Ser duros con China es el tema que ha logrado unir nuestra división partidista en los últimos años, generando un entorno donde cada lado afirma ser más contundente. Durante las audiencias de confirmación, los nominados al gabinete del presidente Donald Trump expresaron su intención de llevar a un nuevo nivel la confrontación con China. El secretario de Estado, Marco Rubio opinó que, de no cambiar el rumbo, “en menos de diez años, prácticamente todo lo que nos importa en la vida dependerá de si China nos permite tenerlo o no”.
La dependencia de la manufactura china es asombrosa, y no solo Estados Unidos depende de esta red intrincada de producción y logística. China se ha convertido en un eslabón aparentemente indispensable en las cadenas de suministro globales. La pandemia de COVID-19 fue un claro ejemplo y un llamado de atención, ya que los fabricantes chinos lograron aumentar rápidamente la producción de suministros médicos para satisfacer la demanda.
Aunque los problemas en la cadena de suministro médico fueron alarmantes, un vínculo potencialmente más peligroso con China está relacionado con nuestras necesidades de defensa y seguridad nacional. Si esa dependencia persiste, la seguridad nacional estará en riesgo.
A principios de enero, el Departamento de Defensa agregó decenas de empresas chinas a su lista de compañías con vínculos con el ejército chino. La lista, que incluye desde desarrolladores de videojuegos hasta fabricantes de baterías, muestra que el Pentágono ha lanzado una amplia red de restricciones. Según la Ley de Autorización de Defensa Nacional de 2024, a partir de junio de 2026, el Departamento de Defensa tiene prohibido hacer negocios con estas empresas.
Más allá del Departamento de Defensa, el entonces senador Rubio, junto con otros patrocinadores, ha presentado repetidamente la Ley de Protección del Espacio y la Empresa Americana (SPACE Act, por sus siglas en inglés), para abordar el creciente dominio competitivo en el ámbito espacial. Esta legislación prohibiría a la NASA “adquirir o arrendar equipos o servicios de telecomunicaciones o aeroespaciales de cualquier corporación, filial o afiliado vinculado al ejército chino o a actores clave de la industria aeroespacial de China”.
Las políticas y declaraciones que limitan la dependencia de grandes empresas chinas o de aquellas asociadas al ejército chino son prudentes y útiles, pero no podemos confiarnos únicamente en ello. El problema es más complejo y no se resolverá solo bloqueando el acceso a productos chinos. Debemos afrontar con seriedad la cuestión de nuestra base industrial de defensa: su alcance, evolución y capacidad.
La base industrial de defensa estadounidense está cambiando. Los actores tradicionales están conscientes de la amenaza que representan los componentes provenientes de China. Han sido sometidos a una mayor vigilancia por conexiones pasadas con ese país, y esta atención al detalle sigue en aumento. Este mismo escrutinio debe aplicarse a los nuevos actores que ingresan al sector, ya que podrían tener cadenas de suministro ya vinculadas con China. Estos nuevos participantes, a menudo provenientes del sector comercial, pueden no contar con los procesos ni estándares necesarios para evitar el uso de componentes chinos en sus productos.
Además de los procesos y estándares, existen relaciones comerciales lucrativas que deben ser abordadas con firmeza. Un ejemplo claro es la conexión entre SpaceX y Tesla. Elon Musk puede tener las mejores intenciones, pero China ciertamente no. Es razonable implementar legislación que establezca límites claros para garantizar que las operaciones comerciales y las fábricas de Tesla en China –donde produce la mitad de sus vehículos– no se vean sujetas a las leyes chinas, que obligan a las empresas a compartir información que el gobierno considere relevante. Esto es especialmente crítico si se tiene en cuenta que Pekín probablemente buscaría neutralizar la constelación de satélites Starlink en un posible conflicto relacionado con Taiwán o el Mar de China Meridional. Tampoco deberíamos facilitar la carrera de China por replicar el brillante cohete reutilizable Starship de SpaceX.
Es indispensable contar con legislación, límites regulatorios, concienciación y una aplicación estricta de estas medidas, pero también necesitamos una alternativa viable, confiable y sólida para el suministro de componentes, sin depender de China. La administración Trump busca revitalizar la manufactura estadounidense. Para ello, los fabricantes e inversores deben tener confianza en un mercado predecible y rentable para los sistemas de defensa y seguridad nacional. Lamentablemente, esa previsibilidad es escasa.
La propuesta del senador Roger Wicker, denominada “Restaurando la Forja de la Libertad” (Restoring Freedom’s Forge), es un plan alentador para estimular y modernizar el sistema de adquisiciones de defensa en Estados Unidos. Sin embargo, esto debe complementarse con una financiación estable y predecible.
Las resoluciones continuas y prolongadas, así como las asignaciones presupuestarias inciertas, son un obstáculo para esa estabilidad. Los nuevos participantes en el sector de defensa, atraídos por promesas no fundamentadas de grandes volúmenes de sistemas pequeños y económicos, a menudo se lanzan al mercado, pero solo para descubrir que las oportunidades son limitadas y sus modelos de negocio se derrumban.
Como exjefe de operaciones navales y observador cercano del ejército chino durante décadas, estoy convencido de que estamos en una competencia muy reñida con una fuerza militar china cada vez más capaz. No debemos consolarnos asumiendo una ventaja tecnológica. Es vital impedir que Pekín tenga puntos de acceso a nuestra infraestructura de defensa. Igualmente importante es incentivar, facilitar y financiar una nueva y sostenida ola de innovación y producción en el sector de defensa en Estados Unidos.