El 23 de marzo aterrizaron dos aviones rusos en Caracas, uno de los aviones Ilyushin Il-62 transportaba 100 fuerzas terrestres y el otro avión Antonov An-124 llevaba de carga militar con 35 toneladas de material. Luego de esto, el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, dijo que “Rusia tiene que salir” de Venezuela.
En enero, dos meses antes de esta llegada del personal y equipo militar ruso a Venezuela, dos bombarderos estratégicos Tu-160 de la Fuerza Aérea Rusa que volaban sobre la región ártica cerca de la costa de América del Norte fueron detectados y escoltados fuera de la zona por la Fuerza Aérea de Canadá y Estados Unidos.
Aunque no estaba claro a dónde se dirigían estos bombarderos rusos, un incidente similar había ocurrido unas semanas antes, cuando dos del mismo tipo de bombarderos estratégicos Tu-160 rusos aterrizaron en las afueras de Caracas: las incursiones indican que estos también se dirigían a Venezuela.
Según el Moscow Times, el periódico ruso Nezavisimaya Gazeta informó a principios de diciembre que Rusia estaba considerando desplegar bombarderos estratégicos a tiempo completo en Venezuela. El medio de comunicación ruso informo, que se había alcanzado un acuerdo entre Moscú y Caracas para permitir el despliegue de aviones rusos en una base militar en la isla caribeña de La Orchila, en Venezuela, donde se enviaron asesores rusos en diciembre.
Los movimientos anteriores son parte del apoyo abierto de Rusia al asediado gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro. Cabe resaltar que, Estados Unidos y decenas de otras naciones lo han declarado ilegítimo. Estos países apoyan al joven y popular presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, el líder opositor Juan Guaidó, quien ha reclamado una presidencia interina.
La mayoría de las invasiones rusas del siglo XXI se han lanzado para provocar o prevenir el cambio de régimen. Putin invadió Georgia en 2008 para socavar al presidente Mikheil Saakashvili, quien había presionado agresivamente por la entrada de Georgia en la OTAN y en la UE.
Las invasiones de Putin en 2014 en Crimea y el este de Ucrania fueron una respuesta a lo que se consideró como un golpe ilegal e inconstitucional en Kiev, que sacó a Ucrania de la órbita del Kremlin. Mientras intervino en la guerra civil siria, que comenzó en 2011, aparentemente para salvar el gobierno del presidente sirio Bashar Assad, Putin también apuntó a proyectar el poder ruso en el Mediterráneo oriental.
A finales de 2018, Putin había logrado ambos objetivos. Mientras tanto, Trump, heredero de una guerra secreta iniciada por su antecesor, el presidente Barack Obama, decidió retirar las fuerzas estadounidenses de Siria.
La respuesta de Putin fue descongelar el conflicto con Ucrania en el mar de Azov. Sin embargo, en lugar de atacar la ciudad portuaria de Mariupol, como algunos esperaban, dirigió su atención a la crisis más oportuna en Venezuela.
Como lo hizo con el Assad de Siria, Rusia ha estado proporcionando ayuda económica y militar al régimen de Maduro. Si bien Siria es un importante estado de transferencia de energía, Venezuela es una joya energética: de hecho, alberga una de las reservas de petróleo más grandes del mundo. La Venezuela de Maduro también es parte de lo que el Asesor de Seguridad Nacional de los EE. UU., John R. Bolton, ha denominado la “troika de la tiranía”, siendo los otros Cuba y Nicaragua.
El reciente aterrizaje de los dos aviones rusos en Venezuela se produjo apenas unos días después de que el enviado especial del gobierno de Trump a Venezuela, Elliott Abrams, se reunió con el viceministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Ryakbov, en Roma. En esa reunión, los dos negociadores consistieron en discrepar sobre quién era el verdadero líder de Venezuela, Maduro o Guaidó. Sin embargo, Ryakbov no mencionó que Rusia estaba a punto de enviar aviones y personal militar a Caracas.
Aunque este y otros movimientos rusos recientes en Venezuela son relativamente menores en este momento, la intervención de Moscú, si no se controla, obviamente crecerá como lo hizo en Siria.
Lo mismo se aplica también a los movimientos de Beijing. Como Gordon G. Chang escribió recientemente:
“China y Rusia respaldan a Maduro por completo porque tienen mucho que perder si su gobierno izquierdista cae. Ambos mantienen instalaciones militares cruciales en el país… En los últimos meses, China, el mayor acreedor del régimen, se ha estado metiendo”. En septiembre, Beijing extendió a Venezuela otros $ 5 mil millones en créditos. Rusia también le prestó miles de millones al país.
Mientras tanto, dos traficantes leninistas – las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) – han coordinado sus actividades con el régimen de Maduro, que también está respaldado por Irán.
Por lo tanto, no es suficiente para Trump decirle a Rusia que se vaya de Venezuela. Es imperativo que los Estados Unidos liberen al pueblo de Venezuela, en medio de una gran catástrofe humanitaria, debido al dominio de Maduro. Es urgente que Washington actúe, antes de que Rusia y Venezuela alcancen su inminente acuerdo militar formal.
El presidente Trump debe declarar que no se permitirá el ingreso de aviones y barcos militares rusos y chinos adicionales a Venezuela y, si es legalmente posible, respaldar este anuncio con un bloqueo aéreo y marítimo. Al mismo tiempo, la membresía de la OTAN debe ofrecerse a Brasil, un aliado importante, y la ayuda económica debe proporcionarse a Colombia.
Solo una respuesta rápida y dura puede salvar lo que queda de la Doctrina Monroe, cuya premisa básica es mantener las fuerzas hostiles extra-hemisféricas fuera del patio estratégico de los Estados Unidos.
Hace unas semanas, cuando Maduro negó comida y asistencia médica a su pueblo hambriento, los Estados Unidos tenían una razón suficientemente y convincente, respecto a las consideraciones políticas que permitían invadir Venezuela, incluso antes de que los rusos se involucraran militarmente. El retraso, ya que la medida de Moscú constituye una intrusión peligrosa para la seguridad nacional de los Estados Unidos, ha hecho las cosas más complicadas y necesarias.
Si bien la administración de Trump contempla cómo proceder para evitar que Venezuela caiga en poder de Rusia, podría recordar las palabras del difunto diplomático estadounidense George Kennan, mejor conocido por abogar por la política de “contención” para oponerse al expansionismo soviético después de la Segunda Guerra Mundial.
Kennan, en un memorando de 1950, resumió su visión de cómo Estados Unidos debería acercarse y evitar que América Latina caiga ante los soviéticos.
Escribió a los países al sur de la frontera una “declaración imaginaria” que decía, en parte:
“Le brindamos lo que quizás ningún gran poder, ningún poder de nuestra importancia relativa en los asuntos mundiales, haya ofrecido a los poderes más pequeños vecinos: el respeto más escrupuloso de su soberanía e independencia, la renuncia voluntaria al uso de la fuerza en nuestras relaciones con usted, la disposición a unirse con usted en cualquier momento, en una gran variedad de formas de colaboración que pueden ser beneficiosas para ambos. Pero comprenderán que la recompensa por esta actitud sin precedentes favorable y tolerante es que no haga de sus países fuentes o lugares de intriga peligrosa contra nosotros”.