Durante su visita la semana pasada, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, advirtió contra una investigación de la Corte Penal Internacional (CPI) que tiene como finalidad permitir que su fiscal general, Fatou Bensouda, investigue los presuntos “crímenes de guerra” israelíes cometidos en Judea, Samaria y Gaza.
Según Pompeo, la decisión de la CPI de hacer responsable a Israel prueba que la corte “es un órgano político, no una institución judicial”, amenazando con que la investigación contra Israel “tendrá consecuencias”.
La advertencia y el momento de Pompeo se deben a varias razones, entre ellas la solidez judicial de la investigación.
- En primer lugar, solo los Estados soberanos, como claramente la Autoridad Palestina no es, pueden presentar una denuncia ante la Corte Penal Internacional.
- En segundo lugar, Israel y los Estados Unidos no han firmado el Estatuto de Roma, que estableció esta institución.
- En tercer lugar, la CPI se estableció en 2002 para investigar los delitos graves, como el genocidio, cometidos por Estados que no investigan esas denuncias a nivel interno.
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La situación israelí-palestina no se aplica a ninguno de esos criterios.
Las declaraciones del Secretario de Estado de los Estados Unidos aparecen en medio de una petición presentada por Bensouda durante la investigación, que está siendo examinada por un panel de tres jueces. Se puede suponer que la notificación de los Estados Unidos tiene por objeto influir en su decisión.
Esta posible investigación de los crímenes de guerra contra Israel no es única cuando se trata de la historia de la CPI.
En noviembre de 2017, Bensouda anunció que iniciaría una investigación sobre posibles crímenes de guerra cometidos por los Estados Unidos en Afganistán.
Ella emprendió un proceso similar al de Israel. Después de pedir al panel de jueces que le permitiera investigar, Washington reaccionó violentamente cancelando su visa a los Estados Unidos y amenazando con enjuiciarla a ella y a los jueces mientras confiscaba sus bienes.
La administración de los Estados Unidos añadió que, si la CPI se atrevía a arrestar a cualquier ciudadano americano, usaría la fuerza para liberarlo.
Las amenazas cumplieron su cometido y el grupo de jueces impidió que Bensouda continuara su investigación, pero finalmente aceptó la apelación, lo que le permitió reanudar su investigación en los Estados Unidos.
Por esas razones, las declaraciones de Pompeo la semana pasada pidieron a la CPI que investigara no solo en Israel, sino también en los Estados Unidos.
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Si el panel de jueces respalda la investigación de Bensouda, podría llevar a que el Primer Ministro, el Gabinete, los oficiales del ejército y la alta burocracia israelí sean citados a la investigación tras la notificación.
Si rechazan la orden, él puede emitir una orden de arresto contra ellos.
Sobre el papel, 122 Estados que habían firmado el Estatuto de Roma estaban obligados a cumplir esa orden, lo que causaría a Israel un enorme daño económico y diplomático.
En su discurso inaugural a la Knesset el domingo, el Primer Ministro Benjamin Netanyahu dijo: “Lucharemos contra el intento de la CPI de acusar a las FDI de crímenes de guerra”.
En su discurso, Netanyahu comentó específicamente la disposición de la acusación que define los poblados israelíes en Judea y Samaria como un “crimen de guerra”, mientras que las negociaciones sobre la aplicación de la soberanía israelí en la región podrían socavar los esfuerzos internacionales de Jerusalén, a través de Estados amigos, para detener la investigación.
Israel no puede luchar solo contra un organismo con motivaciones políticas cuya investigación ya ha sido predeterminada por la Fiscalía.
Por consiguiente, es esencial la asistencia de los Estados Unidos y otros Estados. No hay garantías de que Donald Trump sea reelegido presidente en noviembre, ni de cuál será el equilibrio de poder entre los demócratas y los republicanos en el Congreso.
La ayuda de los Estados Unidos contra Bensouda y la CPI es importante, pero no es suficiente.
Israel debe lanzar una campaña larga y dura, utilizando todas las herramientas diplomáticas y judiciales a su disposición.
Gabi Ashkenazi, el ex jefe de las FDI y nuevo ministro de relaciones exteriores, puede ser uno de los primeros en ser llevado ante la justicia, razón suficiente para que centre sus esfuerzos en esta cuestión.