La política de riesgo de Turquía, que ha caracterizado su diplomacia en Siria, ha agotado su valor. El presidente Recep Tayyip Erdogan tiene ahora que decidir sobre sus próximos pasos cruciales: Acomodación con el gobierno sirio y su aliado, Rusia, o una guerra que podría alejar a Turquía de Moscú, su socio político, militar, energético y económico.
Los acontecimientos del último mes han agudizado constantemente la división entre Turquía y Rusia, reflejando sus profundas diferencias sobre el futuro escenario de Siria. En este período, las fuerzas sirias, respaldadas por el apoyo aéreo ruso y los militantes apoyados por Irán, han hecho progresos notables en la recuperación de ciudades y pueblos en la extensa zona de Idlib; ocupando Maaret Al-Numan el 26 de enero y luego Saraqeb, a solo 10 kilómetros de la ciudad de Idlib, el 6 de febrero. La toma de Saraqeb, en el cruce de la autopista M5 de Alepo a Damasco y la M4 de Alepo a Latakia, creó las condiciones para la reapertura de estas dos líneas de vida económica. Sin embargo, los rebeldes apoyados por Turquía anunciaron que habían retomado la ciudad el jueves.
Varios de los puestos de observación de Turquía están ahora rodeados por tropas sirias. En escaramuzas esporádicas, 16 soldados turcos han muerto este mes. En los últimos dos meses, los combates han desplazado a casi un millón de sirios, que se han apresurado a la frontera turca por seguridad.
Hasta ahora, la mayor parte de los combates en nombre de Turquía ha sido llevada a cabo por el Ejército Nacional Sirio (SNA), que está formado por elementos del antiguo grupo rebelde, el Ejército Sirio Libre, que ahora está bajo patrocinio turco, aumentado por combatientes turcomanos y árabes locales. Hay informes de que las fuerzas turcas también están colaborando estrechamente con elementos extremistas de Idlib, en particular Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) y el Frente de Liberación Nacional (FLN). Se cree que el HTS controla la mayor parte de Idlib y, con el FLN, dirige los combates allí, incluidos los contraataques contra las fuerzas sirias.
Los vínculos de Turquía con el HTS son fundamentales para sus intereses en el norte de Siria y son la fuente del conflicto con el régimen de Assad y Rusia. En los términos del acuerdo de Sochi de 2018, Turquía aceptó separar a los combatientes extremistas de los “moderados”, integrar a estos últimos en el SNA y abrir la puerta para que los sirios y los rusos luchen contra los extremistas y recuperen Idlib. En los últimos 18 meses, Turquía no ha sido capaz de lograr esto. El HTS se niega a unirse a la entidad “moderada” patrocinada por Turquía, deseando en cambio adherirse a sus ideales y luchar hasta el final, de ahí la decisión de Siria y Rusia de poner fin al estancamiento y a las hostilidades abiertas.
Esto es un golpe a los intereses turcos. Los combatientes rebeldes de Idlib le dan la potencia de fuego que necesita para mantener su presencia en el norte de Siria, controlar a los kurdos sirios y seguir siendo un factor influyente en la configuración del futuro orden político de Siria. Por otra parte, tanto Damasco como Moscú son visceralmente hostiles a los extremistas y abogan por la retirada de las tropas turcas para garantizar la integridad territorial de Siria.
Los combates sobre el terreno se han caracterizado por esfuerzos diplomáticos paralelos para salvar las diferencias y evitar la escalada. La interacción más importante fue la que tuvo lugar en Moscú el 18 de febrero. Allí, Rusia ofreció los principios de un acuerdo: El establecimiento de una zona de desescalada de 15 kilómetros de ancho en la frontera entre Siria y Turquía; puestos de control rusos en las partes de Idlib y Afrin controladas por Turquía; y la apertura de las autopistas M5 y M4, con el tráfico bajo control conjunto ruso-turco.
Turquía rechazó este plan, ya que lo privaría de todas sus ganancias territoriales en la región. Exigió en cambio que las fuerzas sirias desalojaran todas las zonas ocupadas en los recientes combates. Ankara ha desplegado ya unos 10.000 soldados en las afueras de Idlib, enfrentándose a las fuerzas sirias y preparando así el terreno para un conflicto directo entre ellas.
En medio de esta escalada de tensiones, Erdogan ha continuado con su política de “brinkmanship”: visitó Ucrania a principios de febrero, criticó la ocupación de Crimea por Rusia y ofreció asistencia militar a Kiev. Luego llamó a Vladimir Putin para aclarar las cosas. También ha hablado con el presidente de los Estados Unidos Donald Trump y obtuvo declaraciones de apoyo sobre Idlib del Secretario de Estado Mike Pompeo. Erdogan también ha pedido misiles Patriot, pero esta petición no ha sido aceptada, mientras que los EE.UU. se han negado a unirse a la lucha en Siria.
Putin ha respondido con duras declaraciones culpando directamente a Turquía por las diferencias y afirmando el apoyo al gobierno de Assad. Rusia también ha tendido la mano a los kurdos sirios, que se sienten traicionados por Trump después de que éste diera a Turquía carta blanca el pasado octubre para intervenir militarmente en sus territorios al este del Éufrates. Ahora, bajo el estímulo ruso, parecen dispuestos a comprometerse con el gobierno de Assad.
¿Los observadores están especulando sobre el próximo giro de los acontecimientos, una guerra total, un cambio significativo de Turquía a favor de Occidente, en particular los EE.UU., o un acuerdo de compromiso en general a lo largo de las líneas de lo que fue ofrecido por Rusia la semana pasada? Erdogan ha hecho algunas declaraciones belicosas exigiendo la retirada de las tropas sirias de los alrededores de sus puestos de observación para finales de mes, pero también ha reconocido que no controla el espacio aéreo. Es poco probable que ponga en peligro los importantes lazos de Turquía con Rusia. Tal vez lo que la situación necesita es una fórmula para salvar las apariencias que parezca servir al menos a algunos de los intereses de Turquía; posiblemente el apoyo de Rusia para su acercamiento a Libia y sus intereses en el Mediterráneo oriental.
El resultado de este embrollo debería conocerse en los próximos días.