En un tono resuelto y definitivo, Benny Gantz, ministro del gabinete de guerra de Israel, lanzó una advertencia inequívoca el 18 de febrero, a tan solo tres semanas del inicio del Ramadán: “Si nuestros rehenes no regresan a casa antes del Ramadán, los combates no cesarán y se extenderán a todos los frentes, incluyendo Rafah”. Este pronunciamiento no solo intensificó las especulaciones sobre una posible incursión en Rafah, sino que también puso un marcado contador regresivo.
Los rumores sobre el cómo y el cuándo de esta operación militar se multiplicaron, pero fue solo siete meses después del inicio de la guerra que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) actuaron, justo un día después de instar a la evacuación de la zona este de Rafah. Al amanecer, las tropas irrumpieron con notable celeridad y tomaron control del cruce de Rafah.
Este solo fue el comienzo de una serie de declaraciones firmes y ultimátums amenazantes por parte de altos funcionarios israelíes, incluido el primer ministro Benjamin Netanyahu, insistiendo en que la derrota de Hamás no estaría completa hasta desmantelar los últimos reductos del grupo terrorista.
Sin embargo, cada advertencia se encontró con fuertes objeciones internacionales, especialmente de Estados Unidos, que abogaba por un enfoque que protegiera a la población civil de Rafah, una comunidad de aproximadamente 1.5 millones de personas, ya vulnerables y mayormente desplazadas desde el inicio de la guerra.
Con el tiempo, y al llegar a la semana 13 desde la primera advertencia de Gantz, las amenazas parecieron perder fuerza, socavando la postura de disuasión de Israel, pues la falta de acción diluía la credibilidad de sus palabras.
Cuando el primer ministro Benjamin Netanyahu reiteró la semana pasada su amenaza de una incursión en Rafah, su declaración no pareció sorprender a muchos. Dirigiéndose a un grupo de familias de rehenes y soldados caídos, prometió una “victoria total” sobre Hamás.
Este escepticismo, sin embargo, fue desafiado por los eventos del martes temprano, cuando las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ejecutaron una operación que, aunque no era de la magnitud de incursiones anteriores en Gaza o Jan Yunis, fue notable por su precisión: una operación quirúrgica que se saldó con la muerte de unos 20 miembros de Hamás, sin bajas en las FDI, según sus reportes.
Este ataque cuidadosamente calibrado parece responder directamente a las advertencias de Joe Biden contra acciones más extensivas en la ciudad. La sorpresa llegó con la rápida captura del lado palestino del cruce de Rafah, el único paso fronterizo de Gaza no controlado por Israel, un movimiento estratégico inesperado y significativo.
La decisión de actuar parece haber sido impulsada por dos factores críticos. Primero, la negativa de Hamás a aceptar un acuerdo de rehenes “extraordinariamente generoso”, según lo describió el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken.
Esto pareció demostrar una confianza en su posición dentro de la guerra, rechazando lo que se percibía como una oportunidad para disminuir las tensiones. Segundo, la presión interna y externa sobre Netanyahu y las FDI estaba escalando, con demandas de acción tanto a nivel internacional como de los ciudadanos israelíes que protestaban por una resolución al dilema de los rehenes.
La operación en Rafah, por lo tanto, no solo fue una demostración de fuerza militar, sino también una maniobra política, buscando aliviar la presión mientras mantenía la postura firme de Israel frente a sus adversarios y aliados por igual.
La reciente respuesta de Hamás, aceptando un acuerdo que inicialmente habían rechazado, refleja una reacción directa a la firme postura militar de Israel. Tras la orden de las FDI de evacuar a aproximadamente 110,000 residentes del este de Rafah, el cambio de actitud de Hamás sugiere que la presión israelí fue efectiva. Este giro en los acontecimientos no solo subraya la importancia de la incursión, sino que también demuestra cómo las acciones militares pueden influir en las decisiones políticas.
Además, el ataque con morteros desde Rafah, que se saldó con la muerte de cuatro soldados israelíes y heridas a otros diez, recalca la persistente amenaza de Hamás en esa área. Esta situación reitera la necesidad de Israel de desmantelar los batallones de Hamás en Rafah para proteger la seguridad de sus soldados y de las comunidades en el Neguev Occidental.
La toma del cruce de Rafah por parte de las FDI representa un movimiento significativo para Israel, no solo desde una perspectiva militar, sino también política y simbólica. La captura de este cruce, que ha servido como un punto crucial para el control civil y económico de Gaza por parte de Hamás, es una declaración fuerte de que Israel está tomando medidas activas para desafiar el control de Hamás sobre la vida diaria en la Franja.
Este paso es especialmente relevante considerando los desafíos de seguridad que ha enfrentado Israel. Los ataques con morteros, que no solo son numerosos, sino también precisos, subrayan la existencia de amenazas coordinadas y persistentes. Israel ha dejado claro que, mientras persistan tales amenazas, no se permitirá el regreso a la normalidad en las comunidades afectadas.
La estrategia de Israel de apuntar a la infraestructura que permite a Hamás mantener su control sobre Gaza—económica, civil y militarmente—es crucial. Además, el anuncio del comandante israelí que compara la toma de Rafah con la captura histórica del Monte del Templo en Jerusalén durante la Guerra de los Seis Días, aunque pueda parecer una exageración para algunos, refleja la importancia simbólica que Israel otorga a este tipo de operaciones.
Esto no solo se trata de un esfuerzo militar, sino también de un esfuerzo para reafirmar la soberanía y la seguridad, demostrando que las amenazas de acciones significativas por parte de Israel no son solo palabras, sino realidades tangibles y efectivas.
La respuesta de Hamás al último acuerdo aceptado por Israel será un indicador clave de cómo sus líderes están respondiendo a estas tácticas y si están dispuestos a reconsiderar su estrategia en la guerra.