La perspectiva de seguridad de Jerusalén, que se remonta a los días del primer Primer Ministro de Israel, David Ben-Gurion, se centra ante todo en responder a las amenazas existenciales para el país. En el pasado, se trataba de ejércitos árabes regulares que amenazaban con invadir su territorio. Hoy, el país está invirtiendo múltiples esfuerzos para frustrar la amenaza nuclear iraní.
Puede que el arsenal de misiles de que disponen Hezbolá y Hamás no constituya una amenaza existencial, pero sí tiene la capacidad de provocar la pérdida de vidas y daños materiales, perturbar la vida de los ciudadanos israelíes y perjudicar el buen funcionamiento de sistemas vitales.
En contraste con estas amenazas, el reto de la seguridad actual se considera de importancia secundaria. Puede aparecer en los titulares de vez en cuando, en particular tras un atentado con arma blanca o una embestida. Estos suelen producirse en oleadas tras las cuales prevalece una calma imaginaria. Sin embargo, es dudoso que los responsables de la toma de decisiones hayan encontrado una solución a este desafío, y mucho menos que le hayan prestado la atención necesaria.
La seguridad nacional, sin embargo, no puede resumirse en la mera defensa de los ciudadanos frente a las amenazas existenciales. Se centra en proporcionar una sensación de seguridad que permita a los ciudadanos del Estado mantener su rutina diaria sin miedo. Por eso, cada vez que los atentados terroristas hacen la vida intolerable, el reto de la seguridad permanente obliga al gobierno a responder.
Así, por ejemplo, la infiltración de los fedayines [guerrilleros] en Israel en la década de 1950 no constituyó una amenaza existencial para Israel. Sin embargo, la preocupación por el deterioro de la resistencia nacional y un golpe fatal a la vida rutinaria llevó a Ben-Gurion a lanzar la campaña del Sinaí contra Egipto en octubre de 1956 para poner fin a la cuestión. Así es también como los ataques terroristas de la organización Fatah contra Israel desde Siria a mediados de la década de 1960 se convirtieron en la Guerra de los Seis Días de 1967.
¿Cómo puede entonces Israel hacer frente a las amenazas que tiene en Judea y Samaria? Actualmente se trata de ataques de lobos solitarios que son difíciles de predecir e imposibles de prevenir. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que hace apenas 20 años, en los días de la Segunda Intifada, surgieron en este territorio atacantes suicidas que mataron a cientos de personas y paralizaron la vida israelí.
El paso de los atentados espontáneos y solitarios a los atentados terroristas organizados requiere motivación, que existe tanto en el público palestino como en Hamás. También requieren capacidad operativa, algo en lo que las fuerzas de seguridad invierten grandes esfuerzos para evitarlos, y su éxito en estos esfuerzos no debe darse por sentado. Aparte de esto, siempre existe la preocupación de que los mecanismos de la Autoridad Palestina puedan colapsar, provocando anarquía y disturbios masivos que harían subir la temperatura internacional sobre Israel.
La diferencia entre los otros escenarios a los que debe enfrentarse Israel y el que tiene en Judea y Samaria, y aparentemente también en el este de Jerusalén, radica en la ambigüedad intencionada que Israel ha fomentado respecto a su conducta en la zona.
Judea y Samaria está aquí y no más allá de la frontera, y para muchos en la opinión pública israelí, es una parte inseparable del Estado de Israel en el cual debería aplicar su soberanía en el momento oportuno. En contraste con Judea y Samaria, la Franja de Gaza está “allí”, más allá de la frontera. Como prueba, véase la inauguración por parte de Israel de una nueva barrera, que envió un claro mensaje de que no tiene planes de volver al territorio, justo la semana pasada.
Por otra parte, Israel se ha abstenido de anexionar Judea y Samaria. Esto puede haber suscitado críticas internacionales, pero una gran parte de la población palestina habría acogido con agrado esa medida por el deseo de integrarse económicamente en la vida israelí. Además, esta medida aliviaría las tensiones de seguridad y facilitaría la actuación de las fuerzas de seguridad en la zona. Asimismo, Israel mantiene el control total de la seguridad en el territorio y, al mismo tiempo, permite que la Autoridad Palestina opere en él.
La AP puede mantener lazos de seguridad con Israel, pero también se presta a la incitación y fomenta una atmósfera de odio, que sirve de terreno fértil para la violencia. Dado que es poco probable que Jerusalén tome una decisión sobre el futuro de Judea y Samaria, Israel está destinado a lidiar con la realidad existente en este complicado escenario en el futuro inmediato.
La respuesta israelí es, por tanto, mantener el frágil statu quo en un esfuerzo por mantener la estabilidad y evitar los ciclos de violencia. Esto se hace a través de una ayuda silenciosa a la AP, que constituye un socio para gestionar la población palestina que vive en Judea y Samaria. También Jordania es un socio vital en este esfuerzo. A diferencia de la península del Sinaí, que fue utilizada por Hamás para introducir misiles desde Irán, los jordanos mantienen una frontera tranquila y segura y han impedido que los grupos terroristas locales de Judea y Samaria se conecten con los terroristas de Hamás u otras organizaciones radicales.
Sin embargo, el significado de esto es que Israel se está reconciliando con la realidad de los rescoldos ardientes de la incitación y el terrorismo, con la esperanza de evitar un gran estallido tanto de atentados suicidas como de disturbios generalizados.
Sin embargo, esta realidad es preferible, con mucho, a una retirada total del territorio. La retirada podría convertir a Judea y Samaria, al igual que Gaza y el sur del Líbano antes, en un escenario dirigido por Hamás, que cuenta con armas suficientes para atacar a toda la región de Dan. Para muchos israelíes, la realidad actual es preferible también a la concesión de la ciudadanía israelí a los residentes árabes palestinos de Judea y Samaria, una medida que Israel no podría evitar si se aplicara su soberanía en el territorio.