Durante el fin de semana, la primera fase de 42 días del alto el fuego entre Israel y Hamás permitió la liberación de tres rehenes más: el estadounidense-israelí Keith Siegal, el franco-israelí Ofer Kalderon y el argentino-israelí Yarden Bibas. Fueron intercambiados por 183 terroristas palestinos presos.
Los rehenes eran civiles inocentes; algunos de los prisioneros eran asesinos endurecidos. Muchos habían cometido crímenes graves y estaban cumpliendo cadenas perpetuas. Nadie cree que el encarcelamiento los haya rehabilitado. Es poco probable que dediquen el resto de sus vidas a la paz mundial. Estos terroristas son los personajes que tantos ingenuos en los campus universitarios han defendido durante casi un año y medio.
Israel ya ha liberado más de 500 prisioneros. Dieciocho rehenes israelíes también han sido liberados, pero ¿libres para qué? Los terroristas palestinos tienen un oficio; los israelíes se especializan en pérdidas.
Durante casi 80 años de existencia, Israel ha demostrado una asombrosa capacidad de resiliencia. Una bomba suicida estalla en una pizzería durante la Segunda Intifada. Las ambulancias y peritos forenses acuden al lugar. Poco después, una vez que los restos son retirados y la sangre limpiada, los israelíes reanudan sus vidas. Los clientes buscan otro lugar para almorzar.
Temo que el legado del 7 de octubre trace un rumbo postraumático distinto. Esta escena del crimen tendrá para siempre siluetas de tiza y cintas amarillas alrededor del corazón israelí.
El 7 de octubre es la guerra más larga de Israel. Comenzó con una catastrófica violación de su soberanía y ha resultado ser, con diferencia, la más prolongada de sus tragedias nacionales. ¿Tiene la fortaleza mental del sabra límites? ¿Será posible reunir de nuevo el coraje para normalizar sus vidas, como tantas veces se han visto obligados a hacer en el pasado?
El 7 de octubre y sus secuelas representan un trauma nacional único, el clímax de una tragedia que está dejando cicatrices permanentes y un dolor indecible.
Incluso estos intercambios de prisioneros por rehenes han provocado momentos agridulces que no hacen más que profundizar las heridas: reactivan el trauma colectivo israelí y conmocionan su sistema nervioso con la magnitud de lo perdido.
Hamás libera a los rehenes como si fuera un equipo de fútbol de preparatoria organizando un desfile antes de un partido importante. Los cautivos son exhibidos y empujados por las calles, obligados a subirse a tribunas y a saludar a gazatíes que vitorean, como si agradecieran la “hospitalidad”. Mientras tanto, Hamás muestra rifles de asalto automáticos en lugar de hojas de olivo. El escenario está decorado con un cartel que reza: “El sionismo nazi no ganará”.
El Ministerio de Salud de Gaza asegura que 47,000 palestinos han muerto en esta guerra. Aun así, Hamás libera rehenes con la pompa de un ejército que anuncia su “gloriosa victoria” al mundo.
Si Hamás se declara victorioso, entonces esta guerra está lejos de terminar, y el presidente Donald Trump debería esperar escuchar eso del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu cuando se reúnan el martes en la Casa Blanca.
La segunda fase del alto el fuego no puede ni debe continuar, porque en Gaza aún quedan demasiados terroristas y civiles cómplices. Los palestinos parecen más motivados para el combate esta semana que los fanáticos de los Kansas City Chiefs.
Eso es insostenible. El presidente Trump prometió que, a menos que todos los rehenes fueran liberados antes de su investidura, “se desataría el infierno”. Pues bien, el presidente ya está en la Oficina Oval. Se cree que aún hay 79 rehenes en cautiverio, muchos de los cuales ya habrían muerto. Dos estadounidenses están entre los que siguen vivos, y Hamás retiene los cuerpos de otros cuatro.
Mientras tanto, ¡los gazatíes celebran en las calles! ¿Parecen ser un pueblo castigado o derrotado?
La normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita puede esperar. Israel tiene asuntos pendientes que resolver primero: borrar esas sonrisas ocultas tras las kufiyas en Gaza. El presidente Trump debería respetar, como no lo hizo Joe Biden, que Israel conoce el infierno que es su región y la duplicidad de sus actores más siniestros.
La liberación de Yarden Bibas esta semana tuvo el mismo efecto desalentador que las palabras finales de Julio César tras la traición de su amigo Bruto: “la más cruel de las heridas”.
¿Dónde está el resto de la familia Bibas? Shira, la esposa de Yarden, y sus dos pequeños hijos, Ariel y Kfir, secuestrados en los brazos de su madre el 7 de octubre, con cuatro años y nueve meses de edad, respectivamente. Las autoridades israelíes han expresado “grave preocupación” por su situación. Hamás afirma, en su propio beneficio, que los tres murieron en un bombardeo israelí.
Dado que Hamás “prometió” liberar primero a mujeres y niños, el hecho de que no hayan sido incluidos entre los 18 rehenes liberados hasta ahora es profundamente preocupante.
Tras la liberación del padre, se informó que Hamás no solo había golpeado y encerrado a Yarden, sino que lo había torturado con noticias contradictorias sobre su familia: un día le decían que estaban vivos, al siguiente que habían sido asesinados, solo para luego “revivirlos” en un ciclo constante.
¿Cómo encontrará este hombre la fuerza para comenzar de nuevo, después de todo lo que le han arrebatado?
Mientras tanto, los israelíes siguen atormentados, como debería estarlo toda persona, por la imagen de los dos pequeños niños pelirrojos que fueron vistos por última vez en pijamas de Batman.
Los israelíes han esperado su regreso durante 16 meses. Querían colmarlos de besos y consentirlos. Mejor aún, organizarles una fiesta nacional de cumpleaños para compensar los que pasaron en Gaza.
Con el padre vivo y los niños y su madre desaparecidos, los israelíes se preparan, lentamente, para un réquiem inimaginable.