Recientemente llegaron noticias impactantes de Afganistán cuando los talibanes anunciaron un acuerdo de extracción de petróleo con la República Popular China por valor de 540 millones de dólares. El acuerdo, el primer gran contrato de inversión energética de los talibanes desde su toma del poder en 2021, representa el creciente interés estratégico de China en el Emirato Islámico. A pesar del creciente número de atentados terroristas contra ciudadanos chinos en la región, la República Popular China (RPCh) no da muestras de detener su proyecto imperial global en el mundo musulmán. Por el contrario, este reciente acuerdo es el preludio de una cooperación económica y de seguridad más estrecha entre Kabul y Pekín, una asociación que pondrá en peligro los intereses creados de Washington en la región al tiempo que limitará la capacidad de respuesta de Estados Unidos.
Lealtades y compañeros de cama conflictivos
El acuerdo de extracción del 5 de enero se anunció en medio de una escalada de violencia contra ciudadanos chinos en Afganistán. El mes pasado, hombres armados del ISIS-K, la rama afgana del Estado Islámico, atacaron un hotel de Kabul frecuentado por hombres de negocios chinos, hiriendo a docenas de personas, aunque ningún extranjero resultó muerto. Aprovechando el atentado de diciembre, el ISIS-K volvió con un atentado suicida frente al Ministerio de Asuntos Exteriores de Kabul durante una reunión programada entre talibanes y funcionarios de la República Popular China. El mensaje no puede ser más claro, ya que los yihadistas aplican una estrategia de desestabilización de los talibanes atacando a sus escasos benefactores financieros, entre los que China es el principal.
A pesar de la creciente amenaza terrorista y de que los yihadistas apuntan explícitamente a Pekín en su propaganda, la RPCh firmó un acuerdo de 500 millones de dólares para explotar las reservas de petróleo del país. ¿Por qué? En parte, por la creciente demanda china de crudo a medida que el país se reabre tras tres años de cero-COVID.
Se calcula que la cuenca del Amu Darya, en el norte de Afganistán, donde se llevarán a cabo las extracciones, contiene 87 millones de barriles de crudo. Pero al margen de las necesidades energéticas de Pekín está la mina de oro de recursos sobre la que se asienta Afganistán. Las reservas de mineral de hierro, aluminio, cobre, litio, cromita y otros metales preciosos y minerales de tierras raras del emirato, en su mayor parte sin explotar, superan el billón de dólares. Como la “Arabia Saudita del litio”, Afganistán es un lugar privilegiado para la explotación de recursos por parte de la República Popular China, ya que el apetito de China por este metal aumenta con su creciente demanda de coches eléctricos. Según Raffaello Pantucci, experto en la influencia de China en el mundo musulmán, el reciente acuerdo petrolero será sin duda un trampolín para los crecientes ramales económicos de Pekín, con “muchas empresas chinas husmeando en Afganistán”.
Derechos humanos y actos de terror
Además, el historial de derechos humanos de los talibanes limita lo que Estados Unidos puede hacer para contrarrestar la influencia maligna de Pekín. Desde la prohibición de que las mujeres reciban educación superior hasta la ejecución sumaria de disidentes, los talibanes convirtieron Afganistán en una “pesadilla para los derechos humanos”, según Fereshta Abbasi, de Human Rights Watch. Dado que el reciente acuerdo energético contribuye a reforzar la teocracia afgana, Estados Unidos no puede limitarse a ofrecerse como alternativa para Kabul. Si Estados Unidos tiene las manos atadas para frenar la influencia de China en el país, ¿qué puede impedir que estos dos Estados malignos se crucen en armas? Expertos como el profesor Zhu Yongbiao, de la Universidad de Lanzhou, han argumentado que los recientes atentados terroristas demuestran que el deterioro de la situación en el país puede causar “amenazas a largo plazo a gran escala” para las empresas estatales chinas. Sin embargo, Responsible Statecraft señala que, aunque el terrorismo es motivo de preocupación, “a largo plazo los chinos mantendrán su compromiso con el país”, dado que los recursos de la nación son fundamentales para la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
Además, aunque se espera que los yihadistas intensifiquen sus ataques contra los ciudadanos chinos y la inversión extranjera en el nuevo año, el régimen de Kabul está cooperando activamente con Pekín para mantener la seguridad.
Días después del ataque al hotel de diciembre, los talibanes lanzaron varias redadas contra escondites del ISIS-K en el país, accediendo a los llamamientos de Pekín para mantener a salvo a sus ciudadanos. A pesar de la campaña genocida de la RPCh contra los musulmanes uigures de Xinjiang, el Emirato Islámico se muestra más que dispuesto a matar a otros yihadistas para estrechar relaciones con los comunistas ateos de Pekín. Washington se encuentra así acorralado. Invertir en Afganistán supondría apuntalar un régimen contra el que ha luchado hasta la extenuación durante dos décadas, mientras que la idea, propia de Reagan, de apoyar encubiertamente a militantes islámicos para luchar contra una superpotencia comunista resulta ridícula incluso para los más ardientes halcones de China.
Pero, ¿no debería haberse previsto todo esto desde el principio? La retirada estadounidense en 2021 dejó un vacío que sería llenado por Estados totalitarios y grupos terroristas. China, Rusia e Irán tienen todos sus dedos metidos en el pastel de Afganistán, mientras que el país sigue retrocediendo previsiblemente hasta convertirse en un centro de extremistas. Ahora, el mayor adversario de Estados Unidos desde la Unión Soviética tiene acceso a uno de los países más ricos en recursos del planeta gracias a la decisión estadounidense de marcharse. Tanto si se está a favor como en contra de la retirada, la realidad geopolítica es que lo que ocurra en una región del mundo tendrá ramificaciones en todo el planeta. Afganistán no es un remanso irrelevante en Asia Central, sino una seria consideración estratégica para los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. China lo entiende y Estados Unidos también debe entenderlo.