Todo aquel que se autodenomina “experto” en Medio Oriente está seguro de una cosa: la propuesta del presidente Donald Trump de reubicar a los árabes palestinos fuera de Gaza no puede ni debe llevarse a cabo.
Por supuesto, esos mismos expertos dijeron lo mismo sobre los Acuerdos de Abraham de 2020, que lograron normalizar las relaciones entre Israel y cuatro países de mayoría árabe y musulmana. También predijeron que el traslado de la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén desataría el Armagedón (lo cual no sucedió).
Así que, cuando se enfrenta a la elección entre una idea “imposible” de Trump y la sabiduría convencional del establecimiento de política exterior, quizás algunos de esos “expertos” deberían reconsiderar sus advertencias apocalípticas.
No obstante, podrían tener razón en esta ocasión. A primera vista, es difícil imaginar cómo podría ponerse en práctica la idea de Trump sin un enorme despliegue de fuerza militar estadounidense y un gasto igualmente descomunal de fondos federales. Ya se sabe que la administración no tiene intención alguna de enviar tropas a Gaza ni de invertir grandes sumas, si es que piensa gastar algo.
El fin de una fantasía
Incluso si no se concreta, la decisión de Trump de abanderar esta idea es enormemente significativa. Cambia decisivamente la conversación sobre Medio Oriente, superando en importancia a los movimientos de política proisraelí más relevantes de su primer mandato. Sobre todo, implica el fin de la fantasía sobre la creación de un Estado palestino.
La comunidad internacional, el mundo árabe y musulmán, y los propios palestinos están indignados ante la posibilidad de un plan de reconstrucción para Gaza que permita a su población salir del territorio. Sin embargo, no lo rechazan porque crean que sería perjudicial para los civiles en Gaza.
Se podrá criticar a Trump y sus intenciones, o a las de los israelíes y estadounidenses proisraelíes que celebraron sus palabras, pero es evidente que sería beneficioso para los palestinos tener la oportunidad de comenzar una nueva vida en otro lugar. Además, aumentaría la probabilidad de que la reconstrucción de Gaza no implique reedificar las fortificaciones terroristas y túneles de Hamás, sino mejorar la habitabilidad del lugar o incluso desarrollar sus propiedades costeras.
La propuesta no tiene futuro porque todos estos grupos insisten en conservar Gaza como un bastión del irredentismo antisionista. En sus mentes, la única función de Gaza es formar parte, junto con Judea, Samaria y algunas áreas de Jerusalén, de un Estado palestino independiente que aún creen debe establecerse al lado de Israel.
Nada puede interferir con esa idea fallida, ni el rechazo sistemático de los palestinos a las soluciones de dos Estados desde el plan de partición de la ONU de 1947, ni sus constantes negativas a aceptar planes de paz o a reconocer la legitimidad de un Estado judío, sin importar sus fronteras.
Tampoco puede interferir la clara intención de los terroristas genocidas de Hamás, quienes gobernaron Gaza como un Estado palestino independiente de facto desde 2007 hasta el 6 de octubre de 2023, de destruir al Estado judío y a su población. Ni siquiera el hecho de que la Autoridad Palestina, considerada más moderada, y la opinión pública palestina en general apoyen a Hamás y sus objetivos, para los cuales las atrocidades del 7 de octubre de 2023 fueron solo un adelanto.
La terquedad palestina ignorada
Nada de esto ha impedido que la comunidad internacional y todas las administraciones estadounidenses previas a Trump 2.0 continúen creyendo que un Estado palestino es la solución al conflicto. Esta idea formaba parte del plan de paz “Prosperidad para la Paz” del primer mandato de Trump, aunque de manera más restringida que en propuestas anteriores.
Incluso después del 7 de octubre, el expresidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris han continuado actuando como si el siglo de intransigencia árabe palestina no fuera un obstáculo para seguir promoviendo esa misma idea, que ha fracasado repetidamente.
El acierto del plan de Trump para Gaza no radica tanto en la lógica de ofrecer a una población de refugiados la oportunidad de rehacer sus vidas, sino en dejar claro que no habrá un Estado palestino independiente ni en Gaza ni en ningún otro lugar.
La Autoridad Palestina podrá seguir gestionando los asuntos internos de los árabes en Judea y Samaria (Judea y Samaria), pero su régimen corrupto, que aún subsidia el terrorismo mediante la política de “pagar por matar”, nunca ha mostrado interés real en crear un Estado pacífico y productivo junto a Israel.
Desde que Israel se retiró completamente de Gaza en 2005, el territorio ha sido un peligro constante. Dos años después, Hamás derrocó a Fatah y tomó el control del enclave tras un sangriento golpe de Estado. Sin embargo, sigue siendo un dogma entre los estrategas de política exterior que Israel debe ser presionado para facilitar la creación de un Estado palestino, cuyo propósito principal sería, como Gaza bajo Hamás, servir de plataforma para la eventual destrucción de Israel.
Lo que Trump ha hecho es notificar que Estados Unidos ya no considerará la facilitación de ese concepto destructivo como un objetivo de política. Por el contrario, ha dejado claro que, independientemente de lo que ocurra en los próximos años, debe encontrarse otra solución para los palestinos. Aquellos que celebraron las masacres, violaciones, torturas, secuestros y destrucción del 7 de octubre no serán recompensados con más presión sobre Israel para que realice concesiones suicidas que su población rechaza de manera abrumadora.
La narrativa de la ‘nakba’
Existen consecuencias por generaciones de intransigencia que se han cristalizado en un sistema de creencias que vincula de manera inquebrantable el nacionalismo palestino con una guerra perpetua contra los judíos. Trump es el primer presidente estadounidense desde el inicio de la guerra que ha señalado explícitamente cuáles deben ser esas consecuencias.
Desde que el pueblo judío recuperó la soberanía sobre su tierra ancestral en 1948, los árabes palestinos y sus aliados extranjeros han mantenido la narrativa de la nakba, que califica la creación del Estado moderno de Israel como una gran “catástrofe” que debe ser revertida. Desde finales de la década de 1980, los responsables de la política estadounidense han intentado conciliar las demandas de ambos pueblos promoviendo una solución de dos Estados, en teoría para satisfacer a ambas partes. Sin embargo, esta política fue una forma de negar las verdaderas intenciones palestinas respecto a la destrucción de Israel, una idea cuyo fracaso se ha resistido a toda evidencia en su contra.
Por eso la propuesta de Trump resulta tan dolorosa para los palestinos. Contrario a sus afirmaciones, no es una repetición de la nakba, cuando muchos árabes huyeron del territorio del recién nacido Estado de Israel, mientras un número aún mayor de judíos fue expulsado de sus hogares en el mundo árabe y musulmán. Es, más bien, el reconocimiento de que los palestinos deben ser forzados a abandonar su ambición de retroceder en el tiempo hasta 1948 o incluso 1917 (año en que la Declaración Balfour del Imperio Británico expresó su apoyo a la creación de un Hogar Nacional Judío). La única manera de lograrlo es eliminar incluso la posibilidad de nuevos ataques como el del 7 de octubre, con los que aspiran a aislar y desgastar a los israelíes hasta que estos se rindan.
Las posibilidades de un Estado palestino
La idea de una solución de dos Estados murió hace mucho tiempo.
Pudo haberse implementado fácilmente si el veterano terrorista y líder de la Autoridad Palestina, Yasser Arafat—recién salido de su rol como jefe de la Organización para la Liberación de Palestina, con un sangriento historial—hubiera aceptado las ofertas de independencia y soberanía que le hicieron el entonces presidente estadounidense Bill Clinton y el primer ministro israelí Ehud Barak. Sin embargo, Arafat respondió a esa oferta de paz con la guerra de terror conocida como la Segunda Intifada. Tras ello, la mayoría de los israelíes comprendieron que los planes de “tierra por paz” que les habían vendido no eran más que “tierra por terrorismo”. La conversión de Gaza en un estado terrorista y base de lanzamiento de misiles contra civiles israelíes después de 2005 solo confirmó esa amarga verdad.
A pesar de esto, los palestinos tuvieron más oportunidades y un amplio apoyo internacional. La posibilidad de un Estado palestino volvió a estar sobre la mesa cuando el presidente George W. Bush y el primer ministro israelí Ehud Olmert hicieron una oferta aún más favorable al sucesor de Arafat, Mahmoud Abbas. Durante los ocho años de la presidencia de Barack Obama, cuando la administración hizo todo lo posible por favorecer diplomáticamente a los palestinos, esa posibilidad también estuvo presente, al menos en teoría.
Sin embargo, después del 7 de octubre y la guerra que le siguió, es evidente que la idea de un Estado palestino ha dejado de ser algo más que un concepto agotado, una política que ha caducado.
¿Qué depara el futuro para los palestinos o Gaza?
Trump y el acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes
Trump impulsó un acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes que podría dejar a Hamás en el poder en Gaza. Sin embargo, sus declaraciones sobre la necesidad de evacuar gran parte, si no toda, de la población palestina para reconstruir el área dejan en claro que no quiere que eso suceda. Aunque preferiría que no hubiera guerras durante su mandato, es poco probable que se oponga a que Israel continúe con sus esfuerzos para eliminar a Hamás—como hicieron Biden y Harris—cuando quede claro que el alto el fuego no logrará el desarme ni la expulsión de esa organización del poder. La era de diferencias marcadas entre Estados Unidos e Israel también ha llegado a su fin.
Es totalmente posible que los palestinos en Gaza insistan en permanecer en el mismo estado de limbo en el que han estado desde 1948. Podrían seguir esperando la destrucción de Israel para que los descendientes de los refugiados originales puedan “regresar” a un país que en realidad nunca existió como una nación árabe palestina independiente y que nunca existirá. Igualmente, es posible que, con o sin el liderazgo de Hamás, la cultura política de los palestinos esté tan deformada e intransigente que pocos se atrevan a aceptar la oferta de reasentamiento de Trump, temiendo ser asesinados por operativos de Hamás o sus propios vecinos.
Sin embargo, no hay duda de que, a pesar de las calumnias contra Trump por atreverse a descartar la sabiduría convencional en política exterior, esta es probablemente la mejor oferta que los palestinos recibirán.
No hay una alternativa racional
Quizás los palestinos se sientan satisfechos al ver morir la propuesta de Trump por falta de apoyo de cualquier parte, excepto Israel. Pero la alternativa a esa propuesta es que el pueblo palestino siga viviendo en la miseria, siendo útil solo para sus líderes, activistas, estudiantes universitarios y otros que explotan su situación como carne de cañón en la guerra contra el Estado judío.
Trump ha condenado la idea de un Estado palestino al basurero de la historia, donde pertenece. Su retirada de la UNRWA—la agencia de la ONU que, desde 1948, se ha negado a reasentar a los palestinos y ha perpetuado la guerra contra Israel—y su reciente recorte de fondos a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), cuyos proyectos “humanitarios” también han contribuido a mantener la intransigencia palestina, han marcado un cambio decisivo hacia una política estadounidense más realista.
El apoyo estadounidense siempre fue fundamental para la creación de un Estado palestino. Ese apoyo ha terminado. Los críticos de Trump pueden lamentarlo todo lo que quieran, pero la amarga verdad que se niegan a reconocer es que sus alternativas a la propuesta de Trump para Gaza son incluso más irrealistas y peligrosas que la suya.