invadió— no ha dejado de disminuir desde 2015.

Ucrania firmó un acuerdo de asociación con la Unión Europea en 2014, lo que la llevó al redil de la regulación europea. Este fue el mismo resultado que Rusia había tratado de evitar. Kiev ha seguido presionando para ingresar en la OTAN y, aunque no tiene perspectivas inmediatas de entrar en la alianza, su cooperación en materia de defensa con los miembros de la OTAN no ha hecho más que profundizar. Aunque Zelensky se presentó con una plataforma de negociaciones con Moscú e intentó un cierto compromiso diplomático tras asumir el cargo, en 2020 dio un giro de 180 grados, cerrando canales de televisión prorrusos y adoptando una línea dura respecto a las demandas rusas. El gobierno de Zelensky ha colocado a Ucrania en la senda de la “integración euroatlántica”, la frase que los diplomáticos estadounidenses utilizan sistemáticamente para describir la orientación estratégica de Ucrania: el camino que lleva lejos de Rusia.

Aunque los combates en el este de Ucrania disminuyeron después de 2016, el conflicto latente ha ocultado una situación inestable en Europa. Rusia y Estados Unidos, cuya influencia se solapa en el este de Europa, están llamados a ser adversarios en lo que Washington denomina ahora una “competencia estratégica.” Pero desde 2014, la brecha entre la retórica y la acción de Estados Unidos en Ucrania y en otros lugares sigue abierta a la explotación.

El conflicto sirio puso de manifiesto la falta de determinación estadounidense respecto a su objetivo declarado: “Assad debe irse”. Washington no se opuso a la presencia militar rusa, lo que permitió a Moscú ampliar su influencia en Oriente Medio. La desordenada retirada de Estados Unidos de Afganistán y la confusión sobre el acuerdo de submarinos AUKUS (Australia-Reino Unido-Estados Unidos) con Australia, que dejó fuera y enfureció a Francia, han puesto de manifiesto graves problemas de coordinación dentro de la alianza transatlántica. Washington parece cansado de la guerra, y es probable que Rusia se cuestione si sus declaraciones de apoyo político a Ucrania están respaldadas por una resolución creíble.

Si Putin considera que el apoyo de los funcionarios estadounidenses a la integridad territorial de Ucrania no es sincero —y no hay mucho que sugiera lo contrario— no se verá disuadido de cambiar el equilibrio de poder regional por la fuerza. Sería insensato que intentara conquistar toda Ucrania, un país enorme de más de 40 millones de habitantes, pero no sería irreal que intentara dividir el país en dos o imponer un nuevo acuerdo que busque revertir el deslizamiento de Ucrania hacia la “integración euroatlántica” y la cooperación en materia de seguridad con Estados Unidos.

Moscú lleva mucho tiempo intentando revisar el acuerdo posterior a la Guerra Fría. Los dirigentes rusos podrían imaginar que, en lugar de ceder a nuevos esfuerzos de contención, una guerra de esta envergadura obligaría con el tiempo a una conversación sobre el papel de Rusia en la seguridad europea. El objetivo de Rusia ha sido durante mucho tiempo restaurar un orden regional en el que Rusia y Occidente tengan la misma voz en los resultados de seguridad en Europa. Es dudoso que Putin crea que puede lograr ese acuerdo mediante la persuasión o la diplomacia convencional. La acción militar rusa podría asustar a los principales Estados europeos —algunos de los cuales se ven relegados a un lugar secundario en la estrategia estadounidense y desean situarse entre China y Estados Unidos— para que acepten un nuevo acuerdo con Moscú. Esto no quiere decir que tal resultado sea probable, pero puede ser la posibilidad en la que se centran los líderes rusos.

ENCONTRAR LA ESTABILIDAD EN EL CONFLICTO

Estados Unidos debería sacar dos conclusiones de la acumulación militar rusa en torno a Ucrania. La primera es que no es probable que se trate simplemente de otra exhibición coercitiva, a pesar de los mensajes contradictorios de Moscú. “Nuestras recientes advertencias se han notado y están surtiendo efecto”, declaró Putin el 18 de noviembre. Un día antes, el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso publicó cartas privadas de Francia y Alemania sobre la diplomacia relacionada con Ucrania, un insulto a los socios rusos de Minsk. La clave de la respuesta de Washington será prepararse para la posibilidad de que se desencadene una guerra en 2022, llevar a cabo una coordinación anticipada con los aliados europeos y dejar claras las consecuencias de dicha acción para Moscú. Actuando ahora, Estados Unidos puede trabajar con sus socios europeos para elevar los costes económicos y políticos para Rusia de una acción militar, disminuyendo posiblemente la probabilidad de una guerra.

La incapacidad de desarrollar una respuesta coordinada a la agresión rusa ya le ha costado caro a Ucrania. En 2014, no fue hasta que los separatistas respaldados por Rusia derribaron un avión civil de pasajeros en julio —mucho después de la anexión rusa de Crimea y la invasión de la región de Donbás— que Europa se puso a bordo con las sanciones. Esta vez, Estados Unidos debe evitar ese ruinoso precedente de formulación de políticas fragmentarias y reactivas. Aunque Washington quiera mantener ciertas opciones encubiertas, debería describir públicamente las líneas básicas de su apoyo a la soberanía ucraniana junto con sus aliados europeos, y mucho antes de que estalle un conflicto militar importante. Esto requeriría una articulación detallada de la determinación y las líneas rojas de Occidente en las próximas semanas. La magnitud humanitaria y estratégica de una invasión rusa a gran escala no exige menos.

Aunque el 18 de noviembre la subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland, calificó de “férreo” el compromiso de Estados Unidos con la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, el lenguaje de los aliados del tratado, Estados Unidos no extiende ningún compromiso formal de seguridad a Ucrania. Estas declaraciones recuerdan inquietantemente al apoyo político que se dio a Georgia en el periodo previo a la guerra entre Rusia y Georgia en 2008. No solo es improbable que Rusia se deje disuadir por unos términos diplomáticos que carecen de credibilidad, sino que tratará de dañar la reputación de Estados Unidos cuando Washington parece tan sobrepasado. Estados Unidos debe actuar, pero debe tener cuidado de no engañar a los dirigentes ucranianos para que esperen un apoyo que no se materializará. Si la Casa Blanca no ve un papel militar para sí misma en Ucrania, como fue el caso en 2014, debería decírselo en privado y con franqueza a Kiev para que los líderes ucranianos puedan operar con plena conciencia de la realidad geopolítica.

En segundo lugar, independientemente de que estalle o no una guerra en Ucrania en los próximos meses, Estados Unidos y sus aliados europeos deben ser más sinceros sobre el actual callejón sin salida diplomático en el que se encuentran. Rusia no está en retirada geopolítica, y es poco probable que Ucrania ceda. Es inevitable que continúe la lucha por la influencia en Ucrania, que empeorará antes de mejorar. Sin embargo, eso no excluye la búsqueda de una solución diplomática que reduzca el riesgo de que la rivalidad se descontrole.

Ucrania está en el centro de esa solución, y estas conversaciones deben reflejar la agencia ucraniana. Pero, paradójicamente, no es Ucrania sino Washington quien ha estado visiblemente ausente del proceso diplomático. El conflicto en curso es la fuente más importante de inestabilidad entre Rusia y Estados Unidos, y Washington debe abordarlo de frente. La búsqueda de la estabilidad estratégica luchará por coexistir con el conflicto. Pero a medida que se intensifica la competencia entre las dos principales potencias nucleares del mundo, no es un lujo ni un espejismo. Es una necesidad.


MICHAEL KIMMAGE es profesor de Historia en la Universidad Católica de América y miembro del German Marshall Fund. De 2014 a 2016, formó parte del personal de planificación de políticas del Departamento de Estado de Estados Unidos, donde ocupó la cartera de Rusia/Ucrania.
MICHAEL KOFMAN es director del Programa de Estudios sobre Rusia en el Centro de Análisis Navales y miembro principal del Centro para una Nueva Seguridad Americana.

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