En un intento por forzar la cuestión del Estado palestino, Anthony Blinken, secretario de Estado de los Estados Unidos, ha planteado recientemente una postura contundente. Blinken ha advertido que “los árabes no financiarán la reconstrucción de Gaza sin un camino hacia un Estado palestino”. Esta declaración no solo revela una táctica diplomática astuta, sino que también pone sobre la mesa un ultimátum económico: si no queremos asumir la totalidad de los costos para la reconstrucción de Gaza, será necesario buscar una reconciliación con los palestinos que incluya apoyo a su ambición de un estado propio.
Este planteamiento de Blinken, que para algunos podría interpretarse como una negociación equitativa, es un chantaje financiero. Israel enfrenta una situación económica apremiante, teniendo que lidiar con la reconstrucción de comunidades del sur devastadas por los ataques de Hamás, y la reubicación de sus residentes. Además, los costos asociados a la guerra han sido exorbitantes, calificándose como la más costosa en la historia de Israel. La guerra ha representado un desembolso de aproximadamente $60.000 M, incluyendo operaciones militares y apoyo económico, como compensaciones y asistencia a los evacuados de las zonas fronterizas con Gaza y Líbano.
Solamente la movilización de 360.000 reservistas ha costado cerca de $264 M. Este aspecto financiero es crucial en el contexto que Blinken está poniendo en relieve para Israel. Blinken, por su parte, justifica esta postura indicando que los países árabes se resisten a invertir en reconstrucciones que podrían ser destruidas nuevamente por las Fuerzas de Defensa de Israel FDI. Aunque este punto es lógico, omite una cuestión esencial: Por qué Israel se ve obligado a atacar en Gaza.
Las Fuerzas de Defensa de Israel solo tomarían medidas drásticas contra un Estado palestino reconstruido si este, liderado por un gobierno terrorista, amenazase nuevamente con un genocidio a Israel. En esencia, en vez de abordar la causa de la guerra —las intenciones destructivas de aquellos que distorsionan nuestro derecho a la defensa como una excusa falaz para acusarnos de genocidio—, Blinken está preponderantemente preocupado por la posibilidad de un segundo arrasamiento de Gaza, lo que restaría valor a las inversiones árabes. Sin embargo, lo que omite es que, para Israel, aceptar un Estado palestino es una amenaza existencial. La analogía del escorpión y la rana ilustra vívidamente esta percepción de la naturaleza intrínseca de la hostilidad y el engaño, en referencia a los gobiernos palestinos.
La realidad, tal como se ha visto, especialmente desde el 7 de octubre, es que Israel no encuentra en el otro lado un socio comprometido con la coexistencia pacífica y el respeto mutuo. Este despertar ha borrado cualquier ilusión y ha confrontado a Israel con la dura realidad de que quienes abogaban por los derechos humanos palestinos también han sido víctimas de brutalidad.
En este contexto, Israel se ve forzada a centrarse en sí misma, en la reconstrucción de comunidades devastadas y en sanar las heridas de su gente. Esta situación es el resultado de la violencia palestina extrema, perpetrada por individuos cuyas acciones desafían los principios de convivencia que definen a las sociedades modernas y civilizadas.
Las naciones árabes, al considerar su participación en los esfuerzos de reconstrucción, deberían ser conscientes del riesgo de respaldar lo que podría ser un esfuerzo fútil si la violencia y el terrorismo palestino persisten. Este escenario requiere una evaluación realista por parte de Blinken, quien está presionando a Israel para que acepte una condición inaceptable: reconocer un Estado palestino a cambio de alivio financiero.
La posibilidad de aceptar la propuesta que sugiere Blinken plantea un dilema considerable para Israel. Si Israel accediera a tal acuerdo, implícitamente se vería obligado a ofrecer garantías de no represalia. Esta restricción dejaría a Israel vulnerable, permitiendo potencialmente que fuerzas hostiles como Hamás continúen con sus acciones destructivas sin temor a represalias. En un sentido más amplio, esto equivaldría a pagar un alto precio, no solo financiero, sino también en términos de seguridad, para facilitar indirectamente los objetivos de Hamás de masacrarnos.
La pregunta que surge es por qué esta realidad no es evidente para Blinken. A pesar de su experiencia y posición, no reconoce la imprudencia de su sugerencia. Uno esperaría que, dada su trayectoria, pudiera discernir la naturaleza de este tipo de chantaje financiero y entender que Israel es demasiado perspicaz para caer en semejante trampa. En su rol de secretario de Estado, Blinken tiene la responsabilidad de proporcionar asesoramiento razonable y equilibrado a sus superiores. Debe transmitirles que Israel identifica y rechaza lo que le presentan como un acuerdo ventajoso, pero que, en esencia, es un chantaje financiero.
Israel, por su parte, persiste en su compromiso de proteger a su pueblo y su soberanía. Desde el 8 de octubre, ha continuado fortaleciéndose contra los enemigos que buscan su destrucción. Israel asume la carga financiera de la defensa, se dedica a la reconstrucción de sus comunidades, atiende a sus heridos y consuela a los afligidos. Esta resiliencia es parte integral de su historia y su identidad. Además, Israel se mantiene firme en su postura de no sentirse obligado a restaurar las vidas y hogares de aquellos que han intentado destruir los nuestros. No existe una obligación moral hacia quienes han celebrado o contribuido a nuestras pérdidas.