En el contexto de la operación israelí contra Hamás en Rafah, la estrategia de Irán de desplegar sus agentes sombríos se revela cada vez más intensa, aunque su éxito permanece en entredicho.
El régimen islámico ha canalizado su influencia a través de agentes terroristas, como un director orquesta siniestra, intentando así desestabilizar a Israel. Sin embargo, estos esfuerzos no han resonado con la efectividad esperada.
Por un lado, tenemos las milicias leales a Teherán en Irak, que, aunque se arman con drones como flechas modernas, rara vez logran marcar su objetivo en Israel, siendo a menudo interceptados por el escudo defensivo del Estado judío. Similares son los esfuerzos desde Yemen, donde Irán mueve los hilos de los hutíes, intentando perturbar la navegación internacional con ataques esporádicos contra embarcaciones.
En un incidente reciente, digno de mención por su audacia, pero escaso en resultados, los hutíes enfrentaron a la poderosa armada estadounidense en las aguas turbias del mar Rojo. Según reportes del Comando Central de Estados Unidos, el pasado 6 de mayo, tres artefactos voladores no tripulados (UAS) fueron lanzados por los islamistas desde sus bastiones en Yemen hacia el Golfo de Adén, provocando una rápida y precisa respuesta de las fuerzas navales. Uno fue derribado por un buque de la coalición, otro por las propias fuerzas de EE. UU., y el último se desplomó sin causar daño alguno en el golfo.
Al día siguiente, una nueva tentativa de demostración de fuerza se materializó en el lanzamiento de un misil balístico por parte de los hutíes hacia el mismo golfo, sin embargo, el desenlace fue nuevamente infructuoso.
En medio de estas maniobras, los medios proiraníes lanzaron advertencias ominosas sobre las consecuencias de una escalada israelí en Rafah, prediciendo una “tormenta perfecta”. Pero por ahora, esa tormenta parece más una brisa que aún no ha logrado desatar el caos prometido en múltiples frentes.
A pesar de las altas expectativas de Irán, las amenazas formuladas no han alcanzado el impacto devastador anticipado. Durante los primeros días de mayo, en particular del 5 al 8, Hezbolá intensificó sus ofensivas, descargando docenas de cohetes sobre Israel.
El 8 de mayo, a las 11 de la mañana, se registró un ataque de Hezbolá en Galilea, seguido por otro a las 11:30 cerca de Shlomi, en las inmediaciones de Nahariya, regiones que ya han conocido la furia de este grupo en ocasiones anteriores. La táctica era familiar, casi predecible, siguiendo un patrón establecido en confrontaciones previas.
Sin embargo, la novedad en esta serie de enfrentamientos llegó en forma de ataques con drones los días 6 y 7 de mayo, marcando una grave escalada en las hostilidades, que lamentablemente culminaron en la muerte de dos soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel. Esta escalada suponía un punto de inflexión que, curiosamente, no se sostuvo.
Al parecer, Hezbolá optó por no profundizar en la escalada el 8 de mayo, retrocediendo a un enfoque más medido y calculado que ha caracterizado sus acciones durante los últimos siete meses. Estos ataques, aunque destructivos, no han sido suficientes para desencadenar una guerra a gran escala.
Así, la estrategia iraní de provocar una escalada significativa en el contexto de la ofensiva en Rafah no ha rendido los frutos esperados. Resta ver si, en el transcurso del próximo fin de semana, Irán y sus agentes optarán por intensificar sus acciones bélicas en busca de una ventaja estratégica más definida.