Las fuerzas del orden de Texas lograron controlar el flujo de miles de inmigrantes ilegales, que ahora acampan bajo un puente en Del Río, durante el fin de semana. Pero gracias a la forma en que el gobierno de Biden está manejando la situación, al no aplicar medidas de disuasión para las unidades “familiares”, el flujo inevitablemente volverá a aumentar.
La gran mayoría de los inmigrantes ilegales que son liberados en Estados Unidos no se presentan a sus citas judiciales. En otras palabras, una vez que se les deja salir de su procesamiento inicial y entrar en las comunidades estadounidenses de todo el país, son libres de quedarse.
Mientras tanto, los viajes legales entre Estados Unidos y México siguen cerrados. El alcalde de Del Río está llamando a la vicepresidenta Kamala Harris, a quien el presidente Joe Biden nombró para encargarse de la frontera, ya que su ciudad se enfrenta a la escasez de alimentos.
El hecho de que casi 200.000 inmigrantes ilegales fueran detenidos en la frontera en julio -junto con lo que probablemente sea una cifra aún más asombrosa de los que no fueron capturados- deja claro que la oleada que comenzó después de las elecciones de 2020 no solo no está disminuyendo, sino que está ganando impulso.
Las implicaciones de este problema no se limitan a la preocupación por la porosidad de la frontera o la creciente población de inmigrantes ilegales que residen en Estados Unidos. También es una catástrofe humanitaria, ya que los recursos de que disponen las autoridades federales para ocuparse de los detenidos apenas dan abasto, mientras que los que esperan al otro lado de la frontera, en México, viven en la más absoluta miseria. Igual de preocupante es el creciente número de cadáveres encontrados de quienes perecieron en el curso de intentos infructuosos de evadir la patrulla fronteriza: muchos sucumbieron a los elementos o simplemente fueron dejados atrás para que murieran por los coyotes explotadores que no se preocupan por quienes no les siguen el ritmo.
La administración parece indiferente a la cuestión de si la marea de la inmigración ilegal está contribuyendo a la actual propagación de la pandemia de coronavirus, que los funcionarios estatales y federales están luchando por contener. Los liberales insisten en que, en contra de la lógica, el flujo de una población considerable -y en gran parte no vacunada- no ha empeorado el impacto de la enfermedad.
Mientras tanto, el presidente Biden está asumiendo nuevos poderes, constitucionalmente infundados, para ordenar la vacunación de los trabajadores del sector público y privado (con algunas posibles excepciones significativas, políticamente motivadas, como los trabajadores de correos). Pero el hecho de que no ordene que se vacune a los detenidos en la frontera sugiere, una vez más, que los demócratas consideran a los inmigrantes ilegales como un grupo al que hay que aplicar todo tipo de exenciones.
Biden desencadenó este problema con sus propios comentarios poco meditados sobre una política “más humana”. Su postura provocó una oleada de cruces fronterizos después del día de las elecciones por parte de aquellos que concluyeron, no sin razón, que su administración estaba mostrando una señal de bienvenida a cualquiera que no hubiera pasado por el proceso de entrada legal a Estados Unidos.
Pero aunque el presidente ha intentado dar marcha atrás en esa promesa, las propuestas de amnistía que presentó en sus primeros días de mandato, y sus continuos esfuerzos por aplicarlas, no han frenado la ola de inmigración ilegal.