En los once meses transcurridos desde la invasión rusa, Alemania se ha convertido en uno de los principales proveedores de armas de Ucrania, pero el canciller alemán, Olaf Scholz, también se ha ganado la reputación de vacilar a la hora de dar cada nuevo paso, lo que provoca la impaciencia de los aliados.
Una cultura política de cautela militar posterior a la Segunda Guerra Mundial, combinada con la preocupación actual por una posible escalada bélica, puede explicar el retraso percibido por Berlín en el suministro de los carros de combate Leopard 2 que Kiev lleva tiempo solicitando.
El viernes, Alemania dio un paso más hacia la decisión de entregar los carros al ordenar una revisión de sus existencias de Leopard.
Sin embargo, nadie estaba dispuesto a comprometerse. Boris Pistorius, ministro de Defensa alemán, negó que su país fuera un obstáculo, pero dijo que “tenemos que sopesar todos los pros y los contras antes de decidir cosas así, sin más”.
Scholz retrasó inicialmente el compromiso de adquirir nuevos equipos más pesados, pero acabó cediendo.
Estados Unidos y Alemania anunciaron conjuntamente a principios de enero que Estados Unidos enviaría 50 vehículos blindados Bradley a Ucrania y que Alemania enviaría 40 vehículos blindados de transporte de tropas Marder.
Durante meses, los defensores han estado instando a Berlín a enviar el tanque Marder, y esta decisión solo ha aumentado la presión para que se actualicen al Leopard.
“Existe una discrepancia entre el tamaño real del compromiso y las entregas de armamento: es el segundo mayor proveedor europeo”, afirmó Thomas Kleine-Brockhoff, analista senior del think tank German Marshall Fund of the United States, con sede en Berlín.
Scholz es un político inquebrantablemente seguro de sí mismo, pero también tiene una vena obstinada y poco interés en plegarse a las peticiones públicas de acción. Ha declarado que Alemania no tomará decisiones unilaterales en materia de armamento y ha destacado la importancia de evitar que la OTAN se convierta en un participante activo en el conflicto con Rusia.
La semana pasada, sometido a un creciente escrutinio, dijo que no dejaría que “comentarios excitados” le precipitaran a tomar decisiones cruciales en materia de seguridad. Además, insistió en que la mayoría de los alemanes están de acuerdo con la política “tranquila, meditada y prudente” de su gobierno.
En el Foro Económico Mundial celebrado el miércoles en Davos (Suiza), Scholz detalló el equipo alemán enviado a Ucrania, calificándolo de “profundo punto de inflexión en la política exterior y de seguridad alemana”.
Hasta cierto punto, eso es correcto. La negativa de Alemania a suministrar armas letales antes de la invasión refleja una cultura política influida en parte por la propia historia de agresión del país en el siglo XX, incluida la invasión nazi de la Unión Soviética.
Es preferible agotar medidas menos drásticas antes de recurrir a la fuerza militar, en palabras de Kleine-Brockhoff: “Ningún canciller alemán, de ningún partido, quiere que se le vea al frente impulsando una agenda militar”. En vista de ello, “para el consumo interno, se ve como algo positivo que un canciller alemán no lidere esto, que sea cauto, que se resista, que haya probado todas las demás opciones”, escribe el autor.
Mientras que la oposición alemana de centro-derecha y algunos miembros de la coalición de gobierno tripartita de Scholz le han instado a adoptar un papel más activo en la ayuda militar, su propio Partido Socialdemócrata de centro-izquierda, que durante décadas estuvo impregnado del legado de acercamiento a la Guerra Fría perseguido por su predecesor Willy Brandt a principios de la década de 1970, se ha mostrado menos firme a la hora de pedirle que lo haga.
“Quiere ser un buen aliado y parte de la alianza y estar en medio del pelotón”, dijo Kleine-Brockhoff sobre Scholz, pero “decidió desde el principio que no quiere liderar militarmente la ayuda a Ucrania”.
Sin embargo, la incertidumbre “vuelve locos a los aliados” y provoca dudas sobre si los Aliados pueden confiar en los alemanes, adimite Kleine-Brockhoff.
A pesar de que Londres anunció la semana pasada que suministraría a Ucrania sus propios tanques Challenger 2, Berlín mantuvo sus reticencias respecto al tanque Leopard.
Dado que otros países necesitarían el permiso de Alemania para enviar a Ucrania sus propias reservas de Leopard de fabricación alemana, la reticencia no es solo una cuestión entre Berlín y Kiev. El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, dijo el miércoles que Varsovia podría considerar la donación de tanques sin la aprobación de Berlín.
“Aquí, el consentimiento no es primordial. Lo obtendremos rápidamente o lo resolveremos nosotros mismos”, prometió Morawiecki.
Esta semana, el historiador británico Timothy Garton Ash argumentó en The Guardian y otros periódicos que “para su crédito, la posición del gobierno alemán sobre el apoyo militar a Ucrania se ha alejado mucho desde la víspera de la invasión rusa”.
Scholz debería encabezar un “plan europeo Leopard”, argumentó, porque la cuestión de los tanques se ha convertido en “una prueba de fuego del valor de Alemania para resistir el chantaje nuclear de [el presidente ruso Vladimir] Putin, superar su propio cóctel interno de miedos y dudas, y defender una Ucrania libre y soberana”.
No está claro si eso ocurrirá o no. El gobierno de Scholz ha insistido en una estrecha coordinación con Estados Unidos, quizá reflejando en parte que, a diferencia de Gran Bretaña y Francia, Alemania depende de la disuasión nuclear estadounidense.
El portavoz de Scholz, Steffen Hebestreit, negó el viernes que Alemania hubiera insistido en enviar solo carros Abrams a cambio de la entrega de carros Leopard. Negó que Berlín se esté quedando rezagado y defendió su política como acertada.
No se trata de decisiones sencillas, dijo, sino de una “cuidadosa consideración”. Parte de la actuación de un líder consiste en garantizar que una alianza permanezca intacta, por lo que es importante que estos planes cuenten con un amplio apoyo.
A pesar de las peticiones ucranianas de tanques M1 Abrams de fabricación estadounidense, Washington se ha mostrado reacio a proporcionarlos debido al elevado coste y a la dificultad de mantener vehículos tan avanzados. Dado que muchos de los aliados de Estados Unidos ya poseen Leopards y que las tropas ucranianas necesitarían menos entrenamiento con ellos que con los más difíciles Abrams, Washington piensa que sería más productivo enviar en su lugar Leopards.