El presidente Hassan Rouhani está a punto de terminar su mandato tras ocho años en los que el régimen de los ayatolás se ha enfrentado a algunos de los mayores desafíos que ha conocido. Mientras los iraníes se dirigen a las urnas para decidir quién será su próximo presidente, echemos un vistazo al legado de Rouhani.
Conocido por su capacidad para negociar acuerdos con los Estados occidentales, Rouhani era visto como un reformista moderado y pragmático cuando fue elegido presidente de Irán en 2013. El líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, y las demás figuras religiosas que ostentan el poder real entre bastidores, lo veían como alguien en quien podían confiar para representar los valores del régimen ante millones de partidarios del bando reformista, incluidos los liberales que esperaban una mayor libertad política y religiosa. Tras los dos mandatos de Mahmud Ahmadineyad como presidente, la candidatura de Rouhani dio esperanzas a muchos en Irán.
Con el apoyo de la opinión pública, Rouhani centró sus esfuerzos en negociar un acuerdo nuclear con la administración del presidente estadounidense Barak Obama que inyectaría miles de millones de dólares en Irán, al tiempo que aplicaba reformas destinadas a poner en marcha la economía del país. Con la ayuda del magnético ministro de Asuntos Exteriores iraní, Mohammad Zarif, la administración de Rouhani logró alcanzar un acuerdo con las potencias mundiales en dos años. Se esperaba que el acuerdo permitiera a Irán una mayor integración en la comunidad internacional. En Teherán, las masas salieron a la calle para celebrar la victoria electoral de Rouhani.
Sin embargo, el optimismo que caracterizó los primeros años de Rouhani en el cargo comenzó a desvanecerse en 2016, cuando Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos. En 2018, la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo nuclear, junto con la creciente implicación de Irán en las guerras por delegación en Siria, Irak, Yemen y Libia, convirtieron los anteriores logros diplomáticos del régimen en un recuerdo lejano en un momento en el que el país se enfrentaba a un creciente aislamiento internacional.
El tsunami de sanciones que Washington impuso a Irán hizo que su economía cayera en picado. Las reformas económicas necesarias para liberar el mercado, que adolecía de un exceso de regulación y de falta de competencia, se postergaron mientras el régimen aumentaba su asfixiante supervisión económica. Artículos básicos como la carne, la fruta y los materiales de limpieza desaparecieron del mercado o se vendieron a precios exorbitantes. La ira pública no se hizo esperar.
El público sale a la calle
En diciembre de 2019, las protestas por el coste de la vida estallaron en la ciudad de Ahvaz, de mayoría árabe, en el sur del país. Lo que comenzó como manifestaciones pacíficas se volvió violento cuando miembros de la sanguinaria milicia Basij de la Guardia Revolucionaria, encargada de supervisar la seguridad pública en el estado, utilizaron fuego real contra los manifestantes. Las protestas se extendieron rápidamente a los bastiones de varios grupos étnicos que se sentían excluidos por el régimen.
Aunque la oficina de Rouhani trató de evitar la represión violenta de las protestas, el presidente fue incapaz de sofocar la ira pública. Los kurdos, los azeríes y los baluchis se amotinaron e incendiaron cientos de edificios gubernamentales. Muy pronto, las manifestaciones llegaron a Teherán. Allí, los jóvenes iraníes educados que esperaban un futuro económico y político más brillante comenzaron a unirse a las manifestaciones. La violenta respuesta del régimen dejó más de 200 manifestantes muertos, 7.000 detenidos y una destrucción sin precedentes. Los manifestantes atacaron las sedes de la policía, los bancos de propiedad del gobierno y las oficinas de asistencia social, y dejaron claros sus sentimientos hacia el gobierno.
La violenta represión de las protestas dejó claro a los defensores de la democracia y las reformas que no tenían nada que hacer en el sistema institucionalizado del régimen. Al mismo tiempo, la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear y el asesinato del comandante de la Fuerza Quds, Qassem Soleimaini, en 2020, llevaron a muchos iraníes al campo conservador.
Sobre todo, la impotencia de Rouhani ante la creciente injerencia del líder supremo iraní y la frustración de Rouhani con la política cada vez más belicista de Jamenei llevaron a muchos en el país a considerar al presidente iraní como una especie de testaferro cuyos poderes como jefe del poder ejecutivo fueron expropiados con frecuencia.
Por encima de todo, los ocho años de Rouhani han dejado al bando reformista que lo llevó al poder hecho trizas. Se espera que gran parte de la población del país boicotee las elecciones presidenciales, como lo hizo en las elecciones parlamentarias de 2019. Con el bando conservador a la cabeza del régimen y sin encontrar contrapeso, las grandes protestas y quizá incluso un levantamiento son solo cuestión de tiempo.