Durante más de dos décadas, Deif ha dirigido con mano de hierro a las temidas Brigadas Izz ad-Din al-Qassam.
La sombra de Ismail Haniyeh se alza cuando se menciona el liderazgo de Hamás. Desde su residencia en Qatar, como presidente del Buró Político, su nombre es sinónimo del rostro público de la organización terrorista. Yahya Sinwar, el comandante en Gaza, es otra figura prominente, viviendo en las sombras de los túneles, siempre al borde del abismo. Pero hay un nombre, una figura que permanece envuelta en misterio y miedo: Mohammad Deif, el enigmático jefe militar del grupo terrorista.
Durante más de dos décadas, Deif ha dirigido con mano de hierro a las temidas Brigadas Izz ad-Din al-Qassam, convirtiéndose en un espectro en la lista de los más buscados por Israel desde 1995. Su habilidad para esquivar la muerte es casi legendaria, habiendo sobrevivido a no menos de siete intentos de asesinato por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel. En un reciente ataque aéreo cerca de Jan Yunis, Israel intentó nuevamente acabar con su vida, pero como un fantasma, Deif sigue evadiendo el destino.
Conocido por su pericia como fabricante de bombas, Deif ha sido instrumental en la creación de la intrincada red de túneles que serpentea bajo Gaza. En 1996, fue la mente maestra detrás de una serie de atentados suicidas que dejaron una estela de destrucción en Jerusalén y Tel Aviv. Su voz, fría y calculadora, resonó el 7 de octubre en un mensaje de audio que incitaba a los palestinos a la violencia: “Si tenéis un arma, sacadla. Es el momento de usarla: salid con camiones, coches, hachas, hoy empieza la mejor y más honorable historia”.
La inteligencia israelí, siempre al acecho, sospecha que Deif estaba presente en el sitio del ataque aéreo. En los túneles de Jan Yunis, se cree que se reunió con Ra’fat Salama, comandante en la zona, quizá negociando un acuerdo de rehenes o dictando nuevas órdenes. Un soplo traicionero pudo haber revelado su ubicación, facilitando el intento de eliminarlo. Fuentes saudíes indican que hubo una brecha en su seguridad, un desliz mortal en su red de protección.
Desde que estalló la guerra en octubre, Deif ha ascendido a la segunda posición en el mando de Hamás. Su muerte sería un golpe devastador, el más significativo para la organización terrorista desde el inicio de la guerra. A pesar de los rumores que lo sitúan en un hospital de Jan Yunis, Hamás insiste en que Deif sigue vivo. Israel, decidido a no dejar nada al azar, incluso empleó una bomba antibúnkeres para sellar su destino, bajo la orden del ministro de Defensa, Yoav Gallant.
El éxito en eliminar a Deif cambiaría radicalmente el curso de la guerra. La “victoria total” o “derrota total” de Hamás implicaría desmantelar su liderazgo, fragmentando la organización en células dispersas sin la capacidad de gobernar Gaza ni de amenazar a Israel con la misma ferocidad. Israel estima que hasta el 80 por ciento de las fuerzas de Hamás han sido destruidas en esta guerra, con casi todas sus capacidades de lanzamiento de cohetes y la mayoría de sus batallones desmantelados. Los líderes restantes son contados: aparte de Yahya Sinwar y su hermano Mohammed, solo algunos comandantes en Rafah y Gaza aún respiran.
La desaparición de Deif dejaría a Hamás herido de muerte. Su liderazgo era vital, su capacidad para inspirar y formar a una nueva generación de combatientes, irremplazable. Con él y sus lugartenientes caídos, Hamás se tambalearía al borde del abismo, sin posibilidades de recuperación interna.
Algunos opinan que su asesinato podría complicar las negociaciones de rehenes, pero voces dentro de la inteligencia israelí sugieren lo contrario: con un liderazgo diezmado, Hamás podría estar más dispuesto a negociar. La muerte de Mohammad Deif podría marcar un giro decisivo en la guerra, el principio del fin para Hamás, y el nacimiento de una nueva era en la lucha por la estabilidad en la región.