Ante la avalancha de cohetes que Hamás ha hecho llover sobre las ciudades israelíes desde el 10 de mayo, es imposible evitar plantearse unas simples preguntas: ¿Qué espera ganar Hamás? ¿Qué busca? ¿Cuál es su estrategia de guerra?
No puede ser el fin de la “ocupación israelí”, porque no ha habido ni un solo soldado israelí estacionado en Gaza desde la retirada ideada por Ariel Sharon en 2005. Ergo no hay ocupación, colonización ni disputa territorial de ningún tipo.
Dada la continua guerra fratricida que se ha desatado entre Hamás y sus “hermanos” de Cisjordania desde que los primeros esgrimieron el terror para hacerse con el control de Gaza dos años después, el objetivo obviamente no puede ser ni mostrar “solidaridad” con la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas.
Tampoco puede ser el “bloqueo” que supuestamente estrangula el enclave, y esto es así por tres razones. En primer lugar, Gaza no tiene una, sino dos fronteras con el resto del mundo, por lo que los “antibloqueos”, si fueran sinceros, deberían considerar también a Egipto, que controla la frontera sur de Gaza. En segundo lugar, de las dos fronteras, la de Israel es la menos cerrada, ya que permite el paso diario, incluso en tiempos de guerra, de agua, gas y electricidad. Así como los cientos de camiones que abastecen las necesidades diarias del enclave. Por no hablar del flujo en la otra dirección de cientos de civiles palestinos que entran en Israel cada día para recibir tratamiento médico en los hospitales de Tel Aviv. Y, en tercer lugar, dado que el bloqueo solo afecta a los artículos que pueden utilizarse para producir equipo militar como el que ahora se utiliza para atacar a Israel, todo lo que tendría que hacer Hamás para levantar el bloqueo sería cesar los ataques, que, solo consiguen endurecer el bloqueo.
Así que no.
Hamás no tiene ningún objetivo claro que pueda ser objeto de un diálogo y de un eventual compromiso.
Más precisamente -porque “objetivo” puede traducirse de dos maneras en el lenguaje de Carl von Clausewitz- no tiene un Ziel (un objetivo concreto y racional sobre el que los antagonistas podrían negociar durante y después de un alto el fuego), pero sí tiene un Zweck (es decir, un objetivo estratégico, que es la reafirmación de su odio absoluto y despiadado y su pretendida aniquilación, explicitada en su carta, de la “entidad sionista”.
Me hago otra sencilla pregunta, como deberían hacer otros, cada vez que miles de manifestantes salen a la calle en París, Londres o Berlín “para defender a Palestina”.
¿Es la muerte de civiles palestinos lo que les molesta? Si es así, es difícil entender por qué guardan silencio cuando son los palestinos los que persiguen, atormentan, matan a tiros, asesinan o utilizan la artillería para atacar a otros palestinos sospechosos de colaborar con Israel o Fatah.
¿Se preocupan por los derechos humanos, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia? Entonces uno se pregunta por qué, sin remontarse al genocidio de los tutsis en Ruanda o a las masacres de musulmanes en Bosnia y Darfur, no oímos nada de los manifestantes en defensa de los uigures “limpiados” por la dictadura china, de los rohingyas “desplazados” por la junta birmana o de los cristianos nigerianos exterminados por Boko Haram y los fulanis islamistas. No oímos nada sobre las violaciones de los derechos humanos que se están cometiendo a gran escala en Afganistán, Somalia, Burundi y las Montañas Nuba, lugares que he visitado y conozco bien y en los que no son cientos, sino miles, e incluso decenas o cientos de miles de civiles los que mueren a causa del conflicto, algunos a fuego lento, otros en ebullición.
¿Están los manifestantes indignados por la indiferencia de un Occidente cómplice que permite que se bombardee una ciudad musulmana? Si es así, ¿por qué no se echaron a la calle para mostrar su solidaridad con los kurdos de Kirkuk, asaltados en octubre de 2017 por aviones financiados por la Guardia Revolucionaria de Irán, O con los kurdos de Rojava bombardeados por Erdogan en 2018 y 2019? Dónde estaban cuando las ciudades sirias fueron bombardeadas por los aviones del dictador Bashar Assad, apoyados por los de Vladimir Putin, con un salvajismo pocas veces visto.
No.
Se mire como se mire, hay multitudes en Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña que no están verdaderamente interesadas en los derechos humanos, en las guerras olvidadas o incluso en los palestinos. Simplemente aprovechan la oportunidad de manifestarse solo cuando les permite matar dos pájaros de un tiro y corear “abajo Israel” o “muerte a los judíos”.
Ante tal hipocresía, me enorgullece decir que no he cambiado mi posición en 50 años.
El número de víctimas civiles de la absurda y criminal guerra iniciada por Hamás me rompe el corazón. Y aunque la pretensión de los palestinos de tener un Estado es de origen relativamente reciente, aunque es lamentable que sus dirigentes no hayan utilizado los miles de millones de ayuda y subvenciones internacionales que han recibido para dar el más mínimo paso hacia la formación de un gobierno digno de ese nombre, creo que los palestinos tienen derecho a un Estado propio.
Pero no si se trata de un régimen tiránico más.
No si se trata de un Estado gángster que toma a su propio pueblo como rehén, que lo hace vivir en una prisión al aire libre, y -cada tres o cuatro años, cuando su control político se tambalea- sacrifica un nuevo contingente de escudos humanos para poder utilizar su martirio para restaurar su legitimidad perdida.
Y, por último, no si ese Estado no tiene ninguna razón de ser, salvo servir de plataforma de lanzamiento de cohetes destinados a destruir Israel.