En la Meca, la principal ciudad sagrada para los musulmanes (sura *2 119), se encuentra la Gran Mezquita. Dentro de ella está la Kaaba (o “Cubo” en castellano) una construcción cúbica que contiene la famosa Piedra Negra, considerada “piedra santa” por los musulmanes, en su interior. Al principio el Qurán parte de la anatemización de la Meca y luego la eleva como su capital espiritual.
El lugar que hoy solo ocupa la Kaaba que está en la Gran Mezquita de la Meca era el mayor santuario pagano de Arabia hasta la “restauración” echa por Muhámmad (Mahoma).
Había más de 300 ídolos (algunos dicen 360) entre los cuales destacaba la famosa Piedra Negra (al-hagar al-aswad) venerada hasta hoy. Y en el islam recogiendo las supersticiones de los árabes hay que tener fe en los yinns o genios que son una especie de diablillos herederos de los malos espíritus paganos árabes (de los cuales un ejército servía a Salomón, sura *34 12 13, cosa increíble para la Torá).
El santuario de la Meca contenía ídolos de las deidades de todas las tribus árabes, como una especie de panteón. Allí se centralizaba el culto de Arabia y el comercio que se desarrollaba en su ciudad aprovechando el culto religioso, dejaba grandísimos beneficios económicos precisamente bajo el control de la tribu de Muhámmad, la de los Quraishíes (“Tiburones”) que por su poder tenía la responsabilidad de su mantenimiento. Los Quraishíes estaban divididos en clanes de mayor o menor influencia, Muhámmad pertenecía a los Beni Háshim una rama pobre.
Entre los ídolos estaba un trozo de la Luna, la Piedra Negra o “piedra santa” (al-hagar al-aswad), identificada con Iláh (Alláh), una de las divinidades principales, que había caído del cielo como un meteorito. Actualmente está empotrada en el ángulo sudeste de la Kaaba a un metro del suelo y tiene 30 cm de diámetro. Los peregrinos musulmanes se afanan en besarla y tocarla (recordemos que el culto a las piedras es paganismo).
Cuando Muhámmad “limpió” el santuario de la idolatría derribó todos los dioses-ídolos, menos éste, la Piedra Negra, la “piedra santa”, que aún hoy preside la construcción dentro una de las esquinas del pequeño edificio o templete con forma cúbica llamado Kaaba.
Entonces pasó a ser llamada la Bayt Alláh, “Casa de Alláh”, ya que en el Qurán Alláh la denomina “mi Casa” (sura *2 125).
Y se inventó la tradición de que el ángel Gabriel entregó la Piedra Negra a la humanidad como un signo de Alláh. Según él fue entregada por el ángel Gabriel a Adam y uno de sus hijos construyó el santuario de la Meca. Este santuario fue destruido en el Diluvio, y luego Abraham e Ismael lo reconstruyeron (suras *2 127; *3 96), y sellaron la Piedra Negra. Más tarde cayó en la idolatría tribal árabe hasta llegar a Muhámmad (aunque en la realidad la idolatría sigue hasta hoy como adoración a la Kaaba de la Meca).
Esta historia es falsa porque difícilmente me imagino a Adam o Abraham (quizás también a Ismael mientras estuvo bajo la influencia de Abraham) participando o aceptando la adoración de ídolos ni construyéndoles santuarios o amparándolos. Ellos tenían el mandamiento específico de no idolatrar nada.
Por eso yo creo que incluso aunque el ángel Gabriel realmente les entregase la Piedra Negra (cosa que es imposible porque los ángeles solo adoran a Hashem y están en sintonía con Sus mandamientos ya que solo son mensajeros de HaShem) la enterrarían o destruirían en añicos al momento.
En casi todos los hogares, webs o instituciones islámicas que podáis visitar hay fotos y representaciones de este infame ídolo que es la Kaaba (¡Hashem nos libre de él!). Este es sin duda el santuario pagano más visitado del mundo entero año tras año desde hace unos catorce siglos.
Menos mal que las autoridades religiosas islámicas nos prohíben el acceso a la Meca a los no musulmanes (ya a varios kilómetros de la Meca está lleno de carteles que advierten esto). Ellos creen que para que no se les impurifique el lugar con la visita de idólatras no musulmanes (que ironía verdad). Pero yo les doy de todo corazón las gracias como no musulmán por su exclusivismo y por impedirme acceder a su ponzoñoso ídolo.