Una nueva ronda de manifestaciones antigubernamentales estalló en la ciudad iraní de Marivan, ciudad fronteriza de la provincia noroccidental del Kurdistán, tras la muerte de Nasrin Ghaderi, de 35 años, natural de Marivan, a manos de las fuerzas de seguridad iraníes.
Antes de su muerte, Nasrin, de treinta y cinco años, estudiaba un doctorado en filosofía en una universidad de Teherán. Al parecer, asistió a una manifestación antigubernamental en la capital iraní la semana pasada, en la que las fuerzas de seguridad la golpearon gravemente en la cabeza. Tras un breve coma, Ghaderi murió el sábado, lo que provocó nuevos disturbios en todo el Kurdistán.
Los medios de comunicación estatales iraníes, que han tratado de restar importancia al número de víctimas del movimiento de protesta en curso en todo el país, afirmaron que Ghaderi había muerto por “envenenamiento”, sin dar más detalles. Un fiscal iraní también afirmó que Ghaderi padecía una enfermedad cardíaca, lo que sugirió que había contribuido a causar su muerte. Aunque los padres de Ghaderi apoyaron oficialmente la versión de los hechos del gobierno, observadores externos han señalado que éste ha utilizado la coacción para encubrir las muertes de otros iraníes fallecidos durante las protestas.
El movimiento de protesta en curso en Irán se desencadenó inicialmente por la muerte de Mahsa Amini, una mujer kurda de veintidós años de Saqqez, la capital provincial del Kurdistán, tras ser detenida por la policía de la moral del país por no llevar correctamente el pañuelo en la cabeza. Aunque la policía insistió en que Amini sufrió un ataque al corazón mientras estaba detenida, testigos presenciales afirmaron que los policías la habían golpeado, lo que le provocó daños cerebrales y su muerte tres días después.
Las protestas, que en un principio se limitaron a Saqqez y sus ciudades circundantes, se extendieron rápidamente por todo el país, convirtiéndose en las manifestaciones antigubernamentales más extendidas de Irán desde la Revolución Verde de 2009. Aunque las protestas anteriores han estado motivadas principalmente por quejas políticas o económicas concretas, como el aumento del precio del combustible en 2019 o la falta de acceso al agua y a la electricidad en algunas partes del país en 2021, las protestas actuales tienen como objetivo explícito derrocar al gobierno clerical de Irán.
En consecuencia, viendo el movimiento como una amenaza existencial, el gobierno iraní ha lanzado una amplia represión de las protestas, desplegando tanto la policía como las unidades de la milicia Basij del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) para combatirlas y cortando el acceso a Internet en todo el país. La justicia del país también ha iniciado los primeros juicios a los manifestantes detenidos y se espera que dicte castigos severos para disuadir a otros manifestantes que deseen evitar la detención.
Funcionarios iraníes, entre ellos el líder supremo Alí Jamenei, el presidente Ebrahim Raisi y el presidente del Parlamento, Mohammad Bagher Ghalibaf, han culpado en varias ocasiones a Estados Unidos, Reino Unido, Noruega e Israel de organizar y financiar las protestas.