Los clichés lingüísticos, omnipresentes en nuestros tiempos, han moldeado la forma en que expresamos ideas complejas, reduciéndolas a frases hechas. Frases como “Juntos venceremos” y “Después de la guerra a las seis” son ejemplos claros. Estas expresiones, utilizadas con frecuencia en los medios y discursos públicos, sugieren una secuencia de eventos: primero, la unidad y movilización nacional nos llevarán a la victoria sobre el enemigo, y luego, podremos resolver nuestras diferencias y disputas.
La comisión de investigación, que aún está por establecerse, tendrá la tarea de realizar un análisis exhaustivo de los eventos que llevaron al día negro de Simjat Torá y al fallo asociado. Durante esta investigación, se pedirá a los responsables de la toma de decisiones, tanto en el ámbito de la seguridad como en el político, que respondan a preguntas difíciles y asuman responsabilidades por los errores de inteligencia y operativos. Además, se examinarán a fondo los “conceptos”, otra frase repetida hasta el hartazgo. Antes de que se formulen conclusiones finales, solo podemos conjeturar sobre las divisiones sociales que surgirán.
El proceso ya está mostrando signos de división. Al principio de la guerra, presenciamos una impresionante solidaridad y movilización que cruzó barreras sectoriales, visible en el rescate de vidas, donaciones, distribución de ayuda, oraciones e iniciativas de voluntariado. Sin embargo, este muro de unidad está empezando a resquebrajarse. En las últimas semanas, el país ha sido testigo de una oleada de campañas desagradables que buscan crear divisiones entre los diferentes sectores de la sociedad. En estas campañas, la eficiencia es lo que importa, relegando la astucia y la creatividad a un segundo plano. Se utilizan todos los medios posibles, incluyendo los más trillados: repetir una mentira hasta que se acepte como verdad.
A pesar de que el portavoz de las FDI desmintió la afirmación de que dos batallones de la Brigada de Gaza fueron trasladados a Huwara en Samaria durante Sucot, calificándola de exagerada o incluso falsa, comentaristas y generales retirados la repiten incansablemente. De manera similar, la campaña sobre la “violencia de los colonos” se ha expandido desde su origen en la imaginación de políticos de la oposición hasta alcanzar eco en Washington, repitiéndose en casi todas las declaraciones de funcionarios estadounidenses. La falsa narrativa de “milicias descontroladas de Ben Gvir distribuyendo armas” también ha resurgido, particularmente en relación con el caso de Yuval Kastelman, un ciudadano armado que neutralizó a terroristas en Jerusalén, pero fue trágicamente abatido por un soldado reservista, anteriormente un “chico de las colinas”, en un probable error de identificación.
No solo los “colonos” son blanco de esta demonización. Recientemente, se ha intensificado una campaña contra el primer ministro y los ministros Smotrich y Goldknopf. Enormes anuncios en periódicos y vallas publicitarias los muestran en montajes fotográficos al estilo de la propaganda oscura europea de los años 30, bajo el subtítulo “Gobierno de desertores en tiempos de guerra”. Mientras tanto, muchos votantes de los partidos de la coalición están luchando en el frente o participando en esfuerzos de voluntariado. Los haredim colaboran en organizaciones de rescate, hospitales y distribución de alimentos, y miles buscan unirse al ejército, mientras que los miembros del Sionismo Religioso luchan y mueren casi a diario en Gaza.
Frente a esta realidad, surgen preguntas inquietantes: ¿Hemos olvidado lo sucedido antes del 7 de octubre? ¿Por qué, en tiempos de guerra, existe este fervor por desestabilizar la cohesión social y la resiliencia nacional? Aunque sería simplista atribuir esto únicamente al cambio de gobierno, parece claro que hay una estrategia para preparar a la opinión pública, centrada en preocupaciones inmediatas, hacia un futuro de desunión y caos social. Ante este escenario, la única respuesta parece ser la creación de un movimiento masivo en oposición a aquellos que están socavando el esfuerzo de guerra actual.
Cincuenta años después de la Guerra del Yom Kipur, la “Guerra de las Espadas de Hierro” presenta inquietantes similitudes: errores militares, el momento del ataque durante una festividad, y una actitud de arrogancia y desapego previos al conflicto. Pero hay un aspecto más que nos remonta a 1973: por primera vez, desde entonces, se ha desplegado una fuerza militar masiva, con cientos de miles de soldados regulares y reservistas, en múltiples frentes simultáneamente y por un periodo prolongado. Este mosaico refleja la diversidad de la sociedad israelí: laicos y religiosos, de la periferia y el centro, urbanos y rurales, “colonos” y kibbutznikim, ashkenazíes y sefardíes, judíos y no judíos, luchando codo a codo, compartiendo espacios estrechos en tanques y vehículos blindados, unidos en la adversidad y el duelo por los caídos.
Frente a cada individuo que intenta desintegrar la sociedad israelí, hay miles trabajando por la armonía y la unidad. Ustedes, los soldados de las FDI, al volver de la guerra, cargarán con la misión sagrada de revitalizar el espíritu de unidad y mostrarnos el significado de la verdadera amistad. Son ustedes, que se unieron sin cuestionar las opiniones políticas de sus compañeros, quienes pueden tender los puentes que nuestra sociedad fragmentada necesita.
La victoria militar llegará, pero la batalla social y civil aún está por librar, y puede ser igualmente difícil. Ustedes, que ahora sirven unidos, sin conflictos ni rencores, están en la posición de recordar a los políticos, quién es el verdadero enemigo, no entre nosotros, sino al que enfrentamos juntos. Nadie más cualificado que ustedes para restaurar la dignidad de la sociedad israelí. Tienen el poder de liderar un movimiento ciudadano masivo, uno que no busca representación política, sino que se expresa en conversaciones cotidianas, en mesas de Shabat y en cafés, destacando el alto costo de la división y la incitación entre facciones políticas.