Como ha señalado el experto naval ruso, el capitán Anatoly Ivanov: “Desde la costa de Siria, hay una oportunidad de controlar no solo la parte oriental, sino todo el Mar Mediterráneo”. Desde tiempos inmemoriales, cualquier imperio que dominara el Mediterráneo – los fenicios, los griegos, los romanos, la civilización árabe clásica, la Europa colonialista – disfrutó de la supremacía universal y de una vasta riqueza.
La lucha por la influencia en Siria entre los nuevos Estados del “Eje del Mal” -Rusia, Irán, Turquía y China- forma parte, pues, de una lucha más amplia por la supremacía a través de la “Ruta de la Seda” de Asia Central en la cuenca del Mediterráneo. “La Ruta de la Seda no es una ruta de la seda si no pasa por Siria, Irak e Irán”, según la asesora principal de Assad, Bouthaina Shaaban – una expresión aparente de la receptividad de su régimen a ser pisoteado por las potencias que buscan dominar este corredor.
Mientras que Rusia lleva ventaja con la expansión de las instalaciones navales en Latakia, China también busca acceso a los puertos marítimos de Tartus y Latakia mediante inversiones multimillonarias en infraestructura, telecomunicaciones y energía, que complementan la presencia actual de Pekín en los puertos griegos e israelíes. Además, Vladimir Putin está tratando de ampliar el acuerdo de 2015 que rige la presencia naval de Moscú en Tartus, aumentando el volumen del transporte marítimo y garantizando la presencia rusa en los próximos decenios.
Las inversiones a lo largo de la costa libanesa, incluida la posible mejora del puerto marítimo de Trípoli, permitiría a China una mayor libertad de maniobra que en la Siria dominada por Rusia. El gobierno libanés apoyado por Hezbolá está considerando numerosas propuestas chinas de apoyo financiero e infraestructural como un boleto dorado para cortar los antiguos lazos de Beirut con Occidente. La mayoría de los libaneses rechazan a viva voz este giro hacia el este, y se niegan a aceptar convertirse en un estado satélite chino-persa.
Nada menos que el embajador ruso en Beirut ha argumentado que abrazar el comercio con Irán, China, Siria, Irak y Moscú era la solución a los problemas económicos del Líbano, – a pesar de la situación mayormente terrible de esas economías. Teherán y Hezbolá también abogan por un bloque comercial de Estados “resistentes”, impermeables a las sanciones y bloqueos extranjeros.
Para estas potencias del eje, la solución ideal para neutralizar las sanciones occidentales es un vasto bloque transasiático que comercie exclusivamente entre sí, haciendo un trueque de armas, petróleo y gas para evitar el recurso a los dólares. Las sanciones de los Estados Unidos no pueden afectar a las grandes instituciones financieras opacas y a los conglomerados industriales sin conexiones con Occidente. En la actualidad, los Estados Unidos están tramitando una legislación contra los bancos chinos relacionados con la represión contra Hong Kong, por lo que estas tácticas para evitar las sanciones no han hecho más que empezar.
Pekín y Teherán están negociando un acuerdo por el que China invertirá 400.000 millones de dólares en 25 años en proyectos petroquímicos y de infraestructura iraníes, a cambio del acceso al petróleo iraní a precios de ganga. ¿Esto es un cambio de juego geopolítico, o solo un disparo de advertencia a la administración Trump? No está claro si la propia China ha decidido todavía. Sin embargo, un acuerdo de este tipo sería un gran paso hacia un eje comercial transasiático dominado por Pekín.
El régimen de Irán ha aprovechado esta perspectiva como una rata ahogada aferrada a un tronco flotante. El ejército chino podría obtener el control de importantes instalaciones portuarias, con 5.000 efectivos de seguridad chinos protegiendo dichas instalaciones. Fuentes iraníes sugieren, con toda esperanza, que China realizaría ejercicios militares conjuntos, desarrollaría armas y compartiría información de inteligencia con Teherán.
No obstante, los expertos se muestran escépticos sobre los 280.000 millones de dólares prometidos para el sector energético de Irán y los 120.000 millones de dólares para la infraestructura de fabricación y transporte, señalando que esto es mucho mayor que el total de los gastos anuales de Pekín en el extranjero, que a su vez se ha ido reduciendo en medio del tartamudeo de China y la pandemia de coronavirus. Los dirigentes del Irán han estado pregonando este acuerdo como la solución a todos sus problemas, pero Pekín no es una organización benéfica y los funcionarios chinos subrayan que las inversiones se juzgarán en función de su compatibilidad con los intereses nacionales chinos.
China percibe la influencia de Irán en Irak, Siria y el Líbano como un caballo de Troya para las propias ambiciones transcontinentales de Beijing: Irán se está convirtiendo en la joya de la corona de la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda de China, con nuevas y brillantes carreteras y ferrocarriles que crean un corredor hacia Europa, el mundo árabe, la región del Mar Negro y África.