Hace más de medio siglo, Israel Eldad, el pensador sionista de aguda intelectualidad y figura destacada del clandestino grupo Lehi durante el Mandato Británico, nos legó una parábola reveladora en su obra “La Revolución Judía”.
En un intento por desvelar la indiferencia hacia la verdad que prevalece en el mundo árabe, Eldad despliega con maestría una historia que captura esta distorsión de la realidad: un padre árabe, exhausto por el alboroto de sus hijos, inventa que están obsequiando aceitunas gratis en el mercado local. Los niños, ilusionados, se dispersan en busca del inexistente obsequio. Momentos después, el padre, arrastrado por su propia falacia, se lanza hacia el mercado en busca de aquellas aceitunas imaginarias.
Esta confusión entre lo real y lo ilusorio no solo se manifiesta en el Oriente; ha contaminado alarmantemente al mundo occidental. Que los árabes se enreden en sus propias falacias no sorprende; es un rasgo arraigado en su cultura. Lo verdaderamente alarmante es que el Occidente haya decidido unirse a esta absurda carrera por las aceitunas fantasmas.
Israel, ese bastión en el que depositamos nuestra confianza, se tambalea. Se ha sugerido que Israel podría estar abandonando su compromiso con la verdad, ya sea por conveniencia política o por la presión indebida de sus aliados. De ser así, está cometiendo un error trascendental.
La verdad es crucial, aunque su presencia no sea siempre obvia. Las palabras, igualmente vitales, son manipuladas para moldear el lenguaje que establece los estándares de toda evaluación. Es una verdad incontrovertible: el lenguaje configura la narrativa; la narrativa, a su vez, dirige el discurso o debate. Y este debate es quien finalmente determina el desenlace en esta guerra de ideas. Esta es la nueva arena de combate, tan letal como cualquier enfrentamiento armado.
Históricamente, Israel ha triunfado en sus enfrentamientos militares con una contundencia arrolladora. Sin embargo, en tiempos más recientes, ha cedido terreno en un frente distinto y no menos crítico: la guerra de palabras, la guerra de ideas.
La transformación de las confrontaciones militares a las batallas discursivas es evidente y ha tenido sus repercusiones, con el Líbano en 2006 como claro ejemplo. Incluso las tensiones diplomáticas y las repetidas negociaciones fallidas han contribuido a erosionar la imagen de Israel a nivel global. La situación en Gaza es la última expresión de este fenómeno, con implicaciones mucho más letales que no pueden ser pasadas por alto.
Ahora, tras más de siete meses de conflicto con un enemigo árabe convencido de sus propias falacias sobre Israel y los judíos, Israel se encuentra ante un posible error histórico. Este podría ser uno de los errores más costosos: un fallo de cálculo político que podría perseguir al país en su navegación por un entorno político internacional cada vez más hostil.
Es evidente que la estrategia de Israel ha sufrido una transformación desde su inicial postura de procurar la destrucción de Hamás, tras los eventos del 7 de octubre. La retórica inicial, que llamaba a la erradicación de un movimiento nazi árabe genocida que cometió atrocidades, se ha desvanecido con el tiempo. Ahora, el lenguaje ha sido suavizado, pasando de la “destrucción” a la “derrota” de los considerados salvajes, y aún más, a la necesidad de impedir que Hamás gobierne en Gaza. Observamos cómo se ha desplazado la meta, alterando sutilmente el objetivo y, con ello, la percepción de la guerra.
Si bien los discursos políticos pueden haber suavizado su tono, todavía hay voces que, por inercia o convicción, se refieren a la “destrucción” de Hamás, aunque “derrota” se ha convertido en la terminología predominante en el debate actual.
El idioma no es el único aspecto que ha sufrido una degradación notable. La estrategia y la táctica de Israel también han experimentado una erosión alarmante. Inicialmente, Israel rechazaba cualquier mención de un alto el fuego, argumentando que incluso una pausa breve sería perjudicial para su esfuerzo bélico. Sin embargo, esta postura se ha visto alterada.
En situaciones donde el establecimiento de una zona humanitaria se consideraba contraproducente, porque permitiría a los terroristas encontrar refugio, Israel ahora ha cedido, incluso defendiendo que es una buena idea. Peor aún, si inicialmente los civiles árabes palestinos de Gaza fueron identificados, con bastante precisión, como participantes o simpatizantes en la guerra contra el Estado judío, Israel ha cometido lo que podría ser su error más grave al adoptar una nueva narrativa.
Cada uno de estos reajustes se ha realizado a expensas de lo que debería representar una victoria. Agravado por la injerencia excesiva del equipo de política exterior de Biden, los portavoces israelíes han comenzado a hablar de una guerra “que Israel no puede permitirse perder”. Ese lenguaje y esa actitud equivalen a una capitulación ante las presiones occidentales.
Todos conocemos el fin último de estas presiones occidentales, como lo dictan Blinken y Biden: una solución de dos estados. Una ilusión de dos estados que será impuesta a Israel como la consecuencia lógica de la antigua política de George Ball de “salvar a Israel a pesar de sí misma” (Foreign Affairs, abril de 1977).
Por lo tanto, el error más grande de todos es la forma en que Israel ha comenzado a argumentar que los civiles árabes palestinos son víctimas de las políticas perniciosas de Hamás. ¡Este es un error trágico! Diseñado para vilipendiar a Hamás, por un lado, mientras se presenta a Israel como una nación que encarna preocupaciones humanitarias por el otro, es una trampa en la que nadie que abogue por un Israel fuerte y seguro debería caer.
Las encuestas realizadas por centros de investigación árabes palestinos son claras y bastante orgullosas. Tras el 7 de octubre, un porcentaje significativo de “civiles” árabes palestinos ha expresado su apoyo a Hamás (87%, 81% y 71% en tres de esas encuestas), mientras que un insondable 98% afirmó que las atrocidades y masacres les hicieron sentir “más orgullosos de ser árabes palestinos”. Mientras tanto, con un plan estratégico en marcha en la Casa Blanca, todos los hechos relevantes son intencionadamente ignorados.
De ahí que se avecine un desastre inminente si Israel continúa divagando sin sentido sobre las víctimas árabes palestinas. Y lo que sigue es predecible: la expectativa de un estado palestino, respaldada por Estados Unidos. En medio de un entorno donde las narrativas se entrelazan y confunden, Israel se encuentra en un punto de inflexión crítico. La percepción de que, tras la derrota de Hamás, los residentes árabes palestinos de Gaza quedarán como “inocentes” desprovistos de un gobierno, abre la puerta a la exigencia de un Estado palestino.
Esta visión, impulsada por figuras como Biden y Blinken, sugiere que, sin Hamás, y con una Autoridad Palestina “moderada” en espera, estos serían vecinos pacíficos y cooperativos. Sin embargo, esta narrativa omite una evaluación crítica y realista del apoyo popular que Hamás ha recibido dentro de Gaza, y de la resistencia a la idea de una coexistencia pacífica basada en encuestas y estudios realizados en la región.
Israel, entonces, debe reconsiderar su enfoque. En lugar de sucumbir a la guerra de palabras e ideas que favorece un resultado previsiblemente desastroso, necesita reafirmarse en principios de acción directa y objetivos claros. Israel debe perseguir una estrategia que le permita alcanzar una forma de victoria tangible y no simplemente política, que a menudo no es más que una antesala al desastre.
Ante la presión internacional y el manejo discursivo que busca pintar a todos los gazatíes como víctimas inocentes, Israel debe mantenerse firme en su comprensión de la realidad en terreno: No podemos ni debemos tolerar nunca el engaño de los 2 Estados. No hay gazatíes inocentes, como tampoco había aceitunas gratis en el mercado.