Cinco ciudadanos estadounidenses siguen cautivos de Hamás y, ante esta terrible situación, el presidente Biden no ha desplegado tropas para rescatarlos. Sin embargo, en su discurso sobre el Estado de la Unión, prometió enviar fuerzas militares no para liberar a los rehenes, sino para levantar un muelle en Gaza.
Más de 1.000 soldados estadounidenses pasarán hasta dos meses en una zona de guerra, expuestos a posibles ataques, para construir una infraestructura que facilite la entrega de ayuda a los partidarios de Hamás en Gaza. La lógica que subyace a este plan es, cuando menos, incomprensible.
Los medios de comunicación, en una narrativa cuestionable, han empezado a difundir la idea de que los gazatíes, de origen árabe musulmán, se enfrentan a una grave hambruna. Esta afirmación se ha visto amplificada por los absurdos comentarios de la vicepresidenta Kamala Harris, que afirmó haber oído informes de familias que consumían hojas y forraje.
Sin embargo, un simple vistazo a las redes sociales revela una realidad muy distinta, con vídeos que muestran a los residentes disfrutando de schwarma y otros manjares como anticipo del Ramadán. Si el gobierno de Biden creía que la población de Gaza padecía hambre, la idea de retrasar dos meses la construcción de un muelle para la entrega de ayuda es, como mínimo, una cruel burla.
El proyecto del muelle añade más preguntas a medida que surgen detalles. La administración afirma que “no habrá tropas sobre el terreno” para construirlo y, según un portavoz del Pentágono, no habrá militares estadounidenses para transportar la ayuda a Gaza. Esto plantea una cuestión fundamental: ¿quién tiene entonces los medios para llevar a cabo semejante tarea?
El plan de Estados Unidos es construir un muelle que permita a los barcos más pequeños acercarse a una calzada temporal, facilitando así el paso de la ayuda. Según el portavoz, existe “coordinación con otras naciones” para operar esta calzada y distribuir la ayuda en Gaza, aunque estos países no han sido claramente identificados.
Aunque se menciona a Israel como socio, está claro que la participación de Israel y Estados Unidos es limitada. A la luz de estas declaraciones, surge la incógnita crucial de quiénes serán los verdaderos actores en este escenario, lo que deja un manto de dudas sobre la eficacia y las verdaderas intenciones detrás de este enigmático proyecto.
“¿Por qué no aprovechar los puertos existentes, permitiendo a Israel controlar la situación y facilitar el transporte? Parece un esfuerzo desproporcionado para un plazo de 60 días, sobre todo cuando hay gente que se muere literalmente de hambre”, cuestionó un periodista. La respuesta del portavoz fue un laberinto de palabras sin sentido, que revelaba la ausencia de una justificación sólida.
La verdad subyacente es que la administración Biden no está convencida de que los árabes musulmanes de Gaza estén sufriendo una hambruna grave. De ser así, sus acciones irían más allá del lanzamiento aéreo de 11.000 comidas y la promesa de que la distribución de alimentos comenzará en 60 días. Lo que realmente busca esta estrategia con la creación de un embarcadero temporal es eludir la supervisión israelí para asegurarse el acceso a Gaza a largo plazo.
Aunque el embarcadero se describe como una solución “temporal”, un alto funcionario ha reconocido que se espera que con el tiempo se convierta en una instalación comercialmente operativa. Esta admisión descarta la idea de temporalidad, sugiriendo el propósito de establecer un puerto permanente para servir a intereses terroristas.
La administración afirma que este puerto es necesario para “permitir a los socios humanitarios distribuir con seguridad ayuda vital por toda Gaza”. Sin embargo, la justificación de la “seguridad” se desvanece ante la realidad, ya que no hay ninguna garantía de que las entregas de ayuda vayan a estar protegidas.
Ante la preocupación de si Hamás podría atacar a las fuerzas estadounidenses o interceptar la ayuda, un portavoz del Pentágono ofreció una respuesta evasiva, sugiriendo que, dada la preocupación de Hamás por el pueblo palestino, deberían permitir que la misión de ayuda se desarrollara sin incidentes. ¿Sigue albergando la administración Biden esperanzas en la benevolencia de Hamás?
Pero lo cierto es que, con la confirmación de que no habrá presencia militar estadounidense sobre el terreno para asegurar la ayuda o impedir que se la apropie Hamás, está claro que la administración no asume ninguna responsabilidad por la seguridad de las entregas.
Por tanto, nos enfrentamos al enigma de cuál es el verdadero propósito de este muelle permanente. La conclusión es ineludible: estamos ante una estrategia que, lejos de garantizar la seguridad y el bienestar de la población de Gaza, parece diseñada para otros fines, ignorando las verdaderas implicaciones humanitarias y de seguridad.
La capacidad Joint Logistics Over-the-Shore (JLOTS) del Ejército y la Armada de Estados Unidos queda patente en este escenario, centrándose en el despliegue y sostenimiento de fuerzas cuando no hay acceso a instalaciones portuarias o cuando se enfrentan a la denegación de éstas. Israel posee puertos funcionales; por tanto, el verdadero problema reside en la denegación de acceso a los mismos.
La administración Biden ha declarado que no desplegará tropas estadounidenses en Gaza, aunque queda por ver si otras naciones podrían hacerlo. Según el Pentágono, se están manteniendo conversaciones sobre acuerdos de seguridad con naciones aliadas, y no se descarta que entre estos aliados se encuentren países aliados de Hamás, como Qatar o Turquía. La presencia de fuerzas armadas extranjeras en Gaza podría interpretarse como una invasión en territorio israelí, cuyo objetivo ulterior sería apoyar a los terroristas allí asentados.
Aunque el movimiento de tropas no parece ser el objetivo principal, la intención de poner fin al bloqueo israelí sobre Gaza es evidente. La calzada no solo facilitará la entrega de raciones individuales de combate (MRE), sino que también se utilizará para transportar materiales para la “reconstrucción” de Gaza, como parte de la creación de un nuevo “Estado palestino”.
La estrategia de la administración Biden pretende establecer un acceso a Gaza que escape al control de Israel. Este “muelle de Troya” no solo pretende eludir la supervisión israelí, sino también la de Egipto. El plan de la administración es habilitar un canal que permita la transferencia directa de materiales a Gaza sin necesidad de aprobación israelí o egipcia, lo que representa una ventaja significativa para los terroristas.
Aunque el ejército israelí ha anunciado que coordinará la construcción e inspeccionará los cargamentos destinados a Gaza, este plan es un error estratégico más en una serie de fracasos. Una vez que el sistema esté operativo, y si se presiona a Israel para que se retire, proporcionaría a los terroristas una vía directa a sus aliados internacionales, incluidos los que se hacen pasar por grupos humanitarios.
La estrategia adoptada por el presidente Biden marca un punto de inflexión en la política exterior estadounidense y representa una clara violación de la soberanía de Israel.
Tras más de una década de esfuerzos por contener a Hamás tras su ascenso al poder, espoleado por la presión internacional para que celebrara elecciones -una iniciativa promovida por Condoleezza Rice-, Biden ha optado por relajar las restricciones sobre el grupo terrorista. Esta decisión no solo compromete la seguridad de Israel, sino que también tiene graves repercusiones para los intereses de Estados Unidos.
El último cuarto de siglo ha mostrado las consecuencias de los intentos fallidos de apaciguar a los terroristas islámicos para granjearse su favor. Las experiencias de Afganistán e Irak no han dejado ninguna lección aprendida, y Biden está decidido a repetir esos errores, inundando Gaza de ayuda y promesas de reconstrucción. La esperanza de una gratitud inexistente se desvanece ante la realidad de los paquetes de ayuda estadounidense que los gazatíes tiran a la basura, simbolizando el desprecio por los esfuerzos de paz.
Los costes humanos y estratégicos de estas políticas han sido elevados para Estados Unidos, que ha sacrificado vidas en el intento de salvar a sectores de la población en Irak y Siria, solo para cosechar matanzas de estadounidenses.
La Primavera Árabe de la administración Obama desestabilizó Yemen y amenazó la seguridad marítima en el mar Rojo. El acuerdo con Irán enriqueció a un régimen terrorista, financiando conflictos en toda la región. Ahora, los esfuerzos de la administración Biden por apaciguar a Hamás han culminado en las atrocidades del 7 de octubre, evidenciando una política exterior que favorece la concesión frente a la contención.
La decisión de abrir Gaza al mundo no solo expone a Israel a mayores riesgos, sino que amenaza con desestabilizar aún más la región. El “Muelle de Troya” no pretende facilitar la ayuda humanitaria, sino establecer un corredor para que los terroristas accedan libremente a la escena mundial. La consecuencia inevitable de este acceso será un aumento de la violencia y el terror, que afectará no solo a Israel sino a todo el mundo.
Este último acto de construcción nacional, lejos de promover la paz, allana el camino para una mayor inestabilidad y guerra. Israel y sus aliados se enfrentarán a las repercusiones de esta débil política, pero las llamas resultantes arderán más allá de sus fronteras, poniendo en peligro la seguridad mundial.